30.

Sadman miraba su televisor y aferraba su arma. Contemplaba las imágenes de vísceras y evangelización y la sangre de cinco hombres se extendía entre sus pies. Escuchaba los aullidos de dolor de una adolescente violada y se exprimía las sienes con los dedos extendidos, luchando contra la ira del viento negro que retumbaba en su mente. Los aullidos de la adolescente reclamaban un saldo de sangre, una puesta de equilibrio. El viento negro no comprendía que no se podía disparar contra la Compañía, Sadman era incapaz de razonar con el abismo. La enfermedad exigía un sacrificio que saciase su hambre ritual. Sadman debía calmar la tormenta antes de enloquecer, encontrar una respuesta al llamamiento. El viento negro se sentía amenazado y no había ninguna amenaza que Sadman pudiese destruir.

Los gritos de la demencia invadían su cráneo y rebotaban en su interior como brasas incandescentes. Eran los gritos de una adolescente.

Sadman aferró con fuerza su arma y disparó a su televisor para huir de los lamentos enloquecedores de la muchacha mientras los pensamientos se apilaban en sus sienes. Pero los lamentos continuaron, débilmente, más allá de los muros de su apartamento.