CAPÍTULO II

Las guerras de los anillos

J

.R.R. Tolkien, al escribir El Señor de los Anillos, no inventó la idea de un rey brujo que gobierna mediante el poder sobrenatural de un anillo. Como veremos, es una tradición mítica y legendaria que se remonta, por lo menos, hasta los tiempos bíblicos y la historia del «anillo del Rey Salomón». El Señor de los Anillos recurre a una antigua creencia en el poder de los anillos que ha acompañado a la especie humana desde los albores de la historia. Tanto que —en Europa en particular— gran parte de su mitología está basada en la búsqueda del anillo. Además, esta creencia en los anillos sobrenaturales no estuvo restringida a las leyendas y los cuentos de hadas; es una parte importante de la historia real.

Incluso el concepto central de J.R.R. Tolkien de una «Guerra del Anillo» tiene un notable precedente histórico. La noción de que un imperio puede llegar a arruinarse a causa de una guerra provocada por un anillo puede parecer un evento histórico improbable, pero Tolkien contaba con la autoridad del antiguo erudito Plinio para quien una disputa por un anillo fue la causa directa de la caída de la República de Roma. Plinio escribió que hubo una pelea por la tenencia de un anillo entre el famoso demagogo Druso y el jefe del senado, Caepio. La disputa condujo directamente a una lucha encarnizada y al estallido de la guerra civil que tuvo como resultado el colapso y la ruina de la República de Roma.

Otra tradición histórica atribuye directamente a un anillo la caída del otrora poderoso imperio marítimo de la República de Venecia. En sus días de gloria, Venecia gobernaba el Mediterráneo por medio de sus barcos. Para celebrar este poder marítimo, un día al año el Duque de Venecia salía al mar Adriático con gran pompa y ceremonia, y festejaba el «matrimonio» de Venecia como la «prometida del mar», arrojando un anillo de oro a las profundas aguas azules del Adriático. Varios meses después de una de estas ceremonias, el Duque dio una cena en la que se sirvió un gran pescado. Cuando pusieron el pescado en el plato del Duque, se descubrió dentro el fatal anillo de oro. El retorno del anillo de bodas significaba, se dijo, que el mar rechazaba a Venecia como novia y una premonición de desastre para la República. Los acontecimientos confirmaron pronto esta profecía. Ese mismo año marcó el revés de la fortuna de Venecia en sus batallas en el mar, y poco después tuvo lugar el colapso del imperio de la República.

La dactilomancia, o el uso de los anillos para la adivinación y la magia, se ha practicado seriamente a lo largo de la historia. Esta creencia en el poder de los anillos no era cuestión de invención literaria, sino una parte de la vida de todos los días. Hay miles de ejemplos de esta práctica. Vale la pena examinar en detalle unos pocos y notables casos.

Holanda, 1548

En el año 1548 en Arnhem, en lo que entonces era Gelderland, uno de los ciudadanos más respetados de la ciudad fue llevado ante el Canciller acusado de sortilegio o hechicería. Este hombre tenía fama de ser el hombre más instruido y el más excelente médico de la región, y de conocer remedios para todo tipo de aflicciones y enfermedades. Pero su sabiduría no se limitaba a la medicina. Estaba siempre «al tanto de nuevas y acontecimientos, extranjeros y nacionales».

Los acusadores declararon que el médico obtenía sus poderes de un anillo que llevaba en la mano. Los testigos afirmaron que el doctor —que posteriormente fue conocido como el Hechicero de Courtray— lo consultaba constantemente. Se declaró que había un demonio cautivo dentro del anillo, y que el médico se veía obligado a hablar con él todos los días.

A pesar de la decidida renuencia del Canciller a emitir un juicio sobre un ciudadano tan eminente, encontró que las pruebas eran abrumadoras y no le quedó otra elección que declararlo culpable. El médico fue proscrito de inmediato por hechicería y sentenciado a muerte. Curiosamente, parece que se dio más importancia al destino del anillo que al del mago.

El Canciller ordenó que después de la ejecución del médico, había que sacar el anillo de la mano. Para que todos pudieran ser testigos de su destrucción, había que llevarlo de inmediato al mercado público. A la vista de todos los ciudadanos de Arnhem, el anillo demoníaco fue colocado sobre un yunque y se empleó un martillo de hierro para convertirlo en inútiles fragmentos.

Inglaterra, 1376

En el Chronicon Anglais de San Albans en el año 1376 aparece registrado el extraordinario juicio de Alice Perrers de Anglia, una amante de Eduardo III, Rey de Inglaterra. Alice Perrers no era «una mujer voluptuosa ni hermosa pero de lengua suave» a la que el Parlamento acusó de haber encantado al Rey por medio de anillos mágicos.

A través del poder de estos anillos, se afirmó, Alice Perrers había alejado a Eduardo de su Reina, lo había involucrado en ilícitos furores sexuales y dominaba sus opiniones en la corte. En el juicio se reveló que el maestro de Alice era un mago, que tenía consigo efigies de Alice y del Rey. Se declaró que este hombre empleaba hierbas y hechizos ideados por el gran mago egipcio Nectanabus, y que había utilizado anillos como los que solía fabricar Moisés, anillos de olvido y memoria, de modo que el Rey fuera incapaz de actuar sin consultar sus falsas predicciones.

Debido a la intervención del Rey no fue posible que la fuerza plena y fatal de la ley cayera sobre la acusada. Sin embargo, Alice Perrers fue desterrada para siempre de la corte y de la sociedad de los nobles.

Bizancio, 370

En el año 370 durante el reinado del Emperador romano Valente, un poderoso grupo de aristócratas temió que el monarca no fuera suficientemente fuerte ni sabio como para mantenerse mucho tiempo en el poder. Preocupados por su propio destino y el del Imperio, los aristócratas consultaron en secreto a un oráculo.

El oráculo practicaba la dactilomancia, o «adivinación por el anillo». Esta forma de profecía exigía que se dibujara un círculo en el suelo del templo. En la circunferencia del círculo estaban inscritas las letras del alfabeto, y desde el techo colgaba una larga cuerda con un anillo de oro justo encima del centro del círculo.

Cuando al oráculo se le planteó la pregunta: «¿Quién debería suceder al emperador Valente en el trono?», lenta pero decididamente el anillo de oro fue de letra a letra deletreando: «T-E-O-D».

Todos los que fueron testigos del oráculo creyeron que eso sólo podía significar Teodoro, un hombre de linaje noble, eminentes condiciones y mucha popularidad. Sin embargo, entre el grupo de aristócratas había un espía leal a Valente. Cuando éste se enteró de lo que había revelado el oráculo, concluyó que Teodoro sólo podía subir al poder por medio de una conspiración. Aunque no había evidencias de que Teodoro intentara tramar contra él, el Emperador Valente ordenó que lo ejecutaran de inmediato.

Gibbon, el gran historiador británico, habla de la peculiar ironía de esta profecía, bien documentada en su monumental Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano. Pues en el año 378 las salvajes tribus visigodas se habían rebelado abiertamente contra el gobierno imperial. Los ejércitos bárbaros habían cruzado el Danubio y amenazaban con marchar sobre Roma. El ejército imperial opuso una valiente y sangrienta resistencia en Adrianópolis, pero superado en número y mal dirigido, fue derrotado por los visigodos y el Emperador Valente resultó muerto.

De la confusión que siguió a la conquista, un despiadado general subió al poder entre las legiones españolas del oeste. El nombre de este hombre era T-E-O-D-osio. Fiel a la profecía del anillo, este desconocido señor de la guerra dominó el Imperio. Fue coronado en Constantinopla y se convirtió en el Emperador Teodosio el Grande.

Más allá de los vivos testimonios aportados aquí, hay otros miles a lo largo de la historia y que son pruebas convincentes de la extendida creencia en el poder de los anillos. En el siglo XIX, sir Walter Scott escribió en Demonología y brujería que conocía a muchos individuos que decían ser capaces de obligar a los espíritus a entrar en un anillo… y exigir de estos espíritus prisioneros que respondieran a ciertas preguntas.

Testimonios escritos válidos eran frecuentes en particular en la Europa medieval. En 1431, uno de los graves cargos contra Juana de Arco fue el de usar anillos mágicos para hechizar y curar. Otro bien documentado caso medieval fue el de Jerónimo, el Canciller de Mediolanum, cuya ruina y perdición se debió a la falsa sabiduría de un anillo profético que le «hablaba». Otro notable caso fue registrado por un tal Joaliun de Cambray en 1545; un joven se había convertido en esclavo de un anillo de cristal en el que podía ver todo lo que los demonios de su interior le demandaban. El maligno anillo de cristal «con el tiempo fue destrozado por su poseedor, a causa de los grandes tormentos a que el diablo lo sometía».

Uno de los más vividos hechos históricos a propósito de la creencia en los poderes del anillo ocurrió en Venecia en el siglo XV. El incidente fue nada menos que una completa batalla faustiana por el alma de un hombre, y recuerda las numerosas luchas que Gandalf tuvo que soportar mientras era testigo de cómo el Anillo Único esclavizaba y corrompía a otros, e incluso amenazaba su propia alma.

El caso veneciano fue el de un artista y escultor de talento llamado Pythonickes, de quien se decía que era dueño de un anillo encantado. Los espíritus de este anillo parecían seres mágicos y sabios, y Pythonickes creía que gracias a ellos había ganado fama como artista. Sin embargo, con el tiempo, Pythonickes comenzó a temer por su alma inmortal y deseó verse libre de cualquier demanda que pudiera hacerle el anillo. Sin saber si él mismo sería capaz de deshacerse del anillo, le confesó su posesión a un fraile predicador, a quien tenía por hombre bueno y prudente.

Le suplicó al fraile que escuchara las sutiles palabras de los espíritus del anillo, para determinar si eran malos o buenos, pero el fraile se negó de plano. Le ordenó a Pythonickes que destruyera de inmediato el anillo, pero el artista estaba ya demasiado subyugado y era incapaz de rebelarse.

Peor aún, tan pronto como el fraile emitió esa orden, se dice que un grito doliente y terrible salió del anillo. Los espíritus malignos ofrecieron al fraile todo tipo de sabiduría y fama, y éste advirtió entonces que su propia alma estaba en peligro si no actuaba de inmediato. «El sacerdote, colérico, tomó un gran martillo y convirtió el anillo casi en polvo».

¿Qué es todo esto en realidad? ¿Una gran histeria sobre demonios y brujería? Tal vez, pero ¿por qué aparece constantemente la imagen del anillo? Y ¿por qué esta idea de anillos parlantes y proféticos?

En el Anglo-Saxon Exeter Book —que fue compilado y escrito alrededor del año 1000 d. C.— hay una declaración críptica o acertijo no resuelto sobre un anillo: «He oído hablar de un brillante anillo que intercedía ante los hombres, aunque no gritaba con voz sonora y palabras fuertes. El tesoro hablaba ante los hombres, aunque siempre en paz. Ojalá los hombres comprendieran el habla misteriosa del oro rojo, la lengua mágica».

En parte, el Exeter Book quizá se refiera a los oráculos que usaban anillos mucho antes de la venida de Cristo. Como vimos en el caso del predestinado Emperador bizantino Valente, la dactilomancia o «adivinación por el anillo» era comúnmente empleada en la antigüedad. No obstante, el caso de la profecía de Valente era sólo un modo de permitir que un anillo «hablase». En otros casos se empleaba el agua, y tal como lo describió el erudito latino Peucero, parecía un método bastante fiable de detección de mentiras: «Se llenaba un cuenco con agua, y un anillo que colgaba del dedo se balanceaba sobre el cuenco, y así, según la pregunta planteada, se obtenía una declaración, o confirmación, de su falacia o verdad. Si lo que se proponía era cierto, el anillo, espontáneamente, sin ningún impulso exterior, golpeaba los lados del cuenco un cierto número de veces».

Es evidente que el antiguo romano Numa Pompilio usó este método de adivinación; mientras que Execetus, el tirano de los focences, interpretaba en cambio los sonidos emitidos por el choque de dos anillos grandes. Y había otros practicantes que arrojaban anillos o piedras a estanques de agua y leían los «anillos» a medida que se formaban en la superficie. (Esta forma de adivinación no es muy distinta de aquella de las imágenes proféticas que aparecieron en los anillos acuosos del «Espejo de Galadriel», que la Reina elfa dominaba por medio del poder de un anillo, Narya).

No obstante, a pesar de lo curiosa y entretenida que pueda ser la dactilomancia, no me parece una respuesta satisfactoria para el acertijo del Exeter sobre la «lengua mágica» del anillo. No creo que el médico de Arnhem fuera quemado, ni Alice Perrers desterrada, ni Teodoro empalado por practicar la «Ouija» con anillos.

¿Cuál era la respuesta al acertijo de la «lengua mágica» del anillo? ¿Había una tradición basada en el símbolo del anillo paralela a la tradición del símbolo de la cruz? ¿Es posible rastrear esa tradición y entender dónde, por qué y cómo se mantuvo intacta a lo largo de siglos de represión?

El anillo era en verdad el símbolo primordial de una tradición que según la Iglesia se oponía a las doctrinas ortodoxas del cristianismo. Para comprenderlo hay que examinar el culto mismo de la brujería. En el libro de Murry, El culto de las brujas en Europa occidental, el autor llega a la conclusión de que el así llamado «culto de la brujería» no fue del todo una invención de las iglesias.

«La única explicación del inmenso número de brujas que fueron legalmente enjuiciadas y condenadas a muerte en la Europa occidental es que estamos tratando con una religión, diseminada por todo el continente, y que contaba con miembros entre todos los estratos de la sociedad, desde el más alto al más bajo». Murry identifica esta «religión» como los restos de primitivos cultos paganos que sobreviven en diversos estados de imperfección por toda Europa.

Que ciertos aspectos de las religiones paganas sobrevivieran a la conversión cristiana es una suposición razonable. De hecho, una táctica común para la conversión pagana era la absorción de aspectos paganos de adoración y su integración en el evangelio de la Iglesia. Sin embargo, en otras ocasiones los padres cristianos veían que si disponían de suficiente poder les era más fácil aplastar cualquier práctica pagana que se considerara una amenaza a las doctrinas ortodoxas cristianas.

Si estas creencias paganas tuvieran que representarse por una única imagen, así como el cristianismo está representado por la cruz, no cabe duda de que esa imagen sería el anillo. Como veremos en esta obra, el anillo era el símbolo dominante de todas las tribus bárbaras y paganas de Europa. En especial era un símbolo dominante en la cultura del guerrero vikingo que fue el mayor azote de la Europa cristiana al final del primer milenio.

Por encima de todos los demás, el dios mago y tuerto de los vikingos, Odín, era «el dios del anillo». (Fue la principal fuente de inspiración de Tolkien para el mago «Sauron, el Señor de los Anillos»). Así como la cruz era el símbolo de la adoración de Cristo, el anillo simbolizaba la adoración de Odín. Después de la caída de la autoridad romana, los asentamientos, las iglesias y los monasterios europeos cristianos soportaron siglos de implacable terror vikingo. No es raro que la Iglesia viera en el símbolo del anillo la mayor amenaza para la autoridad de la cruz.

El problema es algo más complejo, desde luego. El anillo era un símbolo de autoridad mucho más antiguo que el cristianismo; y la misma Iglesia lo adaptó de muchas maneras. El Papa lleva un anillo como símbolo de posición y cargo, al igual que el resto de los ministros de la Iglesia. Los matrimonios cristianos entran en vigor por lo que venía a ser la costumbre pagana de pronunciar un juramento sobre un anillo. Las monjas se «casan» con Cristo con un anillo de oro; y en la cruz celta la imagen del anillo y de la cruz están unidas, y se la considera una imagen adecuada de adoración en las iglesias cristianas.

La cuestión era saber de qué dependía el poder de un anillo determinado. La figura del temprano vikingo cristianizado, el Rey Olaf, es la de un verdadero misionero de sangre y trueno que creía saber dónde residía el poder de un anillo en particular. Cuando las islas Feroe fueron convertidas por Olaf, el heroico jefe feroés Sígmund Brestesson aceptó el cristianismo como la nueva fe. Sin embargo, Olaf se enteró de que Sígmund tenía guardado un anillo de oro que sacara de los templos paganos. Enterado de las implicaciones simbólicas del acto de Sígmund, el Rey Olaf exigió que entregaran el anillo a la Iglesia. Las virtudes cristianas más mansas no eran aún manifiestas en el Rey Olaf. Cuando Sígmund se negó a entregar el anillo, Olaf hizo que lo asesinaran mientras dormía.

El anillo era también el símbolo de los alquimistas. El anillo del alquimista —con la forma de una serpiente que se muerde la cola— representaba una búsqueda de conocimiento prohibida por la Iglesia. A menudo los alquimistas eran ejecutados como hechiceros o brujos. Las prácticas de estos alquimistas estaban muchas veces asociadas con anillos. El uso o arte real o imaginario de esos «anillos de poder» era un mal que debía ser erradicado.

El francés medieval Le Layer, en su curioso estudio Des Spectres, escribió sobre el comercio y el supuesto uso de tales anillos:

Con respecto a los demonios que aprisionan en anillos, o encantamientos, los magos de la escuela de Salamanca y Toledo, y su maestro Picatrix, junto con aquellos de Italia que traficaron con este tipo de saber, no eran tan tontos como para decir si se les habían aparecido a aquellos que los tenían o los habían comprado. Y en verdad no puedo hablar sin horror de los que fingen tan vulgar familiaridad con ellos, incluso para hablar de la naturaleza de cada demonio en particular encerrado en un anillo, bien sea un espíritu mercurial, jovial, saturnino, marcial o afrodisíaco; en qué forma acostumbra aparecer cuando se lo llama; cuántas veces durante la noche despierta a su poseedor; si es de disposición benigna o cruel; si puede ser transferido a otro; y si es capaz de alterar el temperamento natural, transformando a hombres de complexión saturnina en hombres de complexión jovial, o a los joviales en saturninos, y así sucesivamente.

A causa de la constante persecución de que eran objeto, los alquimistas disfrazaron sus estudios y transcribieron sus experimentos y fórmulas en registros codificados. El principal historiador moderno de las religiones, Mirca Eliade, llegó a la conclusión de que los estudios alquimistas se transmitían místicamente, así como la poesía utiliza fábulas y parábolas. Sobre la alquimia, Eliade escribió: «Aquí estamos tratando con un LENGUAJE SECRETO como el que encontramos entre los chamanes y las sociedades secretas y entre los místicos de las religiones tradicionales».

Este «lenguaje secreto» recuerda la «lengua mágica» del Exeter Book. Es probable que estemos tratando con el mismo tipo de comunicación críptica. La «lengua mágica» del anillo y el «lenguaje secreto» de la alquimia son lo mismo. El predominio del símbolo del anillo en las religiones paganas —y en todas las culturas chamanísticas que utilizan metales— está relacionado con los orígenes alquimistas del anillo.

El secreto del anillo radica en su fabricación. Para hacer un anillo se ha de saber cómo refinar y forjar el metal. El «lenguaje secreto» del alquimista simbolizado por el anillo era su conocimiento de la metalurgia. En última instancia, ésta se ocupa del secreto de la fundición y la forja del hierro.

La fundición del hierro sólo se descubrió una vez en la historia humana. Se cree que ocurrió alrededor del 1000 a. C. en la región de las montañas del Cáucaso. Fue el secreto atómico de la época. Un secreto celosamente guardado: dónde se extraía el mineral, cómo se extraía el metal, cómo se forjaba en armas y herramientas.

Aquellos que conocían el secreto conquistaban y a menudo exterminaban a los que lo sabían. La Edad de Hierro transformó naciones de pastores timoratos en feroces guerreros capaces de catastróficas hazañas de destrucción contra los otrora poderosos y ahora subyugados vecinos. El héroe que ganaba el «anillo» del alquimista, conociendo el secreto de la fundición del hierro, salvaba literalmente a su nación.

Las artes del herrero y las ciencias ocultas son técnicas que se superponen y que pasan de mano en mano como secretos del oficio junto con los ritos y rituales. Los misterios de los ritos de iniciación y el lenguaje secreto de los rituales se transformaron en los símbolos de los cuentos míticos.

Robert Graves, el poeta y estudioso de mitos, nos da un excelente ejemplo de cómo se descifra el «lenguaje secreto» del mito. Según Graves, los cíclopes, esos gigantes de un solo ojo en la mitología griega, eran las contrapartes de los enanos teutónicos. Como los Enanos, eran una raza de herreros que vivían bajo las montañas y forjaban armas maravillosas.

Los cíclopes parecen haber sido una cofradía que trabajaba el bronce. Cíclope significaba «ojo de anillo» (no «ojo único») y es probable que llevaran tatuados en la frente unos anillos concéntricos, como los tracios que continuaron tatuándose hasta los tiempos clásicos. Los anillos concéntricos son parte de los misterios del arte de la forja. Los cíclopes tenían un solo ojo así como los herreros a menudo se cubren un ojo con un parche como protección contra las chispas voladoras. Más tarde se olvidó lo que eran y se transformaron en seres imaginarios.

Muchos eruditos, desde J. G. Frazer en La Rama Dorada hasta Jessie Weston en Del Rito al Romance han demostrado cómo los rituales y ritos de fertilidad conectados con la agricultura se han manifestado una y otra vez en el lenguaje de la mitología. En cambio se reconoce menos el impacto de los rituales y ritos de la metalurgia en los mitos mismos.

Sin embargo, no son tanto las técnicas de la metalurgia lo que aparece en estos mitos, sino sobre todo los ritos secretos de iniciación y los ritos espirituales celebrados dentro de la cofradía que se transformaron en símbolos míticos. El lenguaje simbólico de la búsqueda del anillo, en su sentido más profundo, está relacionado con las consecuencias «espirituales» de las Edades del Bronce y del Hierro, que cambiaron para siempre la condición humana y la percepción del mundo.

Mirca Eliade subraya este punto: «Antes de cambiar la faz del mundo, la Edad del Hierro engendró numerosos mitos y símbolos que han reverberado a través de la historia espiritual de la humanidad».

Si uno examina los mitos de la búsqueda del anillo en diversas culturas, advierte enseguida que hay ciertas constantes: el mago, el herrero, la espada, el enano, la doncella, el tesoro y el dragón. Todos están relacionados en un principio con los ritos y procesos de la metalurgia, y más tarde, con el simbólico «lenguaje secreto» de los alquimistas del anillo.

En El Señor de los Anillos están todos los elementos de la búsqueda del anillo, y no obstante, algo que es completamente original en La Guerra del Anillo.