El Mundo Libre no era un modo de producción, era un modo de pensar la existencia. Se basaba en supuestos que hubieran sido intolerables para cualquier civilización anterior, que pasaron del rincón del subconsciente al del inconsciente mediante un ejercicio cosmético. Si había un Ministerio esencial en el organigrama de la Panóptica, ése era el de la Palabra. A través de las palabras los hombres pensaban el mundo y definían lo que era bueno y malo para ellos. Había palabras que podían ser horrendas porque se referían a cosas horrendas, y palabras saludables porque se referían a cosas saludables; todo dependía de lo que cada uno pensase que era horrendo, o saludable. Para cambiar el significado de las palabras, la Panóptica comenzaba utilizando otras en su lugar. Luego continuaba restándole importancia a la que había caído en desuso, alterando sus connotaciones, primero mediante la comedia y luego relacionándola con las virtudes que llevaban al progreso. Al final recuperaba aquella vieja palabra cuando su nuevo significado era deseable y cautivador. A la inversa el proceso era idéntico, sólo que se sustituía la comedia por la parodia, y se recuperaba el significante cuando el significado era indeseable y repugnante.
La palabra confianza era horrenda porque se ligaba a traición, sensiblería y dependencia. Los confiados eran incapaces de valerse por sí mismos, carecían de fortaleza emocional y estaban abocados a que cualquier persona inteligente los exprimiese hasta obtener el máximo provecho.
La palabra asesino era saludable porque estaba asociada a riqueza, inspiración y éxito. Los asesinos eran los orgullosos hombres de fuerza que poseían el valor y el talento para vencer al desastre y alzarse con la recompensa.
Todos los niños del mundo querían ser asesinos cuando fuesen mayores. Tal vez por eso el juego más habitual de los recreos era el de Asesinos y Víctimas, quién sabe.