El lento goteo del grifo en el lavabo de metal era el único ruido de la morgue.
Howard Richardson apenas lo notaba mientras escribía lo más destacado de su informe. De vez en cuando, el forense miraba por encima del hombro los dos cadáveres cubiertos con sábanas que estaban detrás de él, como si buscara inspiración en esos dos cuerpos inmóviles. Echaba una mirada por encima de sus gafas semicirculares, y luego se quedaba absorto, mordiendo la punta de su costosa pluma.
Cuando la puerta de dos hojas de la entrada de la morgue se abrió, Richardson se volvió para ver quién podía ser. ¿Otro cuerpo más? ¿Algún pobre diablo con un triste final? ¿Uno más que venía a unirse temporalmente a los otros cuatro depositados en los compartimentos refrigerados que cubrían casi toda una pared de la sala principal?
El forense sonrió al ver que eran Birch y Johnson.
—Antes de que me lo preguntéis —dijo—, os comunico que el informe aún no está terminado.
—No me importan nada esos papeles, Howard —replicó Birch—. Dime en cambio qué has descubierto.
El forense fue hasta la camilla más cercana a su escritorio y retiró la sábana que cubría el cadáver.
Los dos detectives miraron el cuerpo mutilado de Sarah Rushworth.
—Qué desperdicio —murmuró Johnson.
—Todos los asesinatos lo son —dijo Birch con toda la atención puesta en el cuerpo de la joven.
—Os he dado casi todos los detalles sobre este cuerpo en el lugar del crimen —explicó el forense—. El examen no ha revelado mucho más de lo que ya sabíamos. Lo único que puedo decir es que los ataques son cada vez más salvajes. Por ejemplo, los cortes en el cuerpo de Sarah Rushworth son más profundos que en los de Denton y Corben. También el hecho de que a Denton al parecer le sacó un ojo con los dedos y sin brutalidad, mientras que a Corben y a Sarah Rushworth se los arrancó directamente. Eso podría indicar una creciente pérdida de control en cada nuevo asesinato. Y también por qué dejó huellas anoche pero no en los dos ataques anteriores. Como tú has sugerido, puede que esté volviéndose menos cuidadoso.
—¿Tuvo algún contacto sexual con la chica? —preguntó Birch—. Anoche no estabas seguro de ello.
—No. Los conductos vaginal y anal no muestran rastros de semen, saliva o cualquier otra secreción. No fue violada ni antes ni durante ni después de la muerte.
—Bueno, agradezcamos esta pequeña atención, ¿no? —comentó Birch sarcásticamente—. ¿Y Corben? ¿Has encontrado alguna huella en él?
—No —contestó Richardson como disculpándose.
Fue hasta la próxima camilla y retiró la sábana que cubría el cuerpo que yacía sobre ella. Los tres hombres miraron a Donald Corben.
—¿Le has revisado la lengua? —insistió Birch.
—Lo he revisado por todas partes, David. No hay huellas.
—¿Qué hay de la hipótesis de que los asesinos podrían haber sido dos? ¿Has encontrado pruebas de eso en el caso de Corben? —intervino Johnson.
—No, por lo que yo sé, no.
—Las pruebas físicas del lugar, fibras, huellas de pasos y otras cosas por el estilo, no indicaban que hubiese habido más de un asesino —recordó Birch.
—Tampoco en el de Sarah Rushworth —observó Richardson—. O en la casa de Frank Denton. Sólo los dos tipos de huellas digitales diferentes en el cuerpo de la mujer fueron lo que me hicieron pensar que podría haber más de un asesino.
Los tres hombres se mantuvieron un momento en silencio, con la atención fija en los cuerpos que tenían frente a ellos.
—Tal vez en los dos primeros asesinatos actuó uno solo y en el de anoche tuvo un cómplice —murmuró Birch.
—Es probable —admitió el forense—. Por cierto, ¿has conseguido autorización para exhumar el cuerpo de Denton?
—El Ministerio del Interior lo ha garantizado —le comunicó Birch a su colega—. No habrá problemas. Ya se les ha notificado al sepulturero y al director de la funeraria. El sepulturero tiene que identificar la tumba antes de desenterrarlo y el de la funeraria tiene que identificar el ataúd antes de que pueda ser abierto, pero se hará mañana por la noche. Las exhumaciones no pueden realizarse a la luz del día, como probablemente sabéis, de modo que será desenterrado hacia la medianoche.
—Dado que Denton fue enterrado en el cementerio de Wandsworth —dijo Richardson—, organizaré las cosas de modo que la nueva inspección del cadáver se lleve a cabo en la morgue del Hospital de Springfield. Es el que está más cerca y el mejor equipado.
Birch asintió.
—Sí, lo conozco.
—David, lamento todo esto —prosiguió el forense—. Como te dije anoche, no hubo negligencia por mi parte en el primer control que hicimos del cadáver de Denton. Nada indicaba que pudiese haber huellas digitales en la boca. Pero pido disculpas por no haberlo visto.
—No pasa nada —contestó Birch—. Creo que anoche todos estábamos con las pilas descargadas. Las mías se descargaron un poco antes que las de los demás. —Sonrió—. Howard, si tú crees que mañana por la noche podemos descubrir algo interesante en el cadáver de Denton, yo mismo me encargaré de desenterrar a ese pobre diablo con mis propias manos.
—¿Qué quieres hacer con John Paxton? —preguntó el sargento Johnson.
—Voy a interrogarlo de nuevo —dijo Birch—. A él y a Megan Hunter. Después de todo, no sólo encontraron sus libros en la habitación de Sarah Rushworth, sino que, además, Megan Hunter estaba en el hotel cuando la asesinaron.
—¿Cuándo quieres interrogarlos?
—Según su agente, Paxton estará en Londres mañana para la promoción. Intercambiaremos algunas palabras con él. Su agente le ha comunicado que queremos volver a interrogarlo.
—¿Y Megan Hunter?
—Hablaré con ella esta noche.
Birch volvió a mirar los dos cuerpos que yacían frente a él, su mente bullía de pensamientos que no podía controlar.