La mujer insistió para que la dejaran sola con el niño.
Con su hijo.
La enfermera no estuvo de acuerdo. Se quedó como un centinela al pie de la cama mientras la mujer se inclinaba sobre la incubadora portátil para mirar al bebé. Quería sacarlo de allí y tenerlo en sus brazos. Le preguntó a la enfermera si podía.
La mujer vaciló y después asintió con la cabeza.
Ella cogió a su hijo con sumo cuidado.
El niño emitió un ronquido. Un lloriqueo líquido que parecía brotar de una garganta obstruida por las mucosidades. Un líquido transparente y espeso le chorreaba de las amplias fosas nasales pero la mujer parecía no darse cuenta. Se acercó el niño al pecho y lo mantuvo allí, sintiendo cómo sus manos se movían contra su seno izquierdo.
Miró a la enfermera y le preguntó si podía darle de mamar.
La enfermera le dijo que ya había comido por la mañana. El niño no podía retener los líquidos (era uno de los síntomas sobre los que el doctor la había advertido), como demostraba el olor del pañal.
Pero a la mujer parecía no importarle ni el olor ni las palabras de la enfermera.
El niño le arañó el pecho y ella se bajó el camisón dejando al descubierto sus senos llenos de leche.
La enfermera dio un paso hacia ella y le dijo que no lo hiciera. Sus palabras provocaron una actitud de desafío en la mujer que sostenía al niño. Acercó la cabeza del bebé a su pecho izquierdo.
El niño se agitó todavía más al oler la leche. Quería mamar.
Empezó a babear. Las babas se mezclaban con el líquido espeso y gelatinoso que le salía de la nariz y la mujer sintió una humedad pegajosa contra su pecho. Notó también la respiración caliente y ansiosa contra su pezón erguido. Y durante todo ese tiempo, mantuvo la mirada de desafío cada vez que levantaba al niño para acercarlo a ella.
La enfermera insistió en que no diera de mamar al niño, le explicó que sus problemas intestinales empeorarían si tomaba leche materna, pero la mujer la ignoró. Miraba a su hijo, haciendo caso omiso del olor que se volvía cada vez más intenso y de la espesa mucosidad que manaba de la nariz del niño. Por no hablar del líquido que brotaba de lo más profundo de su garganta.
La mujer lo apretó contra su seno izquierdo y sintió la boca caliente, llena de líquido, contra su pezón palpitante.
Los pequeños labios resbalaron sobre el pezón y el niño usó las manos para aferrarse a ella, buscando la leche.
La enfermera meneaba la cabeza. Avanzó hacia la mujer y le pidió que se detuviera, por el bien de ella y del niño.
Su hijo.
La mujer miró aquella cosa tan pequeña entre sus brazos y acercó la cabeza a su pecho Finalmente el niño logró sujetar el pezón con los labios y ella sintió la presión de la succión cuando empezó a mamar.
La enfermera meneó la cabeza y retrocedió un poco.
La mujer mantenía al niño apretado contra ella, con los ojos cerrados, extasiada; como si se tratara más de un amante que de su hijo.
La leche chorreaba por el mentón del niño mezclándose con los otros líquidos.
Un ruido profundo brotó de la garganta del bebé. Un potente ruido impensable para un bebé tan pequeño. Un grave y sordo gruñido de satisfacción.
A continuación un olor nauseabundo inundó el aire y la mujer comprendió que se trataba de una nueva evacuación. Resultaba casi insoportable, pero ella siguió apretando al niño contra su pecho. Un poco de materia fecal comenzaba a chorrear por un costado del pañal.
La enfermera le suplicó que acostara de nuevo al niño en la incubadora y la mujer finalmente aceptó separando al niño de su pecho.
La leche que manaba de un pezón salpicó un poco al bebé.
A su hijo.
El niño extendió los brazos hacia ella, quería seguir mamando. La enfermera iba a llevarse la incubadora, pero la mujer la detuvo para mirar a su hijo, que tenía la cara manchada con leche, mocos y babas.
La mujer sonrió al pequeño.