Capítulo 2

Hubo un momento de confusión cuando el Renault se subió a la acera para esquivar a los coches que habían chocado y bloqueaban el camino. Los dos policías gruñeron cuando Birch retomó frenéticamente la persecución.

Más adelante, el motorista uniformado acortaba distancias con el Nissan.

—No te acerques más —murmuró Birch entre dientes.

La moto ganaba terreno a cada segundo.

—Estamos bajando por Stamford Street —dijo Johnson al micrófono—. Que todas las unidades se unan a nosotros.

Más semáforos.

El Nissan pasó otro más y por poco no chocó con un Mercedes. Hubo más bocinazos y chirridos de neumáticos; mientras el Renault proseguía la caza de su presa, Birch percibió un intenso olor a goma quemada.

La moto del policía estaba ahora a pocos metros del Nissan. El motorista aceleró súbitamente y se colocó paralelo al vehículo.

Birch meneó la cabeza.

—Dile que se quede atrás —dijo.

Johnson estaba acercándose el micrófono a la boca cuando, de repente, el Nissan se bandeó violentamente hacia la izquierda y embistió al motorista, que perdió el control.

La moto se subió a la acera, pero el conductor pudo controlarla y bajarla de nuevo a la calzada.

—¡No! —gritó Birch.

El Nissan volvió a bandearse hacia la izquierda con un violento volantazo embistiendo de nuevo a la moto, ahora con más fuerza.

Esta vez, la moto fue a dar contra una fila de coches aparcados y acabó estrellándose contra el flanco de un Vauxhall. El impacto despidió al policía, que golpeó contra el capó del Vauxhall, rodó sobre él y cayó del otro lado. Mientras, la moto se estrelló contra el coche y rebotó hacia la carretera, con las ruedas todavía girando.

Birch dio un volantazo para evitar el obstáculo, pero una de las ruedas delanteras golpeó contra la moto.

Se oyó un ruido de cristales rotos. Fragmentos del parabrisas de la moto y de uno de los faros del Renault se desparramaron sobre el asfalto como una ráfaga de brillantes esquirlas.

Oyó gritos detrás, pero no apartó la mirada. No se distrajo del Nissan al que seguía persiguiendo.

Johnson se volvió en el asiento y vio al policía herido que yacía inmóvil sobre el asfalto, la gente corría hacia él, algunos para ayudar, otros, simplemente para mirar con desconcierto su cuerpo.

A la derecha apareció el severo edificio del Teatro Nacional.

Más adelante, el tráfico de la rotonda apuntaba directamente hacia ellos.

—Está yendo hacia Waterloo Bridge —dijo Birch.

—A todas las unidades —repitió Johnson al micrófono—. El sospechoso va a cruzar el río por Waterloo Bridge.

Birch giraba el volante a izquierda y derecha intentando no chocar con nada. Frente a él, el Nissan se abría camino en medio de un tráfico intenso, ignorando los bocinazos, y logrando siempre salir adelante. Finalmente, giró a la izquierda, hacia el puente.

Birch lo siguió, esquivando por poco a un taxi cuyo conductor gesticuló airadamente hacia él.

—¡Apártese del medio! —gritó el inspector al pasar; temblaba al ver que los coches se cruzaban en su camino.

El Nissan prosiguió.

Embistió a una mujer que salió despedida hacia atrás, cayó sobre el empedrado y se golpeó violentamente la cabeza.

—Cierren el acceso a Waterloo Bridge —ordenó Birch con aspereza.

El helicóptero de la policía, al ver el espacio abierto sobre el río, volvió a bajar súbitamente en picado y se quedó a unos treinta metros del Nissan.

—Todas las unidades deben converger —ordenó Johnson—, Strand y Aldwych.

—Ahora el bastardo no tiene por donde escapar —farfulló Birch, y apretó con más fuerza el acelerador.