Me siento sobre el sillón y espero. Espero recostado, con los brazos apoyados sobre el cuero marrón. Espero el Fin del Tiempo, pero algo bulle desde dentro hacia fuera ahora que mis pensamientos son los de aquél al que llamaban Chandrasekhar y aquél al que llamaban Sadman. Poseo la memoria antigua del Fundador, poseo la memoria última del Destructor. Recuerdo por qué detuve el reloj como un símbolo y construí más tarde aquella estatua desproporcionada. Recuerdo mi odio por las guerras incontrolables y mi satisfacción por la constancia de los Mundos Bélicos. Recuerdo la construcción del Muro para separar a los desheredados de mis hijos elegidos. Recuerdo la creación del Enemigo interior para cobijar a los revolucionarios. Recuerdo cuando lancé a los débiles de espíritu en la cara interna de Hel, envuelta en llamas cegadoras. Recuerdo cómo encerré a los clarividentes en los manicomios de Piranesia, en la frontera entre la vida y muerte. Recuerdo el ojo panóptico desde mi Torre Empírea, para verlos a todos, para que no me viesen más que a mí.
Una extraña sed nace en mis entrañas y recuerdo dos edificios colocados uno al lado del otro y recuerdo cómo entré por uno de ellos y salí por el otro. Recuerdo lo que vi en aquella Maternidad y algo comienza a quemar en mi pecho. Fetos, montañas de fetos más allá de las salas donde paren las mujeres con dificultades económicas. Un médico le parte el cuello al bebé que acaba de sacar del vientre de su madre. La madre se levanta para asegurarse de que le pagan su comisión por los órganos del bebé. Más allá hay enormes estancias donde engordan los órganos extirpados; se cuentan a miles. Los fetos son apilados en los pasillos intermedios, para que los del Tanatorio les hagan las operaciones. Algunos bebés siguen vivos cuando los abren en canal; lo hacen para ahorrarse el esfuerzo de matarlos. Un médico me dice que la anestesia es para los que la pagan; hacen cientos de operaciones cada día. Entonces recuerdo al recién nacido que había sido arrojado en las ruinas encharcadas; él que había sido repudiado por la que le vio nacer. Recuerdo su negativa a aceptar la muerte, su lucha para seguir vivo, aferrado a la esperanza de seguir respirando, sin importar lo que sus maltrechos ojos habían sufrido en un solo día de vida.
Recuerdo estas últimas cosas y entonces recuerdo la primera de todas.