Capítulo 22

El mensaje la pilló por sorpresa.

Megan Hunter estaba trabajando cuando le llegó. Normalmente miraba los mensajes de correo electrónico todas las mañanas a las nueve y media, antes de ponerse a escribir. Después, esperaba hasta la hora del almuerzo para volver a consultarlo, por alguna razón, abrió ese mensaje inmediatamente.

Se había quedado anonadada. No había otras palabras para describir su reacción al ver aquellas palabras en la pantalla. El remitente le pedía que llamara, algo que ella había hecho con cierto nerviosismo.

¿Eran los nervios? ¿La ansiedad? O bien había sido otro sentimiento el que había hecho que le temblara levemente el pulso, uno que no podía nombrar. El mismo que sentía ahora, en el asiento de atrás del taxi que se movía en medio de un tráfico insólitamente intenso. El conductor iba con el brazo derecho apoyado en la ventanilla abierta, expuesto al sol.

Si el coche tenía aire acondicionado, no se notaba. Megan se sentía aturdida por el calor. Se preguntaba si no hubiese sido mejor acudir a la cita en su propio coche, pero decidió que no era una buena idea. Solía perder la concentración cuando estaba nerviosa, y hubiese tenido problemas para aparcar. A pesar de que el trayecto desde su apartamento hasta el lugar de encuentro era relativamente corto, llegó a la conclusión de que la decisión de tomar un taxi había sido la correcta.

Miró por la ventana mientras el taxi giraba por Kensington Church Street. El corazón comenzó a latirle un poco más rápidamente. Por un momento pensó en no bajar del vehículo.

«¿Qué vas a hacer? ¿Decirle al conductor que siga? ¿Pasarte del sitio donde se supone que deberías detenerte?».

Se sorprendió por la rapidez con que había tomado la decisión después de la conversación telefónica. Y ahora que estaba a punto de llegar a su destino, estaba aún más sorprendida.

¿Demasiado tarde para dar media vuelta?

El taxi disminuyó la velocidad.

—Es aquí, a la derecha —dijo amablemente el conductor, deteniendo el vehículo.

—Gracias —contestó Megan mientras bajaba y sacaba el dinero para pagar. Le dio al taxista un billete de diez libras y no esperó el cambio.

Una vez en la acera, sintió los rayos del sol sobre su cuerpo. La gente que caminaba en ambas direcciones la esquivaba, algunos se quejaron de que se quedara inmóvil en mitad de la acera.

Megan respiró hondo y miró el reloj.

Llegaba un poco tarde. Se disculparía.

Se pasó una mano por el cabello y se miró en el escaparate de una tienda mientras se acercaba al edificio que estaba buscando.

Llevaba una blusa malva debajo de la chaqueta de lino, y una falda blanca y ligera que se le hinchaba con la brisa dejando entrever sus piernas bien formadas. Megan tragó saliva y volvió a sentir el calor del sol. Se quitó la chaqueta y se la colocó sobre un brazo mientras se acercaba a la entrada principal del restaurante.

Un camarero le salió al encuentro y le preguntó si quería una mesa, pero ella le dijo que no con la cabeza.

—He quedado con alguien, gracias —le explicó mirando alrededor.

En ese momento lo vio, en un rincón alejado del comedor.

El corazón comenzó a latirle más de prisa. Le dio las gracias al camarero y se dirigió hacia la mesa que estaba buscando.