CAPÍTULO XVI

El Anillo de Tolkien

E

n El Anillo de Tolkien hemos rastreado el símbolo del anillo y la tradición de su búsqueda a lo largo de los milenios. Hemos visto cómo J.R.R. Tolkien se inspiró en el mito, la historia y la literatura de muchas culturas para la creación de un relato épico de múltiples niveles, El Señor de los Anillos. No obstante, sin rechazar la herencia tradicional, Tolkien transformó radicalmente el sentido de la búsqueda del anillo y la convirtió en algo nuevo y relevante para el siglo XX.

El sentido de la búsqueda del anillo cambia con cada época, y las circunstancias especiales o los «accidentes de la historia» en el siglo XX han hecho de esa búsqueda de la versión de Tolkien no sólo algo relevante y significativo, sino, hasta cierto punto, profético.

Con esto no quiero decir que El Señor de los Anillos sea una alegoría de nuestros tiempos. Con justicia Tolkien rechazó el punto de vista alegórico, demasiado limitado. En especial aborreció preguntas del tipo «¿Son los orcos nazis o comunistas?». El objetivo de Tolkien era a la vez más específico y más universal.

En una ocasión, Tolkien escribió: «Creo que muchos confunden “aplicabilidad” con “alegoría”, pero la primera depende de la libertad del lector y la otra de las intenciones del autor». En El Señor de los Anillos Tolkien cuenta la búsqueda del anillo con una simple verdad humana y moral. Sin embargo, la naturaleza de esa aventura y de esa posición moral eran innegablemente «aplicables» a los conflictos históricos más dramáticos del siglo XX.

Aunque Tolkien no pretendió relatar los acontecimientos de este siglo, sí reconoció al comenzar la escritura de El Señor de los Anillos en 1937 que algo del inminente conflicto con la Alemania nazi se podía distinguir en la sombría atmósfera de su composición. Además, ya que la mayor parte del libro se escribió durante los oscuros años de la segunda guerra mundial, hubo aspectos de esa guerra que se compararon inevitablemente con la «Guerra del Anillo».

Es interesante reparar en los propios comentarios de Tolkien al respecto durante la segunda guerra mundial en las cartas que le mandó a su hijo Christopher, que estaba estacionado con las fuerzas británicas en Sudáfrica. Le envió capítulos de El Señor de los Anillos en forma de serial a medida que los escribía, junto con cartas personales con referencias constantes a hobbits, orcos y anillos… como metáforas de individuos y temas concernientes a eventos reales en el conflicto con Alemania.

«Bueno, ahí tienes: un hobbit entre Urukhai», escribió Tolkien [Cartas, n.º 66]: «Manten el hobbitismo en el corazón, y piensa que ésa es la sensación que producen todas las historias cuando se está en ellas». No obstante, esto no significaba que los acontecimientos reales de la guerra fueran parte de su guerra inventada. La «Guerra del Anillo» de Tolkien se libraba por ideales, no por realidades políticas. En esencia hablaba de una crisis de moral humana que él veía en la guerra real, pero no sólo en el enemigo.

En una carta a su hijo Christopher [Cartas, ídem], escribió: «Porque estamos intentando conquistar a Sauron con el Anillo. Y (según parece) lo conseguiremos. Pero el precio es, como lo sabrás, criar nuevos Saurons y lentamente ir convirtiendo a Hombres y Elfos en Orcos. Esto no quiere decir que en la vida real las cosas sean tan claras como en una historia, y empezamos con un vasto número de Orcos de nuestro lado…».

Está claro que la guerra de Tolkien no se parecía a la que se libraba con Alemania. No quiero decir, ni mucho menos, que Tolkien fuera neutral.

En 1941 le escribió a otro hijo, Michael [Cartas, n.º 45], que en la época era oficial cadete en el Royal Military College, en Sandhurst.

He pasado la mayor parte de mi vida, desde que tenía tu edad, estudiando asuntos germánicos… que incluyen a Inglaterra y Escandinavia. Hay una fuerza (y verdad) en el ideal «germánico» lo que la gente ignorante no imagina… De cualquier modo, guardo en esta guerra un ardiente rencor privado —que me haría probablemente mejor soldado ahora, a los 49, que cuando lo fui a los 22— contra ese cabal ignorante, Adolf Hitler… Arruina, pervierte, aplica erróneamente ese noble espíritu nórdico transformándolo en algo para siempre maldito, suprema contribución a Europa, que siempre amé e intenté presentar en su verdadera luz. Entre paréntesis, nunca fue más noble que en Inglaterra, ni más tempranamente santificado y cristianizado…

En verdad uno incluso podría entender que ese «rencor» contra Hitler podría haber tenido alguna relación con la ambición de Tolkien de escribir una nueva versión de la búsqueda del anillo. En el siglo XIX, Richard Wagner reconoció la absoluta posición céntrica de la búsqueda del anillo en los vastos temas mitológicos de los pueblos europeos, y en especial de los germánicos. Deliberadamente, tomó el anillo como símbolo de la identidad, la herencia y el Estado alemanes. En el siglo XX, la música de El Anillo de los Nibelungos de Wagner pasó a estar tan íntimamente unida al partido nazi y al desarrollo del Tercer Reich que en la mente popular se tornaron sinónimos. Durante la segunda guerra mundial, los grandiosos temas y tradiciones de la búsqueda del anillo fueron usurpados (o como lo veía Tolkien: arruinados, pervertidos y erróneamente aplicados) por el Estado alemán con el que la nación de Tolkien estaba en guerra.

En un nivel, El Señor de los Anillos ciertamente es un intento por parte de Tolkien de reclamar el anillo como símbolo de ese «noble espíritu nórdico», desacreditado en Alemania. Con cierta justificación, Tolkien culpó a Richard Wagner y a sus herederos del oscurecimiento de esa «verdadera luz». Aunque el genio de Wagner es indiscutible, su política fue repugnante. La familia y herederos del gran músico no se resistieron a las presiones del partido nazi. La postura ideológica de Richard Wagner podrá ser evaluada hasta cierto punto por el hecho de que eligió dedicarle sus obras completas a Arthur de Gobineau, el padre de la teoría racista aria.

A favor de Tolkien está que viera desde el principio la naturaleza de la obsesión nazi con el Ciclo del Anillo de Wagner. Lo que atrajo a los nazis en la búsqueda del anillo fue la idealización de la persecución del poder por sí mismo. Tolkien valoraba la tradición de dicha búsqueda a muchos niveles, pero habiendo pasado ya por una guerra mundial, comprendió la naturaleza de la maldición del «anillo de poder» tanto como el mejor. Tolkien creía que incluso para el hombre bueno, la persecución del poder era algo maligno que siempre esclavizaría el espíritu y el alma de los seres humanos. Y, para empezar, en el Tercer Reich no había demasiados «hombres buenos».

Parece indudable que la motivación profunda que llevó a Tolkien a escribir de El Señor de los Anillos fue el deseo de poner orden en la historia, reclamando la tradición de la búsqueda del anillo y presentando el «noble espíritu nórdico» de Europa bajo su «verdadera luz». Así como eligió puntos menores para «desafiar» el uso que hizo Shakespeare del mito y la historia en Macbeth, a una escala mucho mayor, escribiendo El Señor de los Anillos «desafió» el modo en que Wagner empleó el mito y la historia en sus óperas del Ciclo del Anillo.

Tolkien comprendió la profunda crisis moral que había en el centro de la búsqueda del anillo tal como la percibió Wagner. Vio la devastación que la búsqueda del Anillo en la Edad de Hierro había descargado en el mundo, y fundamentalmente eligió volver a darle forma para el siglo XX. Lo hizo poniéndola del revés. El anillo de poder fue «destruido», invirtiendo el hechizo. El héroe de la búsqueda no se apodera de él; lo destruye arrojándolo al infierno donde fue fabricado.

En 1937, la imaginación de Tolkien comenzó a forjar su «Anillo Único» como un símbolo de poder absoluto que moral y físicamente contaminaba a todos los que lo tocaban. Ni siquiera habría sido capaz de adivinar cómo la historia daría alcance a esta lóbrega visión y haría que el relato pareciera casi profético. No podría haber imaginado en verdad cómo los científicos del mundo real pronto crearían algo tan poderoso, maligno y contaminante como el «Anillo Único» de Sauron, el Señor Oscuro.

Aunque El Señor de los Anillos fue escrito en su mayor parte durante los años de la guerra, no se publicó hasta 1954 y, Por esa época, la bomba atómica ya era parte de la imaginación popular. Parecía menos probable que el público comparara a Sauron con Hitler que al Anillo Único con la bomba. Fue difícil para muchos no creer que la idea del «Anillo Único» no estuviera inspirada en la bomba. Está claro, sugirieron algunos, que ningún lugar podría parecerse más a un terreno de prueba nuclear que la tierra de Mordor cargada de ceniza.

No cabe duda de que Tolkien estaba muy en contra de la bomba atómica. El 9 de agosto de 1945 le escribió a Christopher [Cartas, n.º 102]: «La noticia de hoy acerca de las “bombas atómicas” es tan aterradora que uno queda como aturdido. La completa locura de esos físicos lunáticos al consentir llevar a cabo un trabajo semejante con fines belicistas: ¡planear con calma la destrucción del mundo!».

No obstante, Tolkien insistió en recalcar que el Anillo Único estaba plenamente formado mucho antes de haber tenido idea alguna de las actividades de los científicos atómicos. En una carta escrita en 1956 [Cartas, n.º 186], le pareció necesario declarar: «Por supuesto, mi historia no es una alegoría del poder atómico, sino del Poder…». Sin embargo, Tolkien había reconocido que en un sentido más amplio el mensaje o la moraleja de la novela no excluía ciertamente el poder atómico.

En verdad su punto de vista sobre las armas nucleares no habría estado nada fuera de lugar en cualquier reunión del CND o las marchas que exigían la prohibición de la bomba.

La física nuclear puede utilizarse con ese fin [las bombas]. Pero no es necesario que se la utilice. No es necesario en absoluto. Si hay alguna referencia contemporánea en mi historia es a lo que a mí me parece el supuesto más extensamente difundido de nuestro tiempo: que si algo puede hacerse, ha de hacerse. Esto me parece totalmente falso. Los mayores ejemplos de la acción del espíritu y de la razón se encuentran en la abnegación. Cuando se dice que el P[oder] A[tómico] está «aquí para quedarse», me recuerda que Chesterton comentaba que, cuando oía decir algo parecido, sabía que, no importa a qué se refiriera, pronto sería desechado, y considerado lamentablemente anticuado y fuera de lugar. El poder llamado «atómico» es algo mayor que cualquier cosa que Chesterton pudiera estar pensando (lo he oído de los tranvías, la luz de gas y los trenes de vapor). Pero es seguro que tendrá que haber alguna «abnegación» en su utilización, una deliberada negación a hacer algunas de las cosas que es posible hacer con eso. ¡De lo contrario, nada quedará!

No obstante, aun retrospectivamente, todavía parece muy improbable que semejante profesor, «anticuado» confeso, que escribió sobre un mundo remoto e imaginario, con una mitología inventada increíblemente oscura, pudiera, de pronto, convertirse en un enorme culto en las universidades norteamericanas en los radicales y políticamente cargados años sesenta. Tolkien no era la idea que se tenía entonces de un profesor radical, por tanto, ¿qué había en su escritura que de repente fue tan relevante para las vidas y políticas de la cultura juvenil de los sesenta y que lo catapultó a la categoría de uno de los autores más populares del siglo?

En verdad, el enfoque de Tolkien del antiguo y grandioso tema de la búsqueda del anillo era tan inventiva y poco convencional como sus improbables héroes, los Hobbits. De hecho, El Señor de los Anillos llegó a ser el libro perfecto para la contracultura estudiantil. Estaba lleno de acción y aventura, pero daba la impresión de que en última instancia contenía un mensaje pacifista, y contra el establishment. Frodo Bolsón quizá no fuera exactamente un Gandhi de los Hobbits, pero rechazó las tentaciones del poder terrenal hasta un grado casi virtuoso. El movimiento estudiantil antibélico y a favor de la prohibición de la bomba de los años sesenta encontró un antihéroe en los humildes valores del hobbit, así como la cultura hippy propugnaba la vuelta a la tierra. Tolkien no habría podido tocar más fundamentos de la cultura juvenil de los sesenta ni aunque hubiera encargado un estudio de mercado.

Si Tolkien se mostró ambiguo sobre el «significado» de su novela, es indudable que los paralelismos entre el Anillo Único y la bomba no pasaron inadvertidos para los activistas de finales de los años sesenta y principios de los setenta. Basta sólo con leer The Greenpeace Chronicles de Robert Hunter para ver cuán íntimamente aliada estaba la contracultura con el mundo de Tolkien. Greenpeace se fundó en 1969 en Vancouver, Canadá, como una organización ecológica de guerrilla que intentaba detener las pruebas nucleares norteamericanas en la isla Amchitka en Alaska. A ese fin, Greenpeace fletó su primer barco y trató de impedir que se activara la bomba penetrando en la zona de pruebas.

Al escribir sobre este primer viaje de Greenpeace, Hunter cuenta cómo habían llegado a un punto en el que aun a los más animosos de los tripulantes les pareció que la misión tenía algo de cómicamente inútil. «Había algo allí realmente cómico: ocho marinos aficionados vestidos de verde, decididos a enfrentarse con el fuego más mortífero de nuestra era, como hobbits portando el Anillo hacia el volcán de Mordor».

La comparación los hizo recorrer un largo camino. Igual que hobbits extenuados, siguieron adelante. Si los hobbits podían vencer a las fuerzas de Sauron, ¿por qué un grupo heterogéneo de hippies no podía vencer al complejo industrial militar norteamericano? En un punto las válvulas y pistones del destartalado navío requirió tanto cuidado paciente y constante, mientras se movía a lo largo de la costa del Pacífico Norte, que los activistas de Greenpeace se nombraron a sí mismos la «Comunidad de los Anillos del Pistón».

En el relato de Tolkien, cuando el Anillo Único es por fin destruido, la subsiguiente erupción volcánica se parece mucho a una explosión nuclear… pero la explosión sólo aniquila a las malignas fuerzas del Señor del Anillo. Podría verse también en esa «destrucción» explosiva del Anillo Único la inversión, en un sentido moral, de la búsqueda tradicional del anillo. Esa mentalidad de la Edad de Hierro de que «la fuerza es igual al derecho» y que hizo que la búsqueda del anillo por el poder se convirtiera en algo tan importante, finaliza con la era nuclear: cuando la posesión de semejante poder sólo significa destrucción mutua.

Fue Albert Einstein quien advirtió al mundo: «El desencadenamiento del poder del átomo ha cambiado todo menos nuestro modo de pensar… si queremos sobrevivir, necesitamos una nueva manera de pensar».

La inversión que introdujo Tolkien en la historia de la búsqueda del anillo es una muestra de esta «nueva manera de pensar». La versión de Tolkien apunta a la necesidad de modificar las estructuras de poder. Tolkien vio las consecuencias del poder absoluto en dos guerras, y lo rechazó. En su mundo mítico privado comprendió una verdad humana: que la tecnología moderna ha traído a la humanidad una terrible amenaza: la bomba atómica. Si alguna vez hubo una manifestación del poder definitivo del Anillo Único, ésa fue la bomba. La «Guerra Fría» reconoció de mala gana que el poder de las armas nucleares era en última instancia autodestructivo.

Tolkien también mostró esa «nueva manera de pensar» en su inspirada elección de héroes. No hay que olvidar la importancia de los Hobbits; no serviría de nada cambiar la naturaleza de la búsqueda sin modificar la naturaleza del héroe. Tolkien no sólo invirtió la búsqueda del anillo; invirtió además muchas de las características que por lo general se esperan del héroe. Tolkien escribió [Cartas, n.º 131, nota al pie]:

Los Hobbits, por supuesto, representan realmente una rama específicamente humana (ni Elfos ni Enanos)… Carecen de poderes sobrehumanos, pero viven en íntimo contacto con la «naturaleza» y son extraordinariamente libres, comparados con las criaturas humanas comunes, y no conocen la ambición ni la codicia. Se los hace pequeños en parte para mostrar la mezquindad del hombre, estrecho de miras y poco imaginativo… y sobre todo para mostrar en criaturas de muy escasa fuerza física el asombroso e inesperado heroísmo de los hombres ordinarios «en casos de apuro».

En última instancia, la mayor fuerza de los Hobbits de Tolkien cuando luchan contra todo tipo de desventajas, es una decencia humana básica. Fue esa humanidad esencial, ese espíritu simple pero humano, lo que al final les permite triunfar. Y este elemento humano, combinado con la grandeza y suntuosidad de un mundo mítico magníficamente concebido bastan para explicar la continuada popularidad de Tolkien.

Sin embargo, en El Señor de los Anillos Frodo Bolsón, el hobbit, no alcanza a satisfacer la imagen del «héroe» clásico en el momento de la prueba definitiva. En ese último instante, al borde de las Grietas del Destino, la resolución del hobbit falla: se niega a destruir el Anillo Único. A pesar de las virtudes de Frodo, no fue la fuerza de su voluntad lo que permitió que se destruyera el Anillo Único y la Tierra Media se salvara.

Lo consiguió la caridad de Frodo Bolsón, injustificada y casi necia, por un enemigo que no la merecía. Por un sentido de misericordia, el hobbit permitió que el traicionero Gollum viviera. La razón tendría que haberle dicho que Gollum volvería a traicionarlo, pero el hobbit eligió obedecer lo que le exigía el corazón. Al final, la destrucción del Anillo Único fue posible porque Frodo se había apiadado de su enemigo, y Gollum había sobrevivido para traicionarlo de nuevo.

En el borde de la Grieta del Destino, Gollum lucha con el hobbit. Finalmente, vence a Frodo. Con ferocidad arranca de un mordisco el dedo en el que el hobbit lleva el Anillo. Luego, aferrando el Anillo Único, Gollum trastabilla y cae de espaldas en el abismo llameante. El Anillo Único es destruido.

En el hobbit Frodo, Tolkien descubrió a un hombre común del siglo XX que atrae y seguirá atrayendo a las gentes de cualquier época y lugar. En El Señor de los Anillos el hobbit nos enseña que «intentar conquistar a Sauron con el Anillo» ya no es el objetivo de la misión. Al final, es el corazón humano, no la sabiduría de la mente ni la fuerza del cuerpo, lo que salva al mundo. La sencilla capacidad humana para la misericordia es en última instancia lo que permite que el mal sea vencido.