Los antiguos gobiernos abusaron de torpes mecanismos de control social como la mentira, la prohibición y la represión. Pero los días de esclavitud acabaron con la Compañía. La Panóptica no mentía, poseía sólo tres leyes y fomentaba el debate sobre todas las cuestiones conocidas por el pueblo. Fomentar el debate causaba un efecto extraordinariamente satisfactorio, ya que difuminaba la necesidad de hallar solución al conflicto: debatirlo era suficiente para que los consumidores diesen por zanjado el asunto. La Compañía lograba esto abriendo la mayor cantidad de frentes posibles, dando la palabra a todo el que quisiese opinar, y al cabo, nadie sabía a qué atenerse. La conclusión, si existía, solía ser que el mundo es el mundo y las cosas son como son. La libertad de expresión y la tolerancia eran el mejor invento desde los rifles gauss para mantener callada a la gente.
Pero si existía un mecanismo efectivo contra la sublevación, ése era la risa. Los programas nocturnos donde se despotricaba sobre todo (incluyendo, por supuesto, al propio Fundador) funcionaban en la audiencia como un narcótico. Sentían que se habían divertido tanto a costa del sistema que a la mañana siguiente se levantaban frescos y animosos de ir a trabajar. Las populares series de dibujos para adultos ironizaban sobre el modo de vida de la Compañía, planteando la dura realidad con un tono de comedia, para luego terminar el episodio dejando cada cosa en el lugar que le correspondía.
La risa era la mejor forma de saciar la sed de justicia del pueblo porque denunciaba el problema sin abordarlo, atacando a los culpables por su forma de hablar, de vestir y de comportarse. Las carcajadas dejaban a los espectadores empachados. La risa sanaba todas las heridas que el hombre pronto tiende a olvidar.