CAPÍTULO IV

El dios del Anillo

O

dín era el dios supremo de la cultura vikinga. Era un dios, pero también un poeta, mago, guerrero, tramposo, transformista, nigromante, místico, chamán, y rey. Para Tolkien es también la figura individual más importante de cualquier mitología como fuente de inspiración de El Señor de los Anillos. En el personaje de Odín podemos ver a los dos grandes magos de Tolkien: Gandalf el Gris y Sauron el Señor del Anillo.

En Odín encontramos a una de las figuras mitológicas más complejas y ambivalentes. Es como una fuerza de la naturaleza ajena a nociones morales sobre el bien y el mal. En sus actos y hazañas no le preocupa la moral de los humanos, sino la adquisición y uso del poder.

Ésa es la diferencia fundamental entre el Mídgard nórdico y la Tierra Media de Tolkien. El mundo mítico de los nórdicos es esencialmente amoral, mientras que el mundo de Tolkien está dominado por la gran lucha entre las fuerzas del bien y del mal. En consecuencia, los atributos del más grande mago del mundo nórdico, Odín, se dividen en dos en el cuento moral de Tolkien: los aspectos «buenos» de Odín se encuentran en el mago Gandalf, y los «malos» en el mago Sauron.

En lo fundamental, toda la historia épica de El Señor de los Anillos trata sobre la lucha por el dominio del mundo entre estos poderes opuestos, encarnados en el duelo entre el mago negro y el mago blanco. Y el mensaje principal de Tolkien —por completo inexplicable para la filosofía y aspiraciones de los nórdicos— es que el «poder corrompe».

El relato de la búsqueda del anillo de Tolkien trata sobre la corrupción implícita en la búsqueda del poder absoluto, y cómo la persecución del poder es en sí misma maligna. Pronto averiguamos que aun cuando ese poder (tal como está personificado en el poder definitivo del Anillo Único) se busca por motivos que parecen esencialmente «buenos», corromperá necesariamente al que lo persigue. Lo vemos en Saruman, que en un principio era un mago «bueno» que demostró el clásico error moral de creer que «el fin justifica los medios». En su intento por derrotar a las fuerzas del «malo» Sauron, Saruman agrupa fuerzas que son en sí mismas malignas; este deseo de poder termina por corromperlo. De modo inconsciente Saruman se convierte en reflejo y aliado del ser maligno al que en un principio quería vencer.

En el mago Gandalf «bueno», descubrimos su sabiduría y fuerza de voluntad cuando se niega a tomar, o incluso sostener, el Anillo Único durante un solo momento por miedo a su propia corrupción. Bien sabe que moralmente el Anillo lo destruirá, tal como le sucediera a Saruman.

En los mitos de los nórdicos todos estos particulares dilemas no existían. Estos aspectos moralmente opuestos están encarnados en la solitaria figura de Odín el Mago que quiere dominar los nueve mundos, y la figura de Odín el Viajero que sólo cuenta con su ingenio para conseguir el poder. Durante sus años errantes, su vida fue en última instancia una búsqueda de su propio «Anillo Único». Se trataba del anillo mágico llamado Draupner, cuya adquisición fue una proclama de todo en lo que Odín se había convertido: «Señor del Anillo de los Nueve Mundos».

Aunque en los mundos de los nórdicos no cabían los escrúpulos morales de Tolkien, no obstante los nórdicos sabían que semejante búsqueda tenía un precio. Odín el errante era un buscador de conocimiento y visiones. Viajó por los nueve mundos haciendo preguntas a todas las cosas vivientes: gigantes, elfos, enanos, ninfas y espíritus del aire, del agua, de la tierra y de los bosques. Interrogó a los árboles, a las plantas y a las mismas piedras. Odín soportó a menudo tribulaciones y aventuras, y conoció la sabiduría de todas las cosas con que se encontró.

A medida que Odín vagaba por Mídgard —así como los magos «Istari» de Tolkien (que en su origen pertenecían a la raza valariana de los «dioses») erraban por la Tierra Media— creció en su sabiduría y poder.

Como Radagast el Pardo, Odín aprendió los idiomas de los pájaros y las bestias. Como Saruman el Blanco, habló con la lengua melosa de los poetas y oradores. Como Sauron el Señor del Anillo, obtuvo dominio sobre lobos y cuervos. Como Gandalf el Gris, adquirió un caballo mágico que era más veloz que los vientos tormentosos.

A menudo se ha observado que casi todas las religiones han nacido de las «sobrenaturales» tradiciones «chamanísticas», un conjunto de creencias prácticamente comunes a todos los pueblos tribales, y que han sido practicadas desde los albores mismos de la cultura humana. El chamán es un mago, místico, curador y poeta. Viaja entre los mundos de los hombres y los mundos de los espíritus y animales, e incluso a la tierra de los muertos. En este estado su yo-espíritu se puede convertir en un ave (a menudo un cuervo), o puede cabalgar sobre el lomo de un animal (con frecuencia un caballo mágico), o, sencillamente, puede tomar su propia forma humana. Pero en cualquiera de esas formas el yo-espíritu del chamán alcanza casi siempre los «otros mundos» trepando a un «árbol cósmico» que atraviesa el núcleo de los diversos mundos del espíritu.

En el mito nórdico «Yggdrásil», es un gran fresno, de poderosas ramas que sostienen a los nueve mundos. La copa de Yggdrásil toca los cielos por encima de Ásgard, y las raíces se hunden debajo de Hel. Además de pilar que sustenta esos nueve mundos, Yggdrásil es el medio por el que viaja entre ellos.

Esto explicaría la razón del nombre «Yggdrásil», que literalmente significa «el corcel de Ygg (Odín)». En muchos aspectos Odín es el «chamán supremo». Así como el chamán, en trance, trepa o cabalga árbol arriba, así Odín cabalga por Yggdrásil hacia los nueve mundos.

Los ritos de iniciación más difíciles los pasó Odín sobre Yggdrásil. Igual que el Cristo crucificado, Odín fue herido por una lanza y colgó del árbol sagrado durante nueve días y nueve noches. Colgando del árbol con gran dolor, Odín meditó sobre las marcas talladas en la piedra junto a las raíces de Yggdrásil. A la novena noche descifró las marcas y descubrió el secreto del alfabeto mágico conocido como «runas».

Por el poder de las runas consiguió su propia resurrección. De Yggdrásil cortó la rama de la que había colgado y se hizo un bastón mágico. Por la magia de las runas Odín era capaz de curar, hacer que los muertos hablasen, quitar poder a las armas, ganarse el amor de las mujeres y calmar las tormentas terrestres y marítimas.

Entonces, siempre sediento de más conocimiento, Odín fue a beber de la Fuente de la Sabiduría al pie de Yggdrásil… y también por esto tuvo que pagar un precio. Por un prolongado trago de la fuente, Odín debía sacrificar un ojo. Sin titubear, bebió y a partir de ese momento siempre fue el dios tuerto.

En El Señor de los Anillos vemos algunos de los ritos de iniciación de Odín en la batalla aparentemente fatal de Gandalf el Gris con el balrog. Este conflicto y un subsiguiente viaje interior místico, no distinto del de Odín, dan al fin como resultado la resurrección de Gandalf el Blanco. Gandalf, que ya sabía cómo leer runas, pronto muestra muchos poderes nuevos, siendo el menor la capacidad de inutilizar las armas.

El maligno Sauron es un mago demente, obsesionado con la adquisición de poder. Odín se convierte en el señor tuerto porque en su búsqueda sacrifica un ojo. Sauron se convierte en el señor tuerto porque lo sacrifica todo menos ese único ojo maligno. Nada queda de su espíritu y alma salvo ese llameante y maligno ojo.

En el mito nórdico, este último viaje interior por Yggdrásil, Odín actuó como Rey Mago. Ascendió a Ásgard donde los otros dioses comprobaron que era poderoso y sabio. De manera similar, en Tolkien, todos los «Pueblos Libres» de la Tierra Media reconocieron el poderío y sabiduría del resucitado Gandalf; y las fuerzas de la oscuridad reconocieron y aceptaron el dominio de Sauron en su resurrección definitiva como el «Ojo».

En su forma resucitada, Odín era un dios de terrible aspecto, inflexible, tuerto, de barba gris y tamaño gigantesco. Llevaba un abrigo gris con una ancha capa azul y un yelmo de guerrero con alas de águila. A sus pies se agazapaban los dos feroces lobos de la guerra («Voraz» y «Hambriento») y llevaba encaramados sobre un hombro dos cuervos espías-mensajeros («Pensamiento» y «Memoria»). El Rey de los dioses de Tolkien, Manwë el Señor del Aire, se parece más al Zeus olímpico, aunque comparte algunas de las características de Odín. Es inflexible, de barba gris, tamaño gigantesco y lleva un abrigo con una capa azul. También es el dios de la poesía, y el más sabio y poderoso de los dioses.

Como Rey de los dioses, Odín poseía tres grandes estancias en Ásgard. La primera era Valaskialf, donde ocupaba un trono de oro llamado Hlidskialf, la atalaya de los dioses. Desde ahí el único ojo de Odín podía ver todo lo que sucedía en los nueve mundos.

En el mundo de Tolkien hay tres variantes del trono de Odín. Manwë, Rey de los Valar, está entronizado en Taniquetil, la montaña más alta del mundo, y sus ojos podían observar la totalidad del mundo. El Ojo Único de Sauron tiene un poder similar, aunque algo más limitado, y ve y gobierna desde la Torre Oscura de Mordor. Y Frodo Bolsón, el hobbit, descubre el «Sitial de la Vista» en Amon Hen, la «colina del ojo». Una vez que se sienta en el trono de piedra, como un pequeño Odín, es capaz de ver telescópicamente a cientos de millas en todas direcciones.

La segunda estancia de Odín se llamaba Gladsheim. Ésta era la Sala del Consejo de los Dioses, donde Odín presidía a los otros doce dioses desde el anillo del trono. Éste es similar al Anillo del Juicio, o Consejo de los Valar, presidido por Manwë, ante las puertas de Valimar en las Tierras Imperecederas de Aman.

La más famosa de todas las estancias de Odín era el Valhalla, la «estancia de los muertos», el salón de oro de los guerreros. Es la gran sala de banquetes con 540 puertas y un techo diseñado con escudos de oro bruñido, presidido por Odín, Señor de las Victorias. Ahí los guerreros que caen en la batalla son recompensados con un festejo interminable. Y allí se quedan hasta el momento del Ragnarok. En Tolkien este mismo sitio es la sombría Espera en las Estancias de Mandos, el Portavoz del Destino en las Tierras Imperecederas. Sin embargo, en común con los guerreros vikingos, los espíritus de los elfos muertos aguardan la llamada para el cataclismo del Fin del Mundo.

Como símbolos de mando, a Odín se le dieron dos grandes regalos. El bastón mágico de Odín fue llevado a Alfheim, donde el herrero elfo, Dwalin, forjó la punta de la lanza, Gúngnir, la más temida arma del Señor de las Victorias. En Tolkien hay un reflejo de esta arma en la lanza mágica «Aeglos», el arma más temida de Gil-galad, el último Rey Supremo de los elfos de la Tierra Media.

Sin embargo, el regalo supremo, y la definitiva manifestación de riqueza y poder del Rey Mago, fue el anillo llamado «Dráupnir». En el cuento de Tolkien toda la habilidad del elfo Celebrimbor, el herrero más prodigioso de la Tierra Media, y toda la sabiduría de Sauron se emplearon en la forja de los Anillos de Poder. En el mito nórdico toda la destreza de los elfos Sindri y Brok, los más grandes herreros de los nueve mundos, y toda la sabiduría de Odín ayudaron a forjar el anillo «Dráupnir».

«Dráupnir» significa «el goteador», pues este mágico anillo de oro tenía el poder de soltar otros ocho anillos de igual tamaño cada nueve días. En manos de Odín no sólo era un emblema de su dominio sobre los nueve mundos; consolidó además sus poderes acumulados proporcionándole una fuente de riqueza casi infinita. Como Rey de los dioses, Dráupnir le dio un gran tesoro en anillos y le permitió convertirse en el máximo dador de anillos de los nueve mundos.

Con la adquisición de Dráupnir, la búsqueda de dominio de Odín se completó. No es por accidente que Dráupnir genere otros ocho anillos de igual peso en nueve días. Con Dráupnir, Odín gobierna Ásgard, mientras que los ocho restantes son usados por Odín el Señor del Anillo como regalos de riqueza y poder que ayudan a gobernar los otros ocho mundos. Igual que el terrenal rey vikingo que, como «dador de anillos», recompensa a sus condes, Odín mantiene el orden de los otros ocho mundos a través de los anillos que regala a héroes y reyes escogidos. En su mano el anillo es la fuente última de todos los anillos mágicos y de toda riqueza. Gracias al dominio que ejerce sobre Dráupnir, Odín se convierte literalmente en el «Señor de los Anillos».

Entre muchas de las leyendas sobre Odín, una, por encima de las demás, trata sobre el anillo Dráupnir. Es la leyenda que concierne a la muerte del hijo favorito de Odín, Bálder. Después de que mataran a Bálder, éste es colocado en la enorme barca fúnebre llamada Cuerno de Anillo y todos los dioses se reúnen para rendirle homenaje. Cada uno depositó en el barco un regalo de prodigio indecible. Sin embargo, tan grande era el dolor de Odín, que en un arrebato de desesperación puso a Dráupnir en el pecho de su hijo justo en el momento en que la barca ardía y se consumía en llamas.

Éste fue un error trágico, pues sin el anillo el dominio que tenía Odín sobre los nueve mundos pudo ser desafiado por los gigantes. El anillo hacía falta para restaurar el orden en los nueve mundos. Por fortuna, éste no pereció en las llamas fúnebres, sino que partió con el espíritu de Bálder hacia el oscuro reino de Hel, la prisión de los muertos.

De modo que para recuperar el anillo había que hacer un viaje descendente por el «árbol cósmico». Con ese propósito, Odín monta en un caballo mágico de ocho patas, Sléipnir, y baja cabalgando al más profundo reino de Hel. (En otra tradición, el viaje lo lleva a cabo el campeón elegido por él, Hérmod). Una vez allí, Sléipnir salta por encima del encadenado Perro de Hel y también sobre la puerta que guarda. Tanto el jinete como el corcel entran en el dominio de los malditos, se apoderan del anillo sagrado y emprenden el regreso. En cuanto Dráupnir le es devuelto a Odín en Ásgard, la paz y el orden se restauraron en los nueve mundos.

En El Señor de los Anillos de Tolkien la búsqueda de Sauron, el Señor del Anillo, para recuperar el Anillo Único, el escenario es muy distinto: Sauron es el amo del dominio de los malditos —el infierno en la tierra llamada Mordor— cuando le es arrebatado el Anillo Único. El Anillo tuvo que haber sido consumido por las llamas en el Monte del Destino, pero en cambio es traído del reino de los malditos hasta el mundo mortal, donde se pierde. Cuando Sauron regresa a Mordor, envía a sus Jinetes Negros al mundo de los vivos en un intento por recobrar el Anillo Único. Es obvio que si la búsqueda tiene éxito y el Anillo Único le es devuelto a Sauron en Mordor, el resultado será precisamente el opuesto al de la historia de Odín. Sin ninguna duda el caos y la guerra consumirán y destruirán la totalidad del mundo.