Cuando introdujo la llave en la cerradura, Megan notó que la mano le temblaba un poco. Entró en su apartamento, cerró la puerta y se quedó un momento apoyada contra la misma. Se sentía mareada.
Un montón de pensamientos se agitaban en su mente. Se sentía como si estuviera borracha. No totalmente controlada. Tenía esa sensación desde que había dejado el restaurante, hacía más de una hora.
Había comido poco, se sentía incapaz o poco deseosa de comer mientras escuchaba algunas de las cosas que había oído.
Inspiró hondo y se encaminó a la cocina. Abrió el grifo, sacó un vaso del estante más cercano y lo llenó hasta el borde de agua fría y cristalina. Bebió unos sorbos largos, volvió a inspirar hondo y siguió bebiendo.
Después de dejar el restaurante, había caminado desde Kensington Church a Notting Hill, pero su paso había sido vacilante, y más de una vez había tenido que detenerse y apoyarse contra la pared para recuperarse. Había atraído preocupadas miradas de los transeúntes, pero había ignorado las buenas intenciones y el interés de éstos por su estado. No pasaba nada. Ella estaba bien. No había nada de que preocuparse. Sólo necesitaba tomar un poco de aire fresco.
«Nada de que preocuparse».
La frase parecía retumbar en su cabeza, luchando para imponerse a todas las otras palabras e imágenes que se agitaban en su mente.
Al final había emprendido decidida el camino a su casa con la esperanza de que, caminando con decisión, se le despejara la mente. Pero había sido una esperanza vana. El calor del día había empeorado su estado, y de caminar tanto con tacones le dolían los pies.
Ahora, en la cocina, se quitó los zapatos y sintió el frío de las baldosas en los pies descalzos. Llenó otro vaso de agua y fue hasta el salón, donde se sentó a su escritorio.
No parecía que se le hubiesen aclarado mucho las ideas. Como en los primeros estadios de la borrachera, sentía como si le hubiesen envuelto la cabeza con algodones. No podía centrar la atención en nada, ni controlar la miríada de pensamientos que se agitaban en su mente.
El corazón comenzó a latirle un poco más de prisa. Al verse reflejada en la pantalla del ordenador notó las oscuras ojeras que tenía bajo los ojos. Como si no hubiese dormido en toda una semana.
Megan empezó a beber lentamente del vaso de agua que se había traído de la cocina, y procuró relajarse. En el ambiente seguro y familiar de su apartamento, eso no tenía que ser tan difícil.
«Respira profundamente».
Sonrió.
«Prepárate una taza de té».
El remedio universal.
Volvió a sonreír, sintió que el corazón le latía más pausadamente. La agitación de su mente parecía ir calmándose. Eso la hizo sentirse mejor. Quizá se tomara un par de tranquilizantes para asegurarse de que aquello no iría a peor.
Aún estaba considerando esta posibilidad cuando sonó el teléfono.
En un primer momento pensó en no descolgar y dejar que respondiera el contestador, pero al final decidió hacerlo.
En seguida reconoció la voz de Maria Figgis.
Sin embargo, unos minutos después, con el teléfono aún en la mano, se arrepintió de haber contestado.