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SOBRE LA ARQUITECTURA ALEMANA[273]

(1823)

DEBE PRODUCIR una gran fascinación ese estilo arquitectónico al que los italianos y los españoles llamaron alemán (tedesca, germánica) ya desde los primeros tiempos, pero que nosotros, alemanes, acabamos de empezar a denominar así. Durante varios siglos fue utilizado para la construcción de edificios de todos los tamaños, la mayor parte de Europa lo adoptó, miles de artistas y miles de artesanos lo practicaron, el culto cristiano alentó su difusión y tuvo un poderoso efecto en el espíritu y en los sentidos. Debe contener, por lo tanto, algo grande y hondamente sentido, algo reflexionado y debe ocultar y manifestar al mismo tiempo proporciones cuyo efecto es irresistible.

De aquí que sea notable recoger el testimonio de un francés cuyo propio estilo arquitectónico fue opuesto al que es celebrado aquí. A pesar de que el juicio de su época sobre este último era muy desfavorable, él dice lo siguiente:

Todo el placer que nos hace sentir la belleza artística depende de la observación de la regularidad y la medida; nuestro agrado es producido sólo por la proporción. Si ésta falta, no importa cuánto ornamento superficial se utilice, pues la belleza y el encanto, que no están contenidos en esencia en el ornamento, no pueden ser suplidos por éste. Se puede incluso decir que esta fealdad se hará más odiosa e insoportable cuanto más se incrementen los adornos externos por medio de un enriquecimiento del trabajo o los materiales.

Llevando más lejos esta afirmación, diré que la belleza, que se deriva de la medida y la proporción, de ninguna manera necesita materiales preciosos y un trabajo fino para provocar la admiración. Por el contrario brilla y se manifiesta entre la confusión y el desorden de los materiales y de su tratamiento. Por ello vemos con placer las proporciones de estos edificios góticos, cuya belleza parece proceder de la simetría y proporción del todo con las partes y de las partes entre sí y por dicha simetría se percibe, independientemente de la fea decoración por la que ésta queda oculta y más bien a pesar de dichos adornos. Lo que debe convencernos más es que, cuando se observan estas medidas con exactitud, se encuentran las mismas proporciones que las de edificios, construidos según las reglas de la arquitectura de calidad y cuya visión tanto placer nos produjo (François Blondel[274], Cours d’Arquitecture, Cinquième partie. LIV. V. Chap. XVI, XVII).

Podríamos recordar aquí años tempranos en los que la catedral de Estrasburgo produjo en nosotros un efecto tan grande que no pudimos evitar la no solicitada expresión de nuestro embeleso. Lo que el arquitecto francés ha establecido por medio de estudiadas medidas y de investigación, fue percibido por nosotros de manera inconsciente y no a todo el mundo se le puede pedir que dé cuenta de las impresiones que le sorprenden.

Es fácil saber la causa de por qué estos edificios permanecieron durante años sólo como una vieja herencia, sin producirle especial impresión a los hombres corrientes. Pero, por otra parte, ¡qué poderoso fue su efecto en los tiempos recientes cuando se reavivó el sentimiento por ellos! Las personas jóvenes y maduras de ambos sexos se sintieron tan embargadas y arrebatadas por estas impresiones que no sólo se han deleitado y formado con la repetida visión, medida y dibujo de los mismos, sino que también han adoptado este estilo en nuevos edificios destinados a vivienda y, al igual que sus ancestros, han sentido familiaridad con dicho entorno.

Ahora que la simpatía por estas obras del pasado ha aumentado, merecen nuestro gran agradecimiento aquellos que hacen posible que sintamos y reconozcamos su valor y su dignidad de forma adecuada —es decir históricamente—. Y quiero hablar de ello, pues siento que mi estrecha relación con estos objetos lo demanda.

Desde mi marcha de Estrasburgo no había visto ninguna obra importante o impresionante de este tipo. La impresión se fue debilitando y apenas me acuerdo de las circunstancias en las que su visión dio lugar al más vivido entusiasmo en mí. Mi estancia en Italia no pudo reavivar aquellos sentimientos, además ello se vio aun más dificultado pues las recientes modificaciones de la catedral de Milán me impidieron reconocer su antiguo carácter[275], y así viví durante muchos años alejado de este tipo de arte si no totalmente ajeno al mismo.

Sin embargo en 1810, por intermedio de un noble amigo[276], entablé una estrecha relación con los hermanos Boisserée. Me enseñaron excelentes muestras de sus esfuerzos; una serie de dibujos cuidadosamente llevados a cabo de la catedral de Colonia [figura 24.1], algunos en proyección horizontal, otros en alzado, me pusieron en contacto con un edificio que, después de una cuidadosa investigación, merece se le dé el primer puesto de este estilo arquitectónico[277]. Retomé mis viejos estudios y mediante sucesivas visitas y laboriosos exámenes de edificios de este periodo, con ayuda de grabados en cobre, dibujos y pinturas, me familiaricé finalmente con aquellas sensaciones.

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FIGURA 24.1. Angelo Quaglio, Catedral de Colonia (grabado).

Pero, debido a la naturaleza del tema y especialmente en mi edad y mi posición, era el aspecto histórico el que parecía más importante, y a este efecto, me ofrecieron los mejores estímulos las importantes colecciones[278] de mis amigos.

Entonces ocurrió que, con gran suerte por mi parte, el señor Moller[279], un muy cultivado y sensible artista, sintió entusiasmo por estos asuntos y contribuyó de la forma más feliz posible a este proyecto. El descubrimiento de un plano original de la catedral de Colonia le dio al asunto otra dimensión; la copia litográfica de la misma, incluso un calco, en el que, añadiendo y completando con la pluma, se podía ver al completo su perfil con sus dos torres gemelas, tuvo un importante efecto. Y lo que había de ser muy bien acogido por aquel aficionado a la historia fue el proyecto de aquel excelente hombre de proporcionarnos una serie de ilustraciones antiguas y recientes de la catedral. Mediante éstas pudimos ver y comprender fácilmente el surgimiento, el apogeo y finalmente la decadencia de este estilo arquitectónico. Esto fue hecho de mucha mejor gana, pues la primera obra ya estaba completa ante nosotros y los primeros capítulos de la segunda, que trataban de edificios concretos de este tipo, ya nos habían llegado[280].

Espero que el público apoye las iniciativas de este hombre tan perspicaz como activo, pues ya es hora de ocuparse de tales asuntos si queremos formarnos una idea completa de éstas en nuestro tiempo y de cara a la posteridad.

Y también debemos esperar el interés por el trabajo de los hermanos Boisserée a cuya primera entrega ya hemos aludido de pasada[281].

Estoy sinceramente entusiasmado al ver aprovechar al público las ventajas de las que yo he gozado durante trece años, pues he sido testigo del largo y arduo trabajo del círculo de los Boisserée. Durante este tiempo no dejaron de mandarme planos recién delineados, viejos dibujos y grabados en cobre que se relacionaban con aquellos objetos. Pero fueron especialmente importantes las pruebas de las planchas en cobre a las que los más preeminentes grabadores dieron casi su acabado.

Con todo lo agradable que fue que este fresco y renovado interés me hiciera retornar a las tendencias de mi juventud, lo mejor de todo fue una corta visita a Colonia que tuve la buena fortuna de hacer en compañía del ministro Von Stein[282].

No quiero negar que la vista externa de la catedral de Colonia me produjo cierta aprehensión indefinible. Una ruina importante despierta respeto, nosotros sentimos, nosotros vemos en ella el conflicto entre una admirable obra del hombre y el tranquilo, poderoso y desconsiderado tiempo. Conforme a ello aquí nos enfrentamos a algo inacabado y gigantesco, cuyo propio inacabamiento nos recuerda la incapacidad del hombre cuando emprende algo que es demasiado grande para él[283].

Para ser sinceros, incluso en su interior, la catedral produce un efecto fuerte pero inarmónico. Sólo cuando penetramos en el coro, donde su acabamiento nos sorprende con una inesperada armonía, nos sentimos alegremente anonadados, nos estremecemos de felicidad y vemos que nuestros anhelos han sido satisfechos con creces.

Pero ya había estado mucho tiempo ocupado, especialmente, con los planos de planta, había discutido mucho con mis amigos y de esta manera pude seguir el rastro de los planes originales en el acto, pues casi todos sus fundamentos estaban allí expuestos. Igualmente las pruebas de las vistas laterales y el dibujo del alzado frontal me sirvieron de ayuda para que me hiciera una imagen general de la obra. Pero lo que faltaba era todavía tan inmenso que no se podía llegar a su altura.

Pero, ahora que el trabajo de los Boisserée está llegando a su fin y los dibujos y sus explicaciones llegarán a las manos de todos los aficionados, el auténtico amigo del arte tiene, aunque se encuentre lejos, la oportunidad de quedarse plenamente convencido ante la más alta cumbre de este estilo arquitectónico. Pues si, como turista, se acerca ocasionalmente a este maravilloso lugar, no se entregará ya al sentimiento personal o al turbio prejuicio o por el contrario a una aversión precipitada. Más bien observará lo que hay allí e imaginará lo que no hay, como aquel que ha sido instruido e iniciado en los secretos de la masonería. Yo al menos, después de cincuenta años de lucha, espero tener la suerte de que me instruya la labor educativa de estos patrióticos, inteligentes, laboriosos e infatigables hombres.

Es natural que, en el curso de mis renovados estudios sobre la arquitectura alemana del siglo XII, haya recordado mi pasado apego a la catedral de Estrasburgo y no me avergüence en absoluto del panfleto que, con joven entusiasmo, publiqué en 1773. Pues sentí la proporción interna del conjunto, reconocí, partiendo de este todo, el desarrollo de cada uno de los adornos y, después de una observación prolongada y repetida, descubrí que la única torre construida, aunque era lo suficientemente alta, no había alcanzado su apropiado acabamiento[284]. Todo ello estaba en consonancia con las nuevas convicciones de mis amigos y conmigo mismo y, si se encuentra algo incoherente el estilo de este ensayo, en el que se intenta expresar lo inexpresable, espero que se me perdone.

Volveremos frecuentemente a tratar este tema y quisiéramos acabar agradeciendo a aquellos a los que debemos el trabajo básico y preparatorio, a Möller y a Büsching[285], el primero por hacer los grabados, al segundo por su estudio introductorio sobre la arquitectura alemana antigua, además de esto contamos con la introducción y bien fundada explicación de Sulpiz Boisserée a los grabados.

Entretanto esperamos que pronto aparezca una reimpresión de nuestro artículo de juventud frecuentemente citado, de tal manera que podamos hacer visible y patente la diferencia entre la primera semilla y el último fruto.