Capítulo 34

Megan Hunter sonrió al coger otra copa de champán de la bandeja que el camarero le tendió. Éste hizo un gesto deferente y prosiguió deambulando entre la multitud de gente reunida en la Sala Espiral del Hotel Soho.

Al igual que la Sala Negra y Blanca y, un poco más lejos, el Bar Rojo, la Sala Espiral era un espacio con escalones de madera pulida justo debajo del vestíbulo del hotel.

—No imaginé que habría tanta gente —dijo Megan alisándose con la mano que tenía libre la falda negra que le llegaba hasta las rodillas—. Y creo que he hablado, dado la mano o besado a cada uno de ellos.

El bullicio de las conversaciones en las tres salas la obligaron a inclinarse hacia Maria Figgis, que sólo le sonreía y permanecía cerca de la mesa que tenían detrás, con ejemplares en tapa dura y rústica de Las semillas del alma expuestos.

—No ocurre todos los días que un editor tenga un libro seleccionado para un premio —dijo Maria—. Probablemente ellos estén más encantados que tú. Y sean incluso más felices cuando lo ganes.

—Te veo muy confiada, Maria.

—¿Y cómo no estarlo? Tu libro se merece el premio. —Levantó la copa para brindar—. Y estoy segura de que tu agente también está muy contenta. Especialmente cuando negocie un contrato mejor gracias a tu inminente triunfo.

Las mujeres sonrieron y brindaron.

Un fotógrafo que andaba entre la gente apuntó su Nikon hacia ellas y les sacó algunas fotos, les sonrió mientras se alejaba dejando a Megan deslumbrada con la intensidad del flash.

Ella cogió un canapé de una bandeja y lo mordió delicadamente.

—Esos están muy buenos —dijo una voz detrás de ella—. Pero sospecho que engordan. Así que sólo he comido uno.

Megan se dio la vuelta y se encontró con una joven de facciones finamente cinceladas que llevaba una chaqueta de rayas finas y una falda. Su cabello corto y rubio se correspondía perfectamente con su delicada estructura ósea, y la falda hasta los muslos y las sandalias de tacón alto resaltaban sus piernas delgadas. El efecto del conjunto era asombroso.

—Lamento haber tenido que dejarte antes, pero me han llamado al móvil —se disculpó Sarah Rushworth sonriendo y mirando a Megan con sus ojos azul cobalto—. La publicidad nunca descansa.

—Dudo que tú tengas problemas de peso, Sarah —opinó Megan ofreciéndole un canapé que la joven rechazó—. Y no te preocupes si tienes que dejarme unos minutos. Estoy bien.

—No puedo abandonar a mi autora —comentó Sarah acariciando la blusa blanca de Megan, momentáneamente distraída—. Me gusta esta seda. Es de Dolce & Gabbana, ¿verdad?

En medio del bullicio se oyó sonar un móvil, Sarah suspiró y metió una mano en el bolso.

—Tengo que responder —dijo disculpándose—. Vuelvo en cuanto pueda.

—Tómate el tiempo que necesites —la tranquilizó Megan mirando a la jefa de prensa de veintiocho años alejarse de la sala.

—Es realmente hermosa —dijo Maria—. Y por suerte también es muy buena en su trabajo.

—Estoy de acuerdo contigo. Sólo que a veces parece un poco… demasiado atenta. Sé que la gente que trabaja en la promoción tiene que estar atenta a todos los detalles, pero Sarah exagera —observó Megan.

—No sabía que le tuvieras manía a nadie —sonrió Maria—. Siempre he creído que no era así.

Megan tosió y tomó un poco de champán para desatragantarse.

—Sarah siempre me hace sentir inadecuada —explicó—. A lo mejor es mi paranoia, o la edad. No sé cuál de las dos cosas. Siempre me parece un poco demasiado maravillosa.

—Creo que con lo guapa que está esta noche le haría sombra a Kate Moss.

Las dos mujeres rieron.

—Ahora ya sabes lo que siento cuando tú y yo estamos juntas —continuó Maria.

—Aprovecharé para ir al baño a refrescarme mientras Sarah está ocupada —dijo Megan—. Si se lo digo, querrá acompañarme, por si necesito algo.

—No te burles de su entusiasmo —la reconvino Maria fingiendo un reproche.

Megan se dirigió hacia la zona de la recepción y sonrió al ver los carteles de su libro y su foto colgados estratégicamente colocados. Había unos ejemplares de tapa dura en una mesa cercana a la entrada de una de las dos salas de proyecciones del hotel. Tres miembros uniformados del personal estaban hojeando el libro.

Pero fue otra cosa lo que atrajo su mirada.

Megan no reconoció al hombre con chaqueta y pantalones azul marino que se había levantado al verla y se dirigía directamente hacia ella.

Estaba segura de que no era uno de los del equipo de prensa. Quizá, pensó, no se dirigía hacia ella sino a la fiesta, que estaba en su apogeo.

Megan se encontraba a pocos pasos de él cuando el hombre metió una mano en la chaqueta, sacó una delgada cartera de cuero y la abrió.

—Lamento molestarla, señorita Hunter —dijo el inspector Birch—. Sé que para usted es una noche importante, así que no voy a robarle mucho tiempo, pero quisiera, si es posible, hacerle algunas preguntas.