Capítulo 40

Durante un momento Birch mantuvo la misma expresión, después, poco a poco, una sonrisa torcida se le dibujó en la cara. Levantó las dos manos y se alejó del cadáver y del forense.

En un rincón de la habitación había un sillón y Birch se sentó en él.

—Así que esta noche, en esta habitación, han entrado más de una persona sin ser vistas —dijo—. ¿Han masacrado a una mujer, han esparcido las hojas de un libro destrozado sobre su cuerpo y se han marchado sin que nadie los viera? ¿Es eso lo que me estás diciendo?

—Ya te he dicho que iba a parecerte una locura —repitió Richardson.

—En los casos de Denton y Corben tú nunca sospechaste que hubiera más de un asesino.

—No había huellas en ninguno de los dos lugares. O nosotros no las encontramos. Cuando regrese a la morgue voy a inspeccionar de nuevo el cuerpo de Corben.

—¿Y Denton? ¿Qué vas a hacer con él?

—Voy a necesitar una autorización para la exhumación. En una primera inspección no vimos rastros de huellas digitales, salvo en torno a los ojos. Puede que hayan desaparecido cuando vuelva a examinar el cuerpo, pero necesito estar seguro. No fue una negligencia mía, David.

—¿Y qué diablos fue entonces? —bramó el inspector—. Yo nunca hubiese entregado el cuerpo de Denton si hubiese pensado que aún había que trabajar con él. ¿Qué otras cosas que nosotros desconocemos tú y tu equipo no habéis visto? —Se pasó una mano por el cabello—. ¿A qué estás jugando, Howard?

—No estoy jugando a nada, David —contestó Richardson entre dientes—. Y no hemos «dejado de ver» nada más. Cometí un error y pido disculpas por ello. Le puede pasar a cualquiera.

—Pues nosotros no podemos permitírnoslo —espetó bruscamente el inspector—. No en un caso como éste. —Birch respiró y trató de recuperar la compostura—. ¿Dónde diablos has encontrado huellas en Sarah Rushworth?

—Había una huella parcial debajo de la lengua. Creo que el asesino trató de arrancársela. Lo mismo que los ojos. La otra estaba en una de las uñas.

—¿Le quiso arrancar la lengua? —repitió Birch desviando la mirada hacia el ejemplar destrozado de Las semillas del alma que había junto a la cama.

¿Qué había dicho Megan Hunter sobre Giacomo Cassano?

«Le arrancaron la lengua para que no pudiera predicar. Después también le arrancaron los ojos».

—Y ¿la huella de debajo de la lengua y la de la uña pertenecen a distintas personas? —preguntó el detective levantándose.

—Cuando analizamos las huellas digitales a veces podemos identificar algunas anormalidades en los dedos —explicó Richardson—. La de debajo de la lengua de Sarah Rushworth pertenece a alguien con unos dedos anormalmente cortos, el término técnico es braquidáctilo. La de la uña en cambio es de una persona con dedos palmeados, sindáctilo. Diría que se trata del índice y el dedo medio.

—¿Uno de los asesinos tiene el índice y el dedo medio pegados?

Richardson aprobó con la cabeza.

—Y no sólo por la piel. A juzgar por el tamaño de la huella, los dedos deben de estar unidos por los huesos. Por eso lo hemos detectado. Lo mismo que la huella de debajo de la lengua. Con dedos cortos o no, se las arregló para desgajar una parte de ésta de la parte inferior del paladar. Si no fuera porque estaba muy expuesta, no la hubiésemos visto.

—¿Así que estamos tras la pista de dos asesinos y los dos tienen las manos deformadas? —preguntó Johnson.

—Yo no he dicho eso —objetó el forense—. Sólo he expuesto lo que hemos hallado. Al menos uno de ellos tiene una deformación en una o quizá en las dos manos.

—¿Aún sería posible extraer la huella de debajo de la lengua de Corben?

—No veo por qué no.

—¿Y de Denton?

—Si hay una huella, la encontraré. Pero primero necesito su cuerpo.

—Voy a ocuparme de la autorización de exhumación —dijo Birch. Se volvió hacia Johnson—. Interroguemos a los clientes. Es muy extraño que nadie haya visto a un único asesino. Pero a dos, no puedo creérmelo.