25.

Sadman restregaba sus ojos doloridos tumbado delante del televisor. Tragó las últimas gotas de su botella y encargó más alcohol y cigarrillos a través de su pantalla mientras veía un documental sobre las técnicas de plegamiento espacial de los cruceros estelares. Las brumas del sueño volvieron entonces a invadir su consciencia como mantos lluviosos sobre la corteza del mundo. Atenazaban su corazón los vuelos nocturnos llamándolo a caer en sus redes de humo, pero Sadman se negaba y se aferraba a la vigilia con una sorda desesperación. Por más que zozobraban sus pensamientos, Sadman se resistía.

Pero la angustia se revigorizó. Sadman sintió el rugido de este reclamo y se estremeció, porque no quería soñar, porque no deseaba sucumbir al vaivén del subconsciente, porque no estaba entrenado para afrontar nuevas decisiones allí donde la realidad se extingue y las formas adquieren relieves caprichosos. Rechazaba el abrazo de este recién llegado que acosaba su descanso de otros crepúsculos, cuando se arrojaba al abismo insondable donde nada habita, las simas profundas del vacío donde sólo los muertos osaban asomarse; su hogar.

Y después haz lo que debas.

Aquellas palabras se habían acomodado en su mente como un parásito del que no podía desprenderse. Resonaban en su memoria como un redoble de campanas, forzándolo a ejercitar un músculo ausente, agarrotado antes de su concepción.

Aquellas palabras encerraban un oscuro sentido; se le ofrecían como un baúl salvaguardado por un cerrojo invisible. Haz lo que debas. Sadman sabía que hizo lo que debía hacer. Había entendido que la mujer no deseaba presenciar su propia muerte, que deseaba morir dormida, que suplicó una noche para olvidar que no vería la mañana siguiente. Sadman respetó el deseo de la condenada, como cualquier asesino civilizado.

Hizo lo que debía hacer.

Sadman quiso olvidar aquellos pensamientos funestos y levantarse para guardar la hoja impresa de papel blanco que inspiraba sus disonantes recuerdos. Entonces sintió una punzada en el estómago y se llevó las manos al vientre. Miró sus dedos, ensangrentados, y abrió la camisa para comprobar que una antigua herida se había abierto.

La única herida que había recibido en toda su vida.

Se recostó sobre el sofá y presionó aquella salida de sangre que lentamente le iba arrebatando su vigor inmenso.

Y después haz lo que debas.

Aquellas palabras resonaban en su memoria como un redoble de campanas. Cada tañido golpeaba su vientre como si una cuchilla se le clavase en las entrañas.

Su insignificante herida sangraba apenas, pero el dolor aumentaba al compás de una angustia desconocida. Las horas pasaban como días, agolpados en su frente como yunques metálicos en un continuo restallar. No quería dormir, no quería estar despierto, y no había ningún sitio a donde pudiese escapar.

Memorias de una noche de la que no podía desprenderse. Recuerdos del futuro empaquetados al azar en la experiencia primaria, única, de un contrato que se dilató demasiado en cerrar. Sobre la mesilla había una hoja impresa de papel blanco que absorbía el líquido de los objetos y concentraba el foco de sus ojos.

Ministerio de Televisión.

Orden de Disolución de Contrato.

Violación de la Tercera Ley, artículo Quinto.

En el lado inferior de la hoja blanca había una firma, un nombre caligrafiado que conservaba la huella del horror. Del apellido sólo se entendía la inicial.

Eva Y.

Sadman tomó aire dos veces, profundamente, agarró la hoja blanca y la observó con atención. Pasados unos minutos, sintonizó su pantalla de televisión y enlazó con el Ministerio de la Memoria, por primera vez, para hallar respuestas, pero sobre todo, para dar salida a una angustia que buscaba superficie.

Código de Seguridad: AAB
Agente: Theodore W. Metallan
Contraseña: ******
Petición:
- Información: Eva Y*
Orden de Disolución de Contrato
Violación de la videopolítica

Sadman poseía el segundo código más alto de la Compañía, un privilegio que compartía con tres individuos, por lo que estaba convencido de que aquella petición al Ministerio de la Memoria sería respondida de forma eficaz e inmediata, como correspondía servir a aquellos que habían demostrado lealtad y abnegación extraordinarias en el cumplimiento del deber.

La respuesta de la Compañía fue, sin duda, eficaz e inmediata.

Petición denegada.

Espere Orden de Disolución de Contrato dentro de su domicilio.

Buenos días.

Miraba fijamente Sadman la pantalla mientras su existencia era borrada en silencio de la memoria del mundo. Había sido despedido, desechado de las estadísticas de la Compañía, como un funcionario entrometido que había husmeado en la agenda de su director. Despedido por realizar una pregunta inadecuada, por exigir una respuesta prohibida, prohibida para él, para todo el Mundo Libre. Porque las respuestas eran verdades, y muchas verdades de la Compañía eran verdades terribles, insondables, capaces de enloquecer a los cuerdos y devolver la cordura a los locos. Grande era el silencio sobre la verdad. Porque sin censura se detectaba a los impertinentes, sin impertinentes no había respuestas y sin respuestas no había mentiras. Dónde se enterraba a los muertos. Por qué un viaje al espacio costaba más que una fragata estelar. Quién era el Fundador Viviente. Por qué inició su Retiro. Qué había en la cara interior de Hel. Cómo se producía la comida. Estas preguntas habían costado la vida a los que las formularon. Murieron porque la Compañía sabía que no asumirían la respuesta, y así había sido siempre.

Porque la Compañía no mentía jamás.