Cuando la mujer despertó, le pareció que su situación era bastante irónica. Había estado despierta durante el parto. Había insistido para que así fuera, y después había sido necesario sedarla.
Ahora estaba sentada en la cama, y bebía a sorbos de un vaso de plástico que el doctor le había dado.
La habitación privada en la que se encontraba era amplia y cómoda, pero cuando desvió la mirada del médico al padre de su hijo, la comodidad fue lo último en lo que pensó.
Al lado de la cama había una cuna, pero estaba vacía.
Preguntó dónde estaba el bebé.
El doctor le explicó que habían surgido algunas complicaciones. Que el niño (un varón) estaba siendo atendido en otra parte del hospital.
Ella preguntó de qué tipo de complicaciones se trataba y el médico le dijo que el niño tenía problemas respiratorios.
La mujer miró airada a su pareja y le preguntó si él ya había visto al bebé, pero el hombre le aseguró que había preferido esperar a que pudieran verlo juntos.
Entonces, ella le preguntó al médico si podían ir a ver al niño, aunque se notaba en el vientre los dolorosos puntos de la cesárea. El médico le dijo que pronto estaría en condiciones de levantarse, pero que por el momento prefería que no hiciera ningún esfuerzo.
Quiso saber cuándo iba a poder ver a su hijo. Quería tenerlo con ella, como cualquier madre que acaba parir.
Vio la expresión del doctor al preguntarle ella eso, y fue sintiéndose cada vez más preocupada.
Quería saber cuán graves eran los problemas respiratorios de su hijo. Quería saber si le estaban diciendo toda la verdad. Su compañero también estaba cada vez más alterado ante las evasivas del médico.
Si ellos no podían visitar al niño, ¿por qué entonces no se lo traían? Tenían derecho a verlo. El hospital no podía mantener al bebé apartado de ellos.
El doctor les explicó que la respiración del niño tenía que estabilizarse, pero cuando la mujer se dio cuenta de que habían pasado más de cuatro horas desde el parto, su corazón se aceleró. Insistió en saber en qué condiciones se encontraba su hijo. Quería verlo.
El prolongado silencio del doctor se hizo insoportable, tanto para la mujer como para su compañero.
Finalmente, el médico les dijo que el niño no sólo tenía problemas respiratorios.
Sí, tenía líquido en los pulmones que debía ser drenado.
Sí, los conductos nasales estaban malformados.
(La mujer tragó saliva al oír esa palabra). Y había también otros problemas a tener en cuenta.
El hombre preguntó cuáles eran esos problemas. ¿Estaba la vida de su hijo en peligro? ¿Por qué no podían verlo?
El doctor dijo que sería más fácil de explicar una vez que ellos hubiesen visto al niño. Sugirió llevárselo a la habitación en una incubadora al cabo de una hora o dos, y les dijo que entonces les daría más detalles. Se lo explicaría todo una vez que ellos hubieren visto personalmente al bebé.
La mujer y su compañero se preguntaron por qué el doctor se había puesto tan pálido. Por qué de repente se le había secado la boca y le habían empezado a temblar las manos.