Birch miró hacia Putney Bridge por encima del borde de la taza, y vio el tráfico que comenzaba a formarse, con gente que acudía al trabajo, como todos los días, ignorando felizmente que a menos de un kilómetro un hombre había sido brutalmente asesinado.
Lo que se ignora no duele.
Por supuesto, el suceso aparecería esa misma tarde en las noticias locales. Y en la última edición del Standard. Pero para aquellos que leyeran u oyeran algo sobre el mismo, no tendría más trascendencia que cualquier otro asesinato de los que se producían en la capital, las otras ciudades o los pueblos de la campiña.
Desde el bar donde Birch y Johnson estaban sentados se podían ver los muelles. Más allá, el Támesis parecía más negro e imponente en la penumbra de antes del amanecer, más agitado de lo que normalmente solía estar.
—No se han llevado nada —dijo Birch—. Por lo que el motivo no era un robo. Denton no se encontró con alguien que estuviera robándole y murió tratando de impedirlo. Alguien se coló en la casa con intención de matarlo.
—Nadie se coló, jefe —le recordó Johnson—. Nadie forzó la cerradura, no lo olvides.
Birch meneó la cabeza.
—Pues si nadie lo hizo, entonces Denton lo dejó entrar —reflexionó—. Quizá conocía a su asesino. Es la única explicación. Sin embargo, si los de la unidad móvil tuvieron que derribar la puerta, ¿qué diablos pasó después de que lo mataran? ¿El asesino se marchó y cerró la puerta con llave? ¿Es posible que tuviera una llave?
—Si Denton lo conocía o la conocía, es probable. A lo mejor fue su novia.
—Es probable. Pero una mujer no hubiese podido provocarle semejantes heridas, ¿no?
—Depende del arma que hubiese usado. «No hay en el infierno furia…», etcétera —objetó Johnson.
—Hay tener fuerza para abrir a un hombre como abrieron a Denton.
—Fuerza o experiencia. A lo mejor el asesino sabía dónde y cómo cortar. También si era una mujer.
—Quiero una lista de todos sus amigos, enemigos, conocidos, socios, amantes, perros, gatos y los malditos pececillos de colores. Todos los que han estado en contacto con él durante los últimos cinco años y que podrían haber tenido algún motivo para matarlo.
—Eso nos llevará un poco de tiempo, jefe.
Birch asintió con la cabeza.
—Tú dices que la patrulla oyó gritos dentro de la casa y que por eso derribaron la puerta —continuó—. De modo que quienquiera que fuese el asesino no salió por la puerta de entrada, ¿no es así? —Birch bebió un poco café y miró pensativamente el fondo de la taza—. ¿Cómo hizo pues para irse de allí? —preguntó—. Por no hablar de la rapidez. ¿Cuánto tiempo pasó entre la llamada del vecino y la llegada de la patrulla?
—Diez minutos a lo sumo.
—Y en ese rato el asesino tuvo tiempo para destripar a Denton y escapar de la casa antes de que nuestra gente llegara. Probablemente los gritos que oyeron fueron sus últimos estertores. Los de la agonía.
—Eso no explica cómo el asesino pudo salir de una casa cerrada dejando puertas y ventanas cerradas.
Birch miró a su compañero.
—Bienvenido, Steve. —Sonrió—. Te ha tocado un caso decididamente infernal para tu vuelta al trabajo.
—Ya lo creo.
El sargento suspiró y se acabó el café.
—¿Qué vas a hacer esta noche cuando vuelvas a casa? —le preguntó Birch—. ¿Le contarás a Natalie lo que has visto? ¿Vas a describirle el estado del cuerpo de Denton?
—¿Por qué debería hacerlo? —preguntó Johnson con una expresión de perplejidad.
—Ella podría preguntarte.
—¿A qué viene eso, jefe?
—Ella y yo tuvimos una conversación la noche que fui a visitarte al hospital. Me preguntó por el trabajo. De qué manera éste había afectado a mis relaciones afectivas. Se lo dije. Le pareció extraño que yo no les contara los detalles de mi trabajo a mis esposas. Le dije que así era como debía ser. Al menos para mí, en todo caso.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Que tengas claras tus prioridades, Steve. Este trabajo no es un trabajo cualquiera si quieres ser el mejor en esto. Es una obsesión que puede llegar a destruirte. Y si no te destruye a ti, a veces destruye a los que te rodean. No quisiera que terminaras como yo. No quisiera que perdieras a Natalie por culpa del trabajo.
—No voy a llegar a eso.
—Me gustaría que así fuera. —Se levantó—. ¿Otro café?
Johnson asintió con la cabeza.
—Quiero inspeccionar por última vez la casa de Denton —dijo Birch, con el rostro demacrado por el cansancio—. Podríamos encontrar algo que no hubiésemos visto la primera vez.