Los Nibelungos
a épica nacional germana es el medieval Los Nibelungos, que es «La canción de la caída de la dinastía nibelunga». Los Nibelungos es la Ilíada de los pueblos germánicos escrita por un poeta anónimo alrededor de 1200 d. C. para ser representada en la corte austríaca. La épica combina elementos de mito con auténticos acontecimientos históricos del siglo V d. C. Éstos fueron la aniquilación catastrófica de los burgundios en las tierras del Rin por las legiones de hunos de Atila.
Aunque muchos ciclos heroicos medievales utilizan elementos de la Saga de los Volsungos nórdica, Los Nibelungos es la versión más directa de esa historia. Sin ninguna duda Sigfrido es el nórdico Sígurd, Gunter es Gúnnar, Krimilda es Gudrun, Brunilda es Brynhild y Hagen es Hogni. Aparte de los nombres germanos en vez de nórdicos, Los Nibelungos es más parecido a un mundo cortesano medieval que al mucho más primitivo mundo nórdico de los volsungos.
En El Señor de los Anillos, en oposición a El Hobbit y El Silmarillion y sus secuelas, el mundo que describe Tolkien es más próximo al mundo del caballero medieval germano Sigfrido de Los Nibelungos que al del heroico guerrero Sígurd de la Saga de los Volsungos. En ésta los dioses y los dragones se mezclan cómodamente con héroes mortales, mientras que en el mundo cortesano de la épica de Los Nibelungos, los dioses y los dragones no tienen un sitio real. La temprana hazaña de Sigfrido matando al dragón ocurre «entre bastidores». Es un evento del que sólo se habla; más un rumor ancestral que un acontecimiento verdadero. El dragón apareciendo en el campo de batalla medieval de Los Nibelungos sería tan incongruente como el dios Odín presentándose como invitado en la ceremonia nupcial de Sigfrido en la catedral de Worms.
Esto resulta igualmente cierto del cortesano reino de Aragorn, Gondor, en El Señor de los Anillos. Tales eventos, como la muerte de dragones, también tienen lugar «entre bastidores», bien en el mundo de cuento de hadas de El Hobbit o bien en el mundo genuinamente mítico de El Silmarillion. Igual que con Los Nibelungos, también se podría decir que la aparición de Smaug el dragón en el campo de batalla en El Señor de los Anillos sería tan incongruente como si el dios valariano Manwë se presentara como invitado en la ceremonia nupcial de Aragorn en Gondor.
Ninguna investigación del tema de la búsqueda del anillo estaría completa sin examinar Los Nibelungos. Igual que con la Saga de los Volsungos, la historia de esta épica se contará en su totalidad sin interrupciones o comparaciones inmediatas con El Señor de los Anillos de J.R.R. Tolkien.
Los Nibelungos es el cuento de la rivalidad de dos reinas. Una es la gentil Reina Krimilda que, con tres hermanos, gobierna el reino burgundio del Rin. La otra es la guerrera Reina Brunilda que, sola, gobierna en la lejana Islandia. Las dos son reinas doncellas de gran belleza.
Una noche la Reina Krimilda tiene un sueño profético. Un halcón está posado sobre la enjoyada muñeca de Krimilda. Ese halcón no tiene igual, es la más atesorada de todas las cosas que Krimilda considera suyas. No obstante, sin advertencia previa, dos águilas atacan al ave en vuelo. Ante los ojos de Krimilda, las águilas destrozan al halcón y se sacian con su carne.
La joven Krimilda va a ver a su madre, mujer sabia en la interpretación de sueños, aunque no puede tranquilizar a su hija. El halcón es un príncipe al que Krimilda amará y con quien se desposará, mientras que las águilas son dos asesinos que destruirían a ese príncipe.
Y así, a causa de ese sueño, Krimilda juró que no se casará con ningún hombre, aunque muchos caballeros atentos la desean y le cantan alabanzas. Ni hay nadie que pueda obligarla a casarse, pues su voluntad está protegida por sus tres hermanos, los poderosos Reyes de la tierra del Rin: Gunter, Gernot y Giselher.
Sin embargo, el destino no permitirá que Krimilda mantenga ese juramento, Al norte del reino del Rin están los Países Bajos y la gran ciudad de Xanten. Allí vive el héroe Sigfrido, hijo de Sigmundo y de la Reina Siglinda, el poderoso guerrero que ganó fama por adentrarse en el norte en el país de los Nibelungos, el reino más rico del mundo. Allí ha matado a doce guardianes gigantes de la tierra de los Nibelungos, y les ha arrebatado la antigua espada llamada Balmung, con la que derrota a setecientos hombres. Y al final luchó con dos poderosos reyes de los Nibelungos, y mató a ambos en el fragor del combate.
No obstante, el último guardián del gran tesoro de los Nibelungos era más sutil y peligroso que los demás. Se trataba del viejo enano Alberico que no sólo tenía una fuerza enorme, sino que además llevaba la Tarnkappe, la Capa de la Invisibilidad. De modo que Sigfrido luchó con un enemigo invisible, pero al fin inmovilizó al enano y lo derrotó, y de él obtuvo tanto la capa mágica como el tesoro de los Nibelungos.
Tan vasto era que harían falta cien carretas sólo para llevarse las piedras preciosas, aunque éstas no eran más que una pequeña pizca entre los montículos de oro rojo que se apilaban en los suelos de la caverna secreta.
Por la fuerza de las armas, Sigfrido se convierte en señor del tesoro y la tierra de los Nibelungos, y regresa a Xanten para gobernar también los Países Bajos. Sin embargo, ése no es el fin de las hazañas de Sigfrido, pues además de incontables combates con otros hombres, también mata a un dragón. Y esta proeza no sólo le da justa fama, también lo hace invencible; después de matar al monstruo, se baña en la sangre del dragón y la piel se le endurece, como si fuera de cuerno, de modo que ningún arma puede atravesarla.
Cuando Sigfrido cabalga hacia el sur en busca de aventuras, llega al país de los burgundios, y allí los tres Reyes del Rin lo reciben con honores. Permanece casi todo el año en la tierra del Rin, en la gran ciudad de Worms, y él y el Rey Gunter se juran amistad. No obstante, hay otro motivo para el viaje de Sigfrido. Ha oído hablar de la belleza de Krimilda y espera poder conquistarla.
Sigfrido ha razonado bien pues, desde lo alto de su torre, Krimilda ha observado a menudo al héroe en la celebración y en el combate. Basta que lo vea para que el amor la invada al instante, y pronto descarta la resolución tomada de no entregar su corazón a ningún hombre.
A medida que el año de la visita de Sigfrido llega a su término, hay una llamada a empuñar las armas. Los ejércitos combinados del Rey de los sajones y del Rey de los daneses se unen en un enorme cuerpo para luchar contra los burgundios. Sigfrido defiende la causa burgundia. Tan grande es su valor que aunque conduce una fuerza de sólo mil caballeros, aplasta un ejército de veinte mil sajones y daneses en un día.
Poco después de haber servido así a los burgundios, Sigfrido le pide a Gunter la mano de su hermana. Gunter acepta, pues sabe que el corazón de Krimilda rebosa de amor por ese hombre, y que su reino no tiene un aliado y amigo más firme. Sin embargo, explica Gunter, aún hay un obstáculo antes de que se pueda bendecir la unión. Como Gunter es el hermano real mayor y el Rey Supremo del Rin, él ha de casarse primero de acuerdo con las leyes del país.
Entonces Gunter revela que está enamorado de la hermosa doncella reina que gobierna en Islandia. Pero la Reina Brunilda no es una mujer corriente. Es una reina guerrera bendecida con fuerza sobrenatural, y ha jurado que no se desposará con ningún hombre a menos que éste sea capaz de derrotarla en tres pruebas de fortaleza. Quien lo intenta y fracasa, es condenado a muerte. Y aunque muchos han tratado de conquistarla, todos han fracasado y todos han muerto.
El Rey Gunter —acuerdan entonces— le concederá a Sigfrido la mano de la Reina Krimilda si éste ayuda a Gunter a conquistar a la hermosa Reina Brunilda. Sigfrido y Gunter parten en barco rumbo a Islandia. Sólo los acompañan dos bravos súbditos de Gunter: Hagen de Trónege y su hermano Dankwart. Se trata de una misión matrimonial, por lo que van desarmados, aunque vestidos con finos atavíos.
La ciudad-fortaleza de la Reina Brunilda tiene sesenta y ocho torres y tres palacios, y la estancia real es un edificio de mármol de color verde mar. Los viajeros son graciosamente recibidos por la Reina en un trono festoneado de seda y oro. Es tan hermosa como se decía. En la mano lleva un antiguo anillo de oro, y en la cintura una faja adornada con piedras preciosas: una argentería de fina seda trenzada de Nínive.
En el acto el corazón de Gunter se prende de Brunilda, pero ella habla primero con Sigfrido, pues la Reina entiende que éste es el más noble, y quien viene como pretendiente. Sigfrido le asegura entonces falsamente que él es un súbdito del Rey Gunter, el más grande y fuerte de los héroes, y que el Rey Gunter es quien se presenta a competir por su mano. Con cierta renuencia la Reina acepta el desafío de Gunter y aprueba la contienda.
La Reina Brunilda se planta sola en la vasta arena, y a su alrededor se levanta un anillo de hierro de setecientos hombres armados que serán los jueces de la contienda. La reina guerrera viste una armadura de acero adornada de oro y gemas. Hacen falta cuatro hombres fuertes para levantar el escudo brillante, y tres para transportar la lanza; ella empuña ambos y los blande como si fueran juguetes de niños. Entonces entra en la arena el pretendiente y retador, el Rey Gunter del Rin. Sin embargo, aunque da la impresión de encontrarse solo ante la reina guerrera, no es así. El artero Sigfrido se ha cubierto con Tarnkappe, la capa mágica, que no sólo lo vuelve invisible sino que además tiene el poder de aumentar por doce la fuerza de quien la lleva.
Entonces, cuando se inicia la contienda de jabalinas, es el invisible Sigfrido quien se planta delante de Gunter y para la fuerza del tiro de la Reina. De haber estado solo, Gunter habría tenido una muerte segura, pues aunque la fuerza de Sigfrido es de doce hombres, ambos héroes trastabillan cuando la lanza golpea y una lengua de fuego atraviesa el escudo. Brunilda se sorprende al ver que Gunter no cae. En cambio, parece que Gunter levanta la lanza de ella y apuntando con el extremo romo hacia adelante —para no matar a la doncella— arroja el arma con fuerza. Brunilda cae al suelo, pero ha sido la mano invisible de Sigfrido la que tiró la lanza.
Luego siguen otras dos pruebas. El lanzamiento de una gran piedra y el salto de longitud. La piedra es tan pesada que se necesitan doce hombres para transportarla a la arena. Sin titubeos, la Reina Brunilda la alza y la arroja por encima de doce hombres echados en el suelo en una sola línea; enseguida da un gran salto que supera la distancia de la piedra.
En réplica silenciosa, Gunter se acerca a la piedra y da la impresión de levantarla sin esfuerzo, pero una vez más es el invisible Sigfrido quien acomete la hazaña y tira la piedra mucho más lejos que Brunilda. Luego, tomando a Gunter por la cintura, Sigfrido salta en el aire llevándolo consigo y aterriza mucho más allá de donde cayera su piedra.
De modo que por la fuerza y la astucia de Sigfrido, Gunter ha conquistado a su amada, y la orgullosa Reina Brunilda parte al reino del Rin. En la corte de Gunter en Worms hay grandes festejos y júbilo. Se celebrarán dos bodas reales: la de Gunter y Brunilda y la de Sigfrido con Krimilda.
Los invitados reciben regalos de brazaletes, medallones y anillos, mientras que un anillo de hierro compuesto por caballeros armados rodea a las parejas mientras se pronuncian los juramentos sagrados. Gozosos, Gunter y Sigfrido salen de la capilla con las dos hermosas novias. Al llegar la noche, se retiran a sus lechos nupciales mientras los invitados siguen celebrando.
Por la mañana, Sigfrido y Krimilda están radiantes, pero Gunter parece perturbado, y Brunilda, distante y reservada. Gunter no muestra nada del júbilo y orgullo naturales del desposado. En verdad, esa misma tarde va a confiarse a Sigfrido y le cuenta su humillación.
La noche de bodas, Brunilda le dice a Gunter que aunque él la había ganado por la destreza mostrada en la arena, ella no le entregaría voluntariamente su cuerpo. Pues darse a un hombre rompería el encantamiento y ella perdería la fuerza de guerrero que tiene ahora. Cuando Gunter intenta reclamar sus derechos nupciales, Brunilda simplemente se echa a reír. Lo ata con su faja trenzada y lo cuelga como un cerdo muerto de un gancho de la pared hasta el amanecer.
Una vez más Sigfrido se ve metido en una intriga contra la reina guerrera. Esa noche, bajo la oscuridad y llevando Tarnkappe puesta, la capa mágica de la invisibilidad, entra en el dormitorio de Brunilda. Ocupa el lugar de Gunter y se tiende en el lecho de bodas. Creyendo que es su esposo quien está allí en la oscuridad, Brunilda lo golpea con tal fuerza que la sangre mana de la boca de Sigfrido y es arrojado al otro extremo de la habitación. Luchando, Brunilda aferra las manos de Sigfrido con tanta fuerza que la sangre brota de las uñas del héroe, empujado contra la pared. Pero al fin prevalece el enorme poderío de Sigfrido. La levanta del suelo, la arroja boca abajo sobre la cama y por la fuerza bruta la aplasta entre sus brazos tan ferozmente que todas las articulaciones del cuerpo de ella crujen al unísono. Sólo entonces ella se rinde y le grita a su conquistador que la deje vivir.
Ahora bien, la mayoría de los que cuentan esta historia dicen que en ese momento Sigfrido fue un amigo honorable de Gunter y que aquella noche no descansó en la adorable cuna de las largas extremidades de Brunilda. Pero sea cual fuere la verdad del asunto, hubo al menos un modo en que Sigfrido deshonró a esa mujer orgullosa. Pues ve en la oscuridad el apagado centelleo del oro rojo, el anillo de Brunilda, y se lo quita de la mano. Luego, al abandonar el lecho matrimonial, también se lleva la enjoyada faja de seda trenzada de Nínive.
Sigfrido huye sigiloso de la cámara oscura, y Gunter se mete en el lecho de la esposa vencida que ya no se atreve a resistirse. Cuando amanece, Brunilda está tan pálida y dócil como la más mansa de las esposas. Pues con la pérdida de la virginidad y del anillo, la fuerza de guerrero de Brunilda la ha abandonado para siempre, y se ha convertido en una esposa buena y servil.
Doce años transcurren felizmente. Sigfrido y Krimilda viven juntos y gobiernan los Países Bajos y el país de los Nibelungos desde el palacio de Xanten, mientras Gunter y Brunilda hacen lo mismo en las tierras del Rin. Un día Gunter invita a Sigfrido y a su hermana a asistir a un festival en la corte.
Quizá fue el antiguo poder del anillo el que lo fraguó, o tal vez la culpa radicara en el orgullo de Sigfrido. De cualquier manera, Sigfrido cometió un trágico error, pues allí en Xanten regala a su esposa el anillo y la faja de seda que le arrebatara a Brunilda en el lecho nupcial. Y aún más neciamente, revela a Krimilda el secreto de la conquista del anillo y de la faja.
De modo que un día las dos reinas se encuentran en la puerta de la catedral y surge entre ellas una disputa sobre quién debía entrar primero. Brunilda se muestra desconsiderada y pretende que Krimilda le muestre una injustificada sumisión, pues parece obvio que Sigfrido no es más que un súbdito de Gunter.
Krimilda no soporta ese insulto. Afirma que Sigfrido es el más grande, y súbdito de ningún hombre. Exasperada, olvida toda discreción. Exhibe ante Brunilda el anillo robado de oro rojo, y luego le muestra la faja enjoyada de seda trenzada de Nínive que otrora llevara Brunilda. Con desprecio, delante de todos los que desearan escucharlo, afirma que Brunilda había sido la concubina de Sigfrido antes de que se casara con Gunter, y que Sigfrido había tomado esos trofeos después de ser el primero en gozar del cuerpo de Brunilda en el lecho nupcial.
La humillada Brunilda corre a ver a Gunter y le cuenta la historia, demandando una reparación. Furioso, Gunter llama a Sigfrido. Sigfrido replica a Gunter que él no había gozado de Brunilda aquella noche. Sigfrido corrige ásperamente a su esposa y le exige que se disculpe. Para que Brunilda no descubra las otras estratagemas, con las que la engañó y la sometió, ordena que a su alrededor se forme un anillo de hierro compuesto por caballeros, y pronuncia un juramento sagrado diciendo que todas esas historias son falsas.
Ese falso juramento es el sello final del destino de Sigfrido. Pues aunque da la impresión de que la mayoría lo acepta, la prueba del anillo de oro y la faja ya no puede retirarse y corre el rumor del escándalo del lecho nupcial. Ante Brunilda se presenta el firme Hagen de Trónege, paladín de la Reina y el más intrépido súbdito del Rey. Brunilda enciende el corazón de Hagen, y los dos persuaden a Gunter de que sólo la venganza de sangre podrá devolverle el honor perdido.
En esa época surgen de nuevo en el Rin los rumores de guerra con los daneses. Una vez más Sigfrido se apresta para la batalla, pero Krimilda tiene horrendos presentimientos. Hagen va a verla diciendo que también él tiene maléficos presagios sobre la suerte de Sigfrido, pero afirma que no puede creer en ellos, ya que todos saben que Sigfrido está protegido por el encantamiento de la sangre del dragón. Fue entonces cuando Krimilda revela el secreto de la mortalidad de Sigfrido. Pues cuando éste se bañó en la sangre del dragón, una hoja de limonero le cubrió un sitio entre los omóplatos. Sólo ese lugar de todo el cuerpo podía ser atravesado por un acero afilado. Siguiendo las instrucciones de Hagen, Krimilda cose en secreto sobre el jubón de Sigfrido una cruz diminuta que tapa ese punto mortal. Luego Hagen jura que siempre estará a la espalda de Sigfrido y que protegerá al héroe de cualquier golpe inesperado.
Al día siguiente, Hagen, Gunter y Sigfrido van a cazar en el bosque real. Cuando después de una larga persecución Sigfrido desmonta para beber de un arroyo, Hagen clava la lanza en la cruz y atraviesa la espalda de Sigfrido hasta llegar al corazón. Mortalmente herido, Sigfrido golpea el aire como una bestia salvaje y moribunda. Pero después del golpe de Hagen, Gunter agarra las armas de Sigfrido y huye, para que el héroe no pueda descargar su venganza con su último aliento.
Cuando al fin la sangre vital de Sigfrido se derrama sobre el suelo del bosque y deja de respirar, los asesinos regresan. Levantan su cuerpo y lo llevan a la corte, proclamando que había sido asesinado a traición por unos salteadores de caminos.
Con la muerte de Sigfrido, Brunilda piensa que su honor ha sido defendido por su esposo Gunter y su paladín, Hagen. No sólo ha provocado la muerte del hombre que la engañó; la orgullosa Krimilda está ahora desesperada. Además, como Krimilda no tiene esposo, Gunter la toma bajo su protección y con ese pretexto saquea el tesoro de los Nibelungos.
De esa manera, los burgundios se apoderaron del tesoro. Durante días y noches una caravana interminable de carretas cargadas de oro y joyas entra en la gran ciudad amurallada de Worms donde gobiernan Gunter y Brunilda. El tesoro llena la torre más grande de la ciudad. Es tan enorme que el Rey Gunter desconfía de sus guardianes y de otros que pudieran robarlo. Con sigilo, a lo largo de los años, al amparo de la noche, Gunter y Hagen saquean ese enorme tesoro y lo llevan a un lugar secreto en el Rin. Allí encuentran una caverna en un río profundo y esconden ese vasto tesoro de oro y piedras preciosas.
Durante un tiempo el poder y la fuerza del pueblo de Gunter no tienen parangón. Dueños del tesoro de los Nibelungos, cobran fama de ser la más rica de las naciones. En verdad, debido a que ese renombrado tesoro ahora descansa en sus tierras, los burgundios del Rin pronto fueron conocidos por todos los pueblos como los Nibelungos, dueños del tesoro de los Nibelungos, los hombres más afortunados.
Pero no todos en el reino estaban contentos. Entre éstos, la desconsolada Krimilda no había creído la historia de la muerte de Sigfrido. Adivina bastante de la verdad, y poco a poco la desesperación es sustituida por el deseo de venganza. Diariamente contempla el anillo de oro que lleva en la mano y que le recuerda la disputa que había sido la causa del traidor asesinato del héroe.
Por fin Brunilda decide que ya no puede tener a Krimilda dentro de la corte real, pues teme, con motivo, que la viuda de Sigfrido pueda fomentar una revuelta. Por casualidad, Etzel, Emperador de los hunos del Danubio, había enviado un mensaje a la corte nibelunga. El noble y anciano gobernante de los hunos deseaba casarse con la hermosa Krimilda. A menudo había oído hablar de su belleza, y además, se sentiría honrado de casarse con la reina viuda de Sigfrido el Matador del Dragón, y protegerla.
Gunter bendice esta petición. Otorga la mano de su hermana al Emperador Etzel y la envía a la ciudad huna de Gram, a orillas del Danubio. Entonces Gunter cree que él y Brunilda podrán vivir para siempre y que ya nadie vengará la muerte de Sigfrido.
Eso no sería así. Porque aunque llevan a Krimilda a la poderosa ciudad real huna de Gram y al palacio de Etzel a orillas del Danubio, jamás olvida su deseo de venganza. A pesar de que el generoso Etzel le proporciona todos los lujos y de que Krimilda finge felicidad en su presencia, ella sólo piensa en alcanzar un único objetivo.
El Emperador Etzel ignora las intrigas de Krimilda, y no le preocupa que la Reina tenga cada vez más poder entre los hunos. Krimilda consigue la alianza y obediencia juradas de gran cantidad de los súbditos de Etzel. Por compasión, por amor o por codicia, muchos caballeros le juran lealtad.
Después de muchos años, cuando Krimilda considera que tiene suficiente poder, convence a Etzel para que invite a los reyes nibelungos a visitar en el verano la ciudad de los hunos. Tan generoso y justo ha sido siempre Etzel con los Nibelungos, que éstos no sospechan ninguna mala intención. Así fueron a Gram los tres reyes nibelungos: Gunter, Gernot y Giselher; también fue el valiente Hagen y su hermano Dankwart; los poderosos guerreros Volker y Ortwine; y también mil heroicos hombres más. Ningún noble queda dentro de las murallas de Worms, y desde su torre Brunilda y sus sirvientes los observan partir.
En la ciudad del Emperador los festejos estivales se celebraron con boato y pompa. Hubo torneos, juegos y festivales de canción y danza. Sin embargo, los nibelungos no tomaron parte en los festejos, pues Gunter y Hagen vieron la feroz luz de odio que brillaba en los ojos de Krimilda. Ellos bien conocían la fuente de ese odio, aunque habían esperado que ella lo hubiera olvidado mucho tiempo atrás. Ya antes también ellos habían oído malos augurios a propósito del largo viaje a la tierra de los hunos.
En el duodécimo día arribaron a las amplias orillas del Danubio. Allí Hagen se encontró con las doncellas-cisne, esas mujeres fatales del río que algunos llaman ondinas y otros nereidas. De ellas Hagen obtuvo una visión profética: todos los Nibelungos perecerían por el fuego y la espada, y ninguno viviría para retornar a la tierra del Rin.
De modo que aunque todos los Nibelungos habían esperado que las ondinas hubieran transmitido a Hagen una visión falsa, la terrible expresión de Krimilda les anticipó que estaban perdidos. A partir de ese momento están siempre completamente armados entre los otros celebrantes. No tienen mucho que esperar. Esa misma noche Krimilda entra en acción mientras todos los caballeros nibelungos se encuentran en el salón de banquetes. En secreto, sin el conocimiento de Etzel, Krimilda envía a un grupo de hombres armados a las estancias de los escuderos nibelungos, y todos esos valerosos jóvenes son masacrados. Cuando las nuevas de la carnicería llegan al salón, Hagen se levanta de un salto y se planta sobre la mesa del banquete. Con implacable salvajismo, desenvaina la espada y cercena la cabeza del infante Ortlieb, el único hijo de Etzel, mientras éste juega en el regazo de su padre.
Entonces Hagen grita a los nibelungos y les dice que han caído en una trampa, que al igual que los escuderos también a ellos los matarán. Los caballeros nibelungos se lanzan a la batalla y la estancia se convirtió en un matadero. Aunque Etzel y Krimilda consiguen escapar, dos mil hunos son abatidos en esa contienda en el salón.
Para gran aflicción de Etzel, Krimilda llama a más legiones y aliados hunos. La estancia de los banquetes se transforma: las mesas exhiben extremidades y cabezas cortadas, en los platos de plata hay entrañas humanas, y las copas de oro rebosan de sangre. También Krimilda se transforma: antaño la más gentil de las damas, ahora un vengador ángel de la muerte. Inflexible, insta a los hunos a la batalla, y aunque más de la mitad de los nibelungos han muerto, mantienen abiertas las puertas del salón hasta que una muralla de cadáveres bloquea la entrada y los hunos tienen que mover a sus propios muertos para renovar la lucha.
Llena de furia, Krimilda pide antorchas y hace que incendien el salón para rechazar a los nibelungos. Pero el fuego no empuja fuera a los nibelungos, aunque muchos perecen por las llamas y el calor y el humo. Siguen luchando durante la ardiente noche. Refugiados bajo los arcos de piedra de la estancia mientras las estructuras de piedra arden alrededor, continúan batallando y cuando tienen sed beben la sangre de los muertos.
Durante el horror de esa noche parte de la fuerza nibelunga sobrevive, pero en el amanecer, la Reina llama a otros muchos soldados hunos. Estos atacan a los nibelungos en los restos calcinados del salón de banquetes. No obstante, pronto descubren que aun los pocos supervivientes de los caballeros nibelungos son un enemigo terrible, y muchos caen ante sus despiadadas armas.
Una parte de la fuerza nibelunga podría haber sobrevivido si un poderoso héroe, Dietrich, el Rey de Verona, no hubiese acudido en ayuda de los hunos. Dietrich no tiene gran deseo de enfrentarse a los valerosos nibelungos; sin embargo, por culpa de ellos ha perdido demasiados amigos y compatriotas. Sabe que debe actuar, de modo que envía a su noble lugarteniente, Hildebrando, con sus hombres al interior del arruinado salón. Le pide a Hildebrando que establezca algún tratado entre los nibelungos y los hunos para que él mismo no se vea arrastrado a participar en esa venganza.
Pero ese acto de reconciliación fracasa; la tregua se rompe hasta convertirse en una sangrienta disputa que abarca por completo tanto al ejército de Dietrich como a los destrozados supervivientes nibelungos. Sólo el herido Hildebrando vive para regresar con las desastrosas nuevas. Con expresión lúgubre, Dietrich se arma y entra en el destrozado salón y descubre que de toda la fuerza nibelunga sólo sobreviven los exhaustos pero desafiantes Gunter y Hagen. En una furia desesperada, Dietrich intenta empujar a los extenuados Gunter y Hagen contra la pared. Tan grande es su poder, que podría haber sido el mismo fantasma de Sigfrido quien los atacaba. Las armas de los nibelungos —incluso la espada Balmung que usurpara Hagen— les fueron arrancadas de las manos, y el fiero Dietrich los venció y los ató.
No obstante, Dietrich era un hombre compasivo, pues imploró a Krimilda que se apiadara de esos bravos caballeros. Durante un momento, dio la impresión de que Krimilda contendría su ira. En verdad ya se había convertido en un demonio vengador que estaba más allá de la redención. En la sala del trono declaró que aún quedaba por resolver el asunto de su legítima herencia: el tesoro de los Nibelungos tenía que ser traído a la corte de Etzel.
En secreto, Krimilda ya había ido a las celdas. Allí se encuentra con Hagen y falsamente le promete libertad si le cuenta dónde está escondido el tesoro de los Nibelungos. Hagen es un hombre sombrío y estoico, y no confía en ella. Le dice a la Reina que había pronunciado el juramento de no revelar jamás dónde estaba enterrado el tesoro de los Nibelungos mientras el señor Gunter viviera.
La Reina Krimilda ordena que Hagen sea encadenado y llevado a la sala del trono. Entonces, para horror de todos, arroja al suelo la cabeza cercenada del Rey Gunter, su propio hermano. El salvajismo de la Reina espanta al Emperador Etzel y al héroe Dietrich pero el fiero Hagen de Trónege suelta una carcajada.
No había habido ningún juramento de silencio. Hagen había provocado esa muerte porque temía que Gunter lo entregaría a cambio del tesoro. Pero ahora que Gunter ha muerto, sólo Hagen en todo el mundo sabe dónde está oculto el tesoro, y ninguna tortura conseguirá jamás que lo revele. Pues si no puede devolver el tesoro a la Reina Brunilda, por lo menos ahora será capaz de negarle esa recompensa a su rival. Hagen ríe en voz alta, alardeando de que está dispuesto a morir después de esa última y rica victoria.
La arrogancia de Hagen encoleriza a la Reina Krimilda. Se apodera de la espada de Hagen, la espada Balmung, que otrora perteneciera a Sigfrido, y antes de que el Emperador o sus cortesanos se recuperen del cruel asesinato de Gunter, cercena también la cabeza de Hagen de Trónege.
En ese momento todos ven que Krimilda se ha convertido en un ser monstruoso. Con ese último acto de traición la corte entera retrocede horrorizada. Todos saben que no hay humillación mayor para un caballero que morir a manos de una mujer. Es el lugarteniente de Dietrich, Hildebrando, quien lleva a cabo el deseo de los otros nobles. Avanza de un salto con la espada desenvainada, y en un acto que casi podría haber sido misericordioso, con una única estocada pone fin a la torturada vida de la Reina Krimilda.
Con la muerte de Hagen desaparece el último caballero nibelungo y el tesoro de los Nibelungos queda oculto para siempre. Sólo las ondinas y las nereidas del Rin saben dónde yace, y ellas no necesitan ni oro ni gemas. El antiguo anillo que fuera causa de toda esa desesperación es enterrado con la Reina Krimilda, en otro tiempo la más gentil de las mujeres. Mientras, su rival, la Reina Brunilda, en otro tiempo la más fuerte de su sexo, ahora está destrozada por la pérdida de su esposo, de su paladín y de todos sus bienes. Llora el desastre que exterminó a sus nobles caballeros y que la dejó sola en un reino vacío y en ruinas.
Así termina la historia de la rivalidad de las dos reinas.