Capítulo 14

—No supone una amenaza para Megan. —Frank Denton meneó la cabeza y bebió otro poco de vino.

—Me gustaría estar de acuerdo contigo, Frank —respondió Maria Figgis—, pero yo desde el principio tuve mis reservas.

—¿Por qué estás tan preocupada, Maria? —preguntó Megan.

—Porque los dos libros saldrán a la venta el mismo día —continuó Maria—. El tuyo y el de John Paxton.

—El de Paxton es una novela de terror —le recordó Megan—. Su público y el mío son completamente distintos.

—Eso lo tengo bien claro, Megan, pero me refiero al hecho de que Paxton y su libro acapararán mucha promoción y cobertura de los medios de comunicación en el mismo momento en que tu libro salga a la venta. Ya le había comentado a Frank mi preocupación en un almuerzo, hace algunos meses, cuando me dijo que las fechas de publicación coincidían.

—Y yo estuve en desacuerdo contigo respecto a que la publicación de Las semillas del alma debía ser postergada a causa del libro de Paxton —confirmó Denton—. Como bien dice Megan, su libro no es una obra de ficción. Es un trabajo académico.

—Sabes bien lo que pasa cada vez que se publica algo de Paxton —insistió Maria—. Los medios de comunicación montan un circo en torno al libro y a su persona. Cualquier otra cosa publicada en el mismo momento es devorada por ese frenesí. La maquinaria de la publicidad se pone en marcha en el mundo entero dos semanas antes del día de la publicación. Los medios no dejan de ocuparse de él hasta que el libro está ya en las librerías. Si enciendes la tele o abres una revista o un periódico, seguramente vas a encontrarte con John Paxton en alguna parte.

—Eso es comprensible —observó Megan—. Es uno de los autores que más venden en el mundo.

—Él le ofrece al público lo que el público quiere —dijo Denton—. Creo que es algo digno de admiración. Está en la cima desde hace ya más de quince años. No hay otro escritor de novelas de terror que esté a su altura.

—El otro día estuve hablando con su agente —dijo Maria—. Me dijo que el nuevo libro, Los fantasmas del parque de atracciones, es lo mejor que ha escrito hasta la fecha.

—La fórmula de siempre, me imagino —comentó Denton con desdén—. Violencia, sexo, horror y más violencia.

—Con él funciona, y funciona siempre —señaló Maria—. Ha encontrado una fórmula muy exitosa y no se desprende de ella. No es el único escritor que hace eso.

—De modo que se viene repitiendo desde hace quince años. ¿Y debo dejarme impresionar por eso? —preguntó Denton.

—Hay algo más en su escritura que una repetición de ideas, Frank —intervino Megan pasándose las manos por el cabello rubio y largo hasta los hombros—. Deberías saberlo. Has trabajado con él en una de sus editoriales.

—Sí, con tres libros. Y no fue la experiencia más gratificante que he tenido como editor, y no me refiero sólo a la escritura. —Denton tomó un poco más de vino—. Por algún extraño motivo, todavía me sigue mandando ejemplares firmados de todo lo que saca. Su última obra me ha llegado esta mañana.

—¿Y sigue sin gustarte? —inquirió Megan.

—Creo que, como escritor, no se puede negar que tenga talento, pero como persona es dogmático, polémico y agresivo —contestó el hombre levantando las manos—. ¿Me paro aquí o quieres que siga?

—Y además dice muchas palabrotas —se burló Megan riéndose—, no lo olvides. —Terminó lo que quedaba de café en la taza—. Pues a mí siempre me ha parecido bastante atractivo. Dice lo que piensa y no le importa a quién pueda escandalizar. Es uno de los elementos del gancho que tiene. Realmente le importa un bledo lo que digan.

—Cuando has ganado tanto dinero como él, es normal que pases de todo —añadió Maria riéndose.

—Bueno, me alegra que sientas tanto aprecio por él —murmuró Denton.

—Veremos si conservas ese aprecio cuando el brillo de su libro le haga sombra al tuyo —dijo Maria.

—Te preocupas por nada —insistió Megan—. Esperaba más de ti, Maria. Un espíritu un poco más combativo en lugar de ese fatalismo —concluyó riéndose.

—Veremos —dijo la agente.

Denton miró a sus dos invitadas y levantó una mano para llamar al camarero. El resto del comedor del Joe Allen estaba vacío.

—Si habéis terminado, voy a pedir la cuenta.