Capítulo 43

Mientras escuchaba la voz del otro lado de la línea, Megan Hunter miró el pequeño reloj cuadrado del escritorio. Se dio cuenta de que llevaba hablando alrededor de veinte minutos. La voz de su interlocutor oscilaba entre la furia y la calma. Ella había escuchado sin inmutarse cuando había sido necesario, y le había respondido con la misma ferocidad cuando había considerado que correspondía hacerlo.

—Muy bien —dijo tratando de poner freno al torrente que surgía del auricular—. Cálmate. No es un problema. Sé como arreglármelas.

Dio unos golpecitos con su uña perfectamente manicurada a una pila de papeles que había en el escritorio, junto al teclado.

El interlocutor le dijo que lo sabía de sobra.

—¿Y eso qué significa? —preguntó ella.

La palabra confianza fue mencionada.

—Si hablamos de confianza, no creo que seas la persona más indicada para dar lecciones, ¿no? Y no pretendo ser sarcástica. Te lo acabo de decir, sé lo que tengo que hacer. Deja de tratarme como a una niña.

¿Cuándo podían volver a encontrarse?, preguntó el interlocutor.

—Deberías saber mejor que nadie lo difícil que será en las próximas semanas —respondió Megan, cansada—. Creo que de momento será mejor que no nos veamos. —Cambió de postura en la silla y deslizó una pierna debajo del cuerpo.

Al otro lado de la línea hubo un silencio. Por un momento, Megan creyó que el otro había colgado.

—¿Me estás escuchando? —insistió—. He dicho que me las arreglaré y voy a hacerlo.

Otra pausa, después su interlocutor suavizó un poco el tono.

A Megan la pregunta la sorprendió.

—Ni se me ha pasado por la cabeza que mi libro gane el premio —le confesó—. Maria me ha preguntado lo mismo esta mañana, pero, francamente, en estos momentos es en lo último en lo que estoy pensando. De todos modos, gracias por preguntármelo. —Sintió que iba calmándose—. Son tiempos difíciles para los dos, soy consciente de ello. Quiero volver a verte, pero creo que por ahora sería peligroso.

El interlocutor insistió y dijo que tenía que haber una manera.

—Entonces dime cuál —replicó ella—. Tú tienes mucho más que perder que yo si descubren la verdad, ¿lo entiendes? Pronto esto no significará nada para mí. Nada. —Se sacudió un poco de polvo de los vaqueros y arrancó un hilo de la bocamanga.

El otro le dijo que podían encontrarse en un hotel.

—Eso es imposible —respondió Megan categóricamente.

Quizá, propuso el interlocutor, pudieran encontrarse en el apartamento de ella.

—No, aún no. Es demasiado pronto —contestó la mujer—. No insistas. —Su tono se volvió más duro—. Sabes bien por qué. —Inspiró hondo—. Eso no me importa. —Ahora sus palabras sonaban próximas a la ira—. Mira, no vuelvas a llamarme aquí. Si quieres contactarme, llámame al móvil, pero sólo si se trata de algo importante. De una emergencia.

Volvió a mirar el reloj, después se miró los pies descalzos.

—Oye —le dijo a su interlocutor—, tengo que colgar. Espero otra llamada dentro de cinco minutos.

La voz preguntó si esa llamada era importante.

—Para mí sí —espetó Megan bruscamente—. Te llamaré mañana si puedo. Te lo prometo. No eres el único que está ocupado, ¿sabes? —Respiró hondo, cansada—. Sí, te llamaré si puedo. De acuerdo. —Sujetó con fuerza el teléfono. Hubo un ruido de interferencia en la línea, el único sonido que rompió el silencio entre Megan y su interlocutor. Ella finalmente habló—: No estoy triste por lo que ha sucedido —dijo con la voz un poco quebrada—. No esperes que lo esté.

Y colgó.

Al soltar el auricular, notó que la mano le temblaba un poco.