El anillo del alquimista
l símbolo del alquimista era un anillo de oro con forma de serpiente que se muerde su propia cola. Este anillo serpiente es el Ouroboros, que significa «el que se muerde la cola», un símbolo de eternidad común a muchas mitologías. En diversas culturas la serpiente es la primera forma que emerge del caos, luego rodea el vacío y crea el tiempo y el espacio formando un anillo, convirtiéndose en Ouroboros y mordiéndose la cola. Encontramos este celestial anillo serpiente en la serpiente babilónica llamada Ea, la griega Ofión, la hindú Sheshna, la china Naga y la nórdica Jormungand.
El anillo era un símbolo de la profesión del alquimista y una visión de la búsqueda alquímica, muy similar al que se le aparece en una visión al poeta metafísico del siglo XVII, Henry Vaughan, en su poema El Mundo: «La otra noche vi la Eternidad/como un gran Anillo de pura e infinita luz/tan serena como brillante/y alrededor, por debajo, el Tiempo en horas, días, años/impulsado por las esferas…».
Para el alquimista el anillo de forma de serpiente «eterna» (o que mostraba la efigie \|f de una serpiente), fabricado con oro «inmortal», era el símbolo del verdadero conocimiento. Se podría decir que era el «Anillo Único», que gobierna todos los otros.
De acuerdo con la tradición, la alquimia se desarrolló a través de una combinación de ciencia natural y sabiduría sobrenatural, personificadas en las artes del chamán (o mago) y del herrero. Estas artes preservaron los símbolos y misterios de la metalurgia, emblemas en última instancia de aquel que domina el fuego física y espiritualmente.
Tradicionalmente, el alquimista, como el herrero y el mago, tiene el título de «amo del fuego». El dominio del herrero sobre el fuego es bastante obvio en la forja de metales. El mago —desde el más oscuro chamán tribal hasta otros como Gandalf— manipula el fuego y las llamas como una demostración de poder espiritual. De hecho, en muchas culturas los magos, faquires y chamanes son comúnmente famosos por caminar sobre ascuas al rojo y escupir fuego. El alquimista emplea tanto el fuego físico como el espiritual para transformar el mundo de la naturaleza.
En el mundo de J.R.R. Tolkien en El Señor de los Anillos el alquimista maléfico extremo es Sauron, el Señor del Anillo. Sauron es un mago (o hechicero) y un herrero que forja el sobrenatural Anillo Único y tiene todos los antecedentes propios del alquimista maligno. En un principio había sido un buen espíritu de fuego, aprendiz del dios herrero valariano Aulë. Traicionó a su maestro y se convirtió en discípulo de Melkor, el mago Oscuro. Como en otros hechiceros, la fuerza de Sauron no depende simplemente de las armas. A través de una combinación de sus destrezas como mago y herrero, crea el arma definitiva, el Anillo Único de Poder.
Tolkien nos cuenta que los mortales Hombres del Este y los Sureños veían a Sauron como rey y dios, y le temían porque vivía en una casa envuelta en llamas. Sauron construyó la Torre Oscura de Mordor cerca del llameante volcán del Monte del Destino. Las volcánicas «Grietas del Destino» lo condujeron «al núcleo de la tierra». Allí, «en medio de la Tierra de Mordor había fabricado el Anillo Único».
Muchas razas cayeron rápida y fácilmente bajo el encantamiento del Anillo Único, pero los enemigos de Sauron que no pudieron ser esclavizados de inmediato consiguieron resistir porque casi todos ellos conocían el poder alquímico. Éstos fueron los elfos Noldor, los Enanos y los Númenóreanos.
Los más grandes eran los elfos Noldor, que ya tenían el don de la «magia élfica» antes de convertirse en estudiantes y discípulos de Aulë el Herrero. (En los borradores originales de Tolkien los Noldor se llamaban Gnomos, del griego «Ge-nomos» que significa «morador de la tierra»; mientras que Noldor significa «conocimiento» en élfico, así como gnóstico —la secta alquímica— procede de «gnosis», «conocimiento» en griego). El más poderoso de los elfos Noldor era Fëanor (que significa «espíritu de fuego»), y que en El Silmarillion combina los encantamientos élficos y las artes de los herreros para forjar los famosos Silmarils. Éstas son las «joyas de luz» robadas por el amo de Sauron, Melkor, el Señor Oscuro, y que fueron causa de las guerras de la Primera Edad. El nieto de Fëanor fue el príncipe noldo Celebrimbor, Señor de los herreros elfos de Eregion, que forjó los Anillos de Poder por los que se libraron las guerras de la Segunda y Tercera Edad.
Los Enanos también fueron duros oponentes, pues eran una raza creada por Aulë el Herrero. Resistían el fuego, tanto físico como mágico. Eran gente obstinada, y, después de los Noldor, la más versada en las artes de la forja y el fuego; las armas y armaduras llevaban grabadas runas y hechizos enanos. El más grande de los Enanos fue Telchar el Herrero; había fabricado armas tan poderosas que una (el cuchillo llamado Angrist) se empleó para cortar el Silmaril de la corona de hierro de Melkor (Morgoth); y con otra (la espada Narsil) se cortó el Anillo Único de la mano de Sauron.
Los Númenóreanos y sus descendientes, los Dúnedain, aprendieron en la Tierra Media las artes alquímicas de los elfos Noldor y de los Enanos; y en algunas ocasiones incluso superaron a sus maestros. Como los Dúnedain del Norte y como los hombres de Gondor, descendientes todos de grandes pueblos y herederos de una antigua sabiduría, consiguieron resistirse a las tentaciones del mal. Sauron consideró que estos pueblos eran el principal obstáculo para sus planes de apoderarse de la Tierra Media.
Sin embargo, allí estaban también los Istari, los magos que fueron enviados por los Valar a la Tierra Media como adversarios de Sauron, el Señor del Anillo. No obstante, de los cinco magos que vinieron sólo Gandalf fue capaz de resistirse a Sauron. Gandalf, portando a Narya —el «anillo de fuego» élfico—, fue quien mejor entendió la naturaleza alquímica del conflicto. Fue Gandalf quien descubrió y tradujo la «lengua secreta» del Anillo Único, «escrita en fuego».
El anillo élfico de Gandalf y el Anillo Único de Sauron simbolizaban ambos el dominio del fuego alquímico, aunque había varios tipos de fuego. La alquimia maléfica que creó el Anillo Único comandaba el oscuro y satánico fuego que emanaba de las entrañas de la tierra. Se trataba de un poder alquímico que transformaba el mundo material —o al menos así parecía— y la ilusión de poder terrenal que la acompañaba.
La alquimia benéfica del anillo élfico de Gandalf comandaba el fuego celestial del espíritu. Cuando Círdan, el Carpintero de Barcos, le entrega el Anillo élfico Narya, le dice: «Toma ahora este Anillo… es el Anillo del Fuego, y quizá con él puedas reanimar los corazones, y procurarles el valor de antaño en un mundo que se enfría». Ese «buen» fuego alquímico que Gandalf comanda es un fuego del espíritu que no tiene un poder real sobre el mundo de la materia. Sin embargo, el fuego del espíritu tiene en cambio el poder de inflamar y exaltar el alma, porque en última instancia ha nacido de la celestial y sagrada «Llama Imperecedera» con la que Eru el Único —Dios— dio vida a todas las cosas.
Este duelo entre los dos tipos de fuego alquímico reaparece en la batalla de Gandalf con el demonio más poderoso de Sauron —el balrog de Moria— en el Puente de Khazad-dûm. En el desafío que le lanza al balrog, se ven claramente las diferencias entre esos dos tipos de fuego alquímico. Gandalf le dice al monstruo: «Soy un servidor del Fuego Secreto, que es dueño de la llama de Anor. No puedes pasar. El fuego oscuro no te servirá de nada, llama de Udûn. ¡Vuelve a la Sombra! No puedes pasar».
Este obstinado conflicto, desde luego, los llevó a la destrucción mutua. Gandalf lo había previsto, pero se sacrificó porque no había otra salida. Sin embargo, también comprendió que en última instancia el único modo de derrotar a Sauron y a su Anillo Único no era intentar vencerlo o arrebatarle el poder, sino destruir el proceso alquímico por el que estaba fabricado el Anillo. Una vez que Gandalf comprendió la «lengua del anillo», supo que sólo invirtiendo el proceso alquímico podría derrotar a Sauron. Tal como cuenta el folklore popular, es posible anular un hechizo recitándolo al revés, y Gandalf entendió que el único camino por el que se podía destruir el Anillo Único era invertir el proceso con el que se había fabricado. Esto explica que la búsqueda del anillo sea «hacia atrás» en El Señor de los Anillos. El Anillo Único debía ser llevado de vuelta al crisol original. Sólo allí, en el horno llameante de las «Grietas del Destino», donde el Anillo había sido forjado, era posible provocar la ruina del Anillo Único y destruir el poder de Sauron.
El Anillo Único de Sauron fue la última herejía alquímica, el opuesto maléfico de Ouroboros o el anillo serpiente del alquimista. Cuando Sauron habló con los herreros elfos de la Tierra Media y los convenció de que forjaran los otros Anillos de Poder, fue disfrazado como Annatar, el «Señor de los Dones». Apareció como un benevolente alquimista muy semejante al héroe griego Prometeo. Aunque en realidad era todo lo contrario. El anillo de Prometeo señaló al salvador que se esclavizó a sí mismo y dio a los mortales libertad, conocimiento y vida. El anillo de Sauron estigmatizó al tirano que esclavizó el mundo y dio a los mortales servidumbre, ignorancia y muerte.
Al considerar la tradición del anillo serpiente del alquimista, el Ouroboros, es esencial reconocer que también era el símbolo de la religión y filosofía de inspiración cristiana conocida como gnosticismo. En las doctrinas gnósticas, Jesús le dice a la Virgen María: «La oscuridad exterior es una gran serpiente que se muerde la cola y está fuera del mundo y rodea el mundo». El gnosticismo enseñó también que la serpiente y el Cristo eran figuras intercambiables y que ambos eran salvadores o «redentores».
En el siglo I d. C. no era fácil distinguir entre la religión gnóstica y la doctrina alquímica occidental. Esto con el tiempo fue una desgracia para la más antigua tradición alquímica. El gnosticismo tuvo tanto éxito entre los conversos que san Juan y san Pablo denostaron una y otra vez (y sin vergüenza difamaron) a sus misioneros y santos. Más adelante, los cristianos combatieron de forma tan despiadada las enseñanzas del gnosticismo que la posesión del anillo Ouroboros fue suficiente motivo para la acusación de herejía y brujería. El resultado fue que después del virtual exterminio del gnosticismo en el siglo VI, los fanáticos cristianos tendieron a considerar el anillo del alquimista como un vestigio satánico.
Si el Anillo Único de Tolkien era una versión maléfica del anillo del alquimista con su encantamiento secreto y la inscripción grabada a fuego, ¿de qué trataban los misterios de los anillos de los alquimistas? De modo casi inevitable, en el mundo hostil de la represión cristiana, la ya oscura y simbólica lengua de los alquimistas y gnósticos se hizo aún más reservada y oscura. El antiguo texto alquímico de Hortulanus, el Rosarium Philosophorum, advierte que tales estudios deben ser «transmitidos místicamente del mismo modo en que la poesía recurre a la fábula y a la parábola».
Una piedra angular de la fe occidental alquímica es la doctrina del siglo ni d. C. del erudito y visionario Zósimo el Panópolis. En Visiones de Zósimo se describen los rituales y el proceso real de la transmutación alquímica. Como ocurre siempre en la alquimia, la lengua es «secreta» de símbolos codificados. (En un sistema de alquimia taoísta, se nos dice, por ejemplo, que el tigre era el símbolo del plomo y el dragón el símbolo del mercurio. Sin embargo, es obvio que sistemas diferentes emplearon códigos diferentes, y que las «claves» para esos códigos se han perdido casi todas en los desiertos de la antigüedad).
Zósimo subraya la importancia de comprender las «palabras secretas» de su visión. «Esta introducción es la clave que os abrirá las flores del discurso que seguirá, a saber, la investigación de las artes, de la sabiduría, de la razón y del entendimiento, los métodos y revelaciones que aclaran el sentido de las palabras secretas». Lo extraordinario es que los símbolos y el patrón narrativo de estas Visiones se suman a lo que esencialmente es una búsqueda del anillo.
Las Visiones de Zósimo el Panópolis son visiones-sueños místicos en los que se ve a sí mismo como un peregrino en un largo y peligroso viaje: «Seguí el camino solo… de nuevo me perdí, desconociendo mi rumbo, y me detuve sumido en la desesperanza. Y una vez más, eso pareció, vi a un viejo descolorido por los años… Y lo insté: “Muéstrame el camino correcto”».
Al fin Zósimo, como el héroe del sueño, llega hasta un templo circular, como un enorme anillo de piedra. Lo describe como cortado «de una única piedra sin fin ni principio».
Allí el héroe recibe la instrucción «… empuña una espada, luego busca la entrada, pues estrecho es el lugar donde está la abertura. Hay un dragón allí, vigilando el templo. Hazte cargo de él; primero inmólalo… después, juntando las extremidades con los huesos de la entrada del templo, prepara un escalón, sube y entra, y encontrarás lo que buscas».
La visión de Zósimo cuenta la típica búsqueda del héroe, ayudado por un anciano consejero y guía (conocido por los nombres de Gandalf, Merlín, Odín), que le dice qué camino tomar y cómo con una espada sagrada podrá vencer a la serpiente que guarda la puerta del templo (que en sí mismo es un anillo), y encontrar lo que busca.
Sin embargo, hay ciertas peculiaridades en estas Visiones de Zósimo. El sueño-visión no comienza en realidad con el héroe que busca el anillo, como sucedería en las historias más tradicionales. De manera bastante extraña, las Visiones empiezan con Zósimo viendo a través de los ojos del dragón u Ouroboros cuando está siendo (voluntariamente) aniquilado por el héroe a quien llama «el sacrificador».
De este modo empiezan las Visiones de Zósimo: «Y mientras así hablaba caí dormido, y vi al sacrificador de pie ante mí… quien me venció, y me atravesó con la espada, y me desmembró de acuerdo con la regla de la armonía». Y aquí uno recuerda a los gnósticos, ya que tanto la serpiente como el Cristo son voluntarias víctimas de sacrificio y «redentores».
Una de las investigaciones más profundas de los estudios y símbolos alquímicos fue llevada a cabo por uno de los fundadores de la psicología moderna, Carl Jung. Al leer y estudiar las obras de Zósimo, y las Visiones en particular, Jung escribió: «Zósimo aquí está hablando en la lengua consciente de su arte, y se expresa en términos que, obviamente, son conocidos para su lector».
El sueño de búsqueda fue escrito conscientemente por Zósimo para transmitir la creencia alquímica en la transmutación de los metales y la fe en la transmutación del espíritu. En términos de la psicología moderna de Jung, este sueño buscaba la integración de aspectos opuestos del pensamiento humano y la armonía de la vida.
De nuevo nos encontramos con la lucha universal del dragón y el héroe, y cada vez en la victoriosa conclusión sale el sol: surge la conciencia, y se advierte que el proceso de transformación está ocurriendo dentro del templo (con forma de anillo).
En verdad es el hombre interior el que atraviesa las fases que transforma el cobre en plata y la plata en oro, y quien, de esta manera, experimenta un aumento gradual de valor… Suena muy extraño para los oídos modernos que el hombre interior y su crecimiento espiritual estén simbolizados por metales. Pero no se puede dudar de los hechos históricos, y la idea no se encuentra sólo en la alquimia.
Carl Jung observó también la importancia del anillo del alquimista en el «pensamiento circular» del sueño-visión y en la identificación de los soñadores tanto con el héroe como con la víctima, la serpiente. Jung concluyó que el héroe es tanto Ouroboros como lo es la serpiente, «cuya forma circular se sugiere con la forma del templo, una construcción que no tiene ni comienzo ni final». Las visiones de Zósimo son muy similares a los acertijos tallados en un famoso anillo de María Estuardo, reina de los escoceses, que decía: «En mi principio está mi fin».
¿De qué trata el sueño de búsqueda de Zósimo? En términos psicológicos Carl Jung lo entendió como el proceso de integración de la psique. Los alquimistas entendían el objetivo declarado de intentar transmutar metales bajos en oro puro como una manifestación material de una búsqueda espiritual, la transformación del alma mortal en un puro espíritu inmortal.
El peregrino de Zósimo entra en el templo con forma de anillo que es el crisol en el que los metales comunes son transformados en el «oro puro del alquimista» y que recibe el nombre de «Espíritu de Mercurio». Se nos habla entonces de la naturaleza del espíritu puro alquímico: «Mercurio tiene la naturaleza circular de Ouroboros, de ahí que esté simbolizado por el circulus simplex, del que es también el centro. Por lo tanto, puede decir de sí mismo: Soy Uno y a la vez Muchos en mí mismo».
Es notable la sencillez y sofisticación de esta afirmación. Tanto en el lenguaje de la psicología individual de Jung como en lo que podría ser una visión mística del universo, en Mercurio el Ouroboros, que es el anillo del alquimista, se nos ofrece el más sencillo símbolo de eternidad, y por ende la imagen esencial de Dios.
El descubrimiento de la alquimia fue para Jung una de las más grandes aventuras intelectuales de su vida. Poco a poco llegó a creer que «había dado con la contrapartida histórica de la psicología del inconsciente». En la alquimia y en los mitos vio símbolos de una lengua subconsciente y universal, una «lengua secreta» de la psique que el inconsciente comprendía, pero no la mente racional. Incluso adoptó el anillo-serpiente Ouroboros del alquimista como el símbolo de su propio instituto de investigación psiquiátrica.
Bien… pero ahora volvamos a nuestro asunto de la «lengua del anillo». Es interesante examinar esta idea históricamente en relación con las numerosas creencias en el poder de los anillos que han impregnado nuestra cultura. Un ejemplo importante es una de las más significativas figuras históricas de la alquimia y el gnosticismo, Apolonio de Tiana. Apolonio era un hombre instruido que en el siglo I d. C. había sido iniciado en el famoso culto pitagórico de Grecia junto con algunos de los hombres más sabios de entonces. Después de muchos años de estudio, guardó cinco de silencio y erró por las tierras de los brahmanes hindúes, donde alcanzó mayor conocimiento y sabiduría. Se dice que allí recibió de regalo siete anillos del maestro Iarco, brahmán y príncipe hindú. En cada anillo había una piedra distinta, y Apolonio los usaba uno a uno de acuerdo con los días de la semana: «pues se dice que los reverenció como divinos, de modo que se los cambiaba cada día y compartió con ellos sus más grandes secretos».
Las evidencias históricas sugieren que Apolonio era un erudito intachablemente compasivo que curó e instruyó a muchos. Sin embargo, se convirtió en la víctima de quince siglos de ataque cristiano. Fue tan envilecido en la propaganda cristiana que las consultas que hacía con su anillo empezaron a sonar más como el maléfico personaje de Tolkien, Gollum, que hablaba con su maligno «precioso», el Anillo Único. Tolkien nos cuenta que el Anillo Único parecía ser dueño de Gollum más que éste del Anillo, y que «le hablaba cuando no estaba con él».
¿Qué hay detrás de todo este asunto de «hablar con anillos»? ¿Son los testimonios sobre gente que se comunicaba con espíritus mediante los anillos invenciones ideadas para condenar a los herejes cristianos? ¿O había alguna base real que sustentase estas extrañas acusaciones?
Examinemos más de cerca el caso de Apolonio. Es muy probable que Apolonio de Tiana «consultase» los anillos tal como se rumoreaba. Además, en un sentido muy real, esos siete anillos contenían de hecho gran parte de los conocimientos secretos de Apolonio. Y, siendo un maestro afamado, se nos dice —y probablemente es cierto— que cuando otros caían bajo la influencia de Apolonio también adquirían «anillos mágicos» similares, que asimismo consultarían al estilo del maestro.
Resulta bastante obvio que los «siete anillos» de Apolonio eran un sistema de memoria que guardaba conocimientos místicos no muy distinto del sistema japonés del siglo XVI del maestro samurai Miyamoto Musashi. El sistema japonés es una guía de estrategia y artes marciales conocida como Go Rin No Sho o el Libro de los Cinco Anillos. En esta guía, cada anillo es de un elemento distinto: Anillo de la Tierra, Anillo del Agua, Anillo de Fuego, Anillo del Viento y Anillo de la Oscuridad; y cada uno enseña un aspecto diferente de estrategia militar.
Tal como la estudiosa histórica Francis Yates ha registrado en su libro The Art of Memory, el principal y a menudo único medio de aprendizaje en los tiempos antiguos y medievales era oral, y tenía que ser retenido en la memoria humana. Aun con el advenimiento de los eruditos ilustrados, y de los libros y registros manuscritos, hubo que esperar a la invención de la imprenta para que el conocimiento circulara ampliamente fuera de las tradiciones de enseñanza oral. Y hasta el siglo XIX, para la mayoría de la población europea el discurso oral siguió siendo el medio principal de aprendizaje.
En consecuencia, la primera prioridad de todos los estudiosos o eruditos en potencia era la adquisición de un sistema de memoria en el que los conocimientos pudieran ser almacenados y también retirados. Toda institución de enseñanza o secta tenía un sistema de memoria de algún tipo. Éstos eran de distintas formas y más o menos complejos. A menudo, sugirió Francis Yates, alcanzaban una forma arquitectónica, como templos macizos con extensos campos y jardines. Cada parte del edificio representaba una categoría diferente dentro de la cual se podía almacenar un arte o ciencia distintos. Los sistemas más grandes contenían a menudo otros más pequeños que comprendían escaleras, cuerdas y anillos.
Es bastante evidente que Apolonio enseñaba un sistema de memoria de alquimista, una especie de «oráculo del anillo» o una forma de dactilomancia intelectual. En ese sistema de memoria cada anillo era el catálogo de una biblioteca de conocimientos gnósticos y alquímicos.
Así, y de modo más bien extraño, esas recurrentes acusaciones de brujería por consultar anillos comienzan a tener algún sentido. Además, la noción de aprender una lengua secreta de los anillos como medio para obtener sabiduría y poder también tiene una explicación racional. Indudablemente el recitado del contenido de cada anillo era un medio necesario para mantener el sistema de memoria. Como pitagórico entrenado, Apolonio tenía que disponer al menos de un sistema de memoria ya desarrollado y en uso; los «siete anillos» eran probablemente un sistema nuevo y adicional de su propia invención.
Los primeros oponentes cristianos del gnosticismo eran primordialmente de naturaleza fundamentalista y antiintelectual. Los arzobispos cristianos quemaron con orgullo las antiguas bibliotecas grecorromanas, cerraron universidades y empujaron a los estudiosos al exilio. Muchos eruditos tuvieron que huir a Bagdad y otras partes del mundo islámico. En verdad, sólo la tolerancia y la ilustración intelectual de los jefes del Islam de la época, gran parte del arte, la ciencia y la literatura de la antigua civilización grecorromana se habría perdido para siempre.
La locura y la paranoia de la cristiandad fundamentalista emergió una y otra vez en el medievo, y el resultado inevitable fue la persecución de cualquiera con pretensiones intelectuales que no estuviese bajo la protección de la Iglesia. En consecuencia, es fácil entender cómo podían ganar en credibilidad los cargos contra alquimistas y otros estudiosos que «hablaban con demonios» encerrados en anillos. Sin embargo, desde un punto de vista tan simplista, cualquier tipo de sistema de memoria o recitado que pretendiese retener y transmitir conocimiento era sospechoso. De acuerdo con tales normas, no haría falta mucha imaginación para acusar a los piadosos cristianos de «hablar con demonios» y de no contentarse con los hábitos mucho menos exigentes de pasar las cuentas del rosario o recitar las estaciones de la cruz.
Los alquimistas y los gnósticos eran también conocidos por utilizar otro «oráculo» afín, pero distinto. Se trataba de la «ofimancia» o un oráculo de serpientes que fue muy desarrollado por la secta gnóstica ofita. Todas las sectas gnósticas empleaban el anillo Ouroboros como símbolo, pero para los ofitas la serpiente era considerada la maestra de todo el conocimiento y la madre de todas las artes y ciencias.
De hecho, el sistema profético de la ofimancia es mucho más antiguo que el gnosticismo. En tiempos helenos la mayoría de los oráculos y centros de curación utilizaba la ofimancia como técnica profética y de meditación. Los templos guardaban inofensivas serpientes doradas que eran observadas por los peregrinos y sacerdotes con el fin de interpretar o aclarar los sueños proféticos.
Entre algunas sectas la ofimancia se desarrolló hasta convertirse en una técnica de meditación; mediante el pensamiento asociativo se conseguía liberar la mente inquisitiva. Para los simplistas cristianos todo esto era un ejemplo indudable de adoración a la serpiente y de «prácticas satánicas».
Uno se pregunta qué habrían pensado esos inflexibles padres de la Iglesia del científico del siglo XIX Friedrich August Kukule (más tarde Von Stardowitz). Kukule sabía mucho de alquimia, y contó cómo en una ocasión había empleado la ofimancia como técnica de meditación; el resultado fue el descubrimiento científico más importante de su vida.
En 1865, el descubrimiento más importante en la química moderna y en la comprensión de la estructura de la materia se produjo con la formulación de la «Teoría de Kukule». Se afirma que «tres cuartas partes de la química orgánica moderna es directa o indirectamente resultado de la teoría de Kukule».
La descripción del descubrimiento muestra claramente cómo reconocía y practicaba técnicas de meditación alquímicas.
Estaba sentado, escribiendo en mi libro de texto, pero el trabajo no progresaba; mis pensamientos se encontraban en otra parte. Puse la silla de cara a la chimenea y dormité. Una vez más los átomos caracolearon ante mis ojos. En esta ocasión los grupos más pequeños se mantenían modestamente en el fondo. Mi mente, más precisa por las repetidas visiones de ese tipo, ahora podía distinguir estructuras más grandes de múltiples formaciones: filas largas, a veces más próximas, entrelazándose y retorciéndose como en un movimiento de serpiente. Pero ¡mira! ¿Qué es eso? Una de las serpientes se había agarrado la propia cola, y la forma remolineó burlonamente ante mis ojos. Desperté como si hubiera recibido una descarga; y también esta vez pasé el resto de la noche desarrollando las consecuencias de la hipótesis.
Aquí encontramos a Ouroboros viniendo a través de los siglos en la forma de siempre, enigmática y radiante. La hipótesis que Ouroboros sugirió a Kukule dio como resultado la teoría del núcleo bencénico. Fue el descubrimiento que proporcionó a la química la hipótesis ahora aceptada de que toda la naturaleza orgánica se basa en la estructura del ciclo de carbono.
Para el alquimista y el gnóstico, el anillo serpiente Ouroboros contenía el secreto mismo de la vida. En la visión de Kukule, aunque el anillo alquímico no reveló el verdadero «secreto de la vida», al menos fue el medio que sacó a la luz uno de sus secretos.
Examinando la tradición del alquimista en la historia del anillo, podemos encontrar en Sauron, el Señor del Anillo, algo de la oscura visión del mundo cristiano: un maléfico alquimista que usa un «anillo de poder» para destruir o esclavizar la vida. Hay bastantes anillos envenenados y otros que guardan pergaminos cubiertos de maldiciones para que sepamos que a veces los anillos eran empleados por los magos. No cabe duda de que algunos practicantes de la brujería utilizaron anillos con fines malévolos; sin embargo, en su mayor parte el señor del anillo de la «verdadera» tradición alquímica comandaba y adoraba un anillo de una naturaleza exactamente opuesta.