Te llamarás Semaion Metallan.
Argus miraba de nuevo al vacío, imaginando el impacto de su espléndido nombre sobre la audiencia. Disfrutaba absorto con su ocurrencia y no prestaba atención a Sadman.
“¿Por qué?”, preguntaba.
“Pues porque sí, ¿acaso se te ocurre alguno mejor?”, dijo Argus molesto.
Sadman estaba confuso. No había intercambiado tantas palabras con nadie desde hacía años. Se sentía aturdido, cansado.
“Necesito dormir”, dijo Sadman. Le confundía tener que dar explicaciones, se sujetaba la dolorida cabeza entre las manos.
“Claro, Semaion, puedes dormir todo lo que quieras. Recuerda que ya no eres un esclavo de la Tiranía”. Todas las palabras de aquel hombre sonaban como un eslogan. Sonreía como un vendedor de coches usados, sus ojos lo ofuscaban como un faro de discoteca. Sadman se levantó y se dejó conducir por una mujer hacia una puerta trasera. Sadman sintió su perfume y los recuerdos y el sueño lo invadieron.
Durmió con una serenidad desconocida.