A los ojos del mundo se abren los párpados de Sadman, como las aves de metal que duermen en la estatua que llora sobre los cimientos de Hel. Se desvelan los secretos innombrables con un suspiro de melancolía que puebla los nuevos sueños, un ansia de conquista que no conoce otra respuesta que la llamada de la carne. Los pasos de Sadman resuenan sobre el asfalto de piedra como el tañido de las campanas del Tiempo, como los gritos del silencio de las Almas Blancas que buscan descanso, como los brazos tentaculares de la monstruosa Fama, como el sordo rumiar de las hilanderas del Destino acabando la madeja.
Ha llegado el día que verá el fin del Universo y Sadman camina por las calles de Hel, sin apresurarse demasiado. Camina como caminan los ángeles exterminadores sobre la tierra prometida, con la parsimonia del que lleva un mensaje de tiempo sellado por la voluntad superior de Dios. Sadman camina porque ésta es la velocidad a la que viaja el Destino, el ritmo inexorable de la Providencia. El desencadenamiento inevitable de la acumulación milenaria de la Entropía.