28.

Sadman sufría su cansancio con una crudeza desconocida. Cansancio de la supervivencia, cansancio del cigarrillo que iba deslizándose entre sus dedos para unirse a las colillas del suelo, cansancio de los haces discontinuos que lo bombardeaban desde el televisor, cansancio de las promesas edulcoradas de los anuncios publicitarios, del bullicioso tinte multicolor de los concursos, cansancio del hedor de sus ropas, de su aliento destilado. Cansancio de esperar a la muerte dentro de las cuatro paredes que lentamente iban comprimiéndose, cansancio de someterse a la irresistible fuerza que le inyectaba de sangre los ojos cuando escuchaba pasos frente a su puerta, cansancio de la adrenalina que recorría sus nervios y de la ansiedad que luego tardaba tanto en desvanecerse. Sadman estaba cansado de luchar, estaba cansado de enfrentarse a sí mismo y al motor que lo impulsaba a soportar su indescriptible tristeza.

El cigarrillo se escurrió entre sus dedos y cayó de la mano fláccida enturbiando los sordos fogonazos del televisor.