Hay entre los hombres un extraño placer en la tristeza. Ocurre a veces que la melancolía se apodera de ellos con un sabor especiado, de flores imposibles, que fluye desde los sentidos a la mente.
Son emociones nostálgicas de días perfectos que alientan su respirar, que les rompen el corazón con dedos profundos. Y ellos se abandonan a esa sublime tristeza con lágrimas secretas, sonriendo, entregados a la felicidad innombrable que tuvieron entre sus manos y no pudieron conservar.
Atesoran los hombres la vida en esas ocasiones con tal pasión que se sienten gozosamente desdichados. ¿Cuánta poesía no fue vertida con plumas trágicas?, ¿y cuántos cantos no fueron entonados con una voz quebrada?
Miremos entonces a Sadman y sintamos júbilo en el recuerdo de esos momentos nublados, pues su dolor no está aderezado de esas melancolías. ¡Pobre Sadman, que sólo conoce el sufrimiento más despiadado! Pobre Sadman que heredó en sus genes nuestras penas sin la ternura ni la esperanza de que fuesen oídas. Pobre criatura esta que camina en soledad junto a todos los lamentos que sintieron los hombres y la tierra desde el principio de los tiempos. Compadeceos de él, esta Bestia, esta maldad, pues sufre por todos nosotros, en lugar de nosotros, sin una queja, sin un suspiro que pueda aliviarle… pues, ¿cómo puede conocer alivio aquél que nunca conoció los días mejores y la felicidad que nutrió a la nostalgia? ¿Cómo puede sentir alivio aquél que está destinado a rendirle cuentas al Tiempo, aquél que exigirá su tributo de sangre al hombre en el nombre del hombre?
Y mientras, Sadman camina en soledad hacia la destrucción del Universo. Sin premura, pausadamente, como la música que revela su belleza cuando entrega sus notas al viento para morir.