32.

Hel, la ciudad que era todas las ciudades, descorría sus rótulos de neón, su impasible anarquía y su secularidad mitológica bajo el negro amanecer. Era la ciudad de formas dementes, poseída por entero del espíritu de los suburbios de la antigüedad, alcoba sangrienta del exilio, que enseñó al hombre a domeñar al Miedo y al Hastío. Pero ella se cobró su deuda porque ella era espacio, arquitectura, de ella no podía escaparse. La ciudad los adoctrinó, les reveló su disciplina, sus Nueve Actos.

Al cabo, porque los hombres todo lo aceptan, aprendieron a vivir dentro de sus salones.