Sadman yacía sobre su desvencijado sofá, borracho de alcohol y cigarros, hipnotizado frente al televisor. Una sucesión de mujeres diseñadas al lápiz posaba en la pantalla con sonrisas de cal y neones, como promesas sexuales bajo letreros publicitarios, en constante vaivén. Sadman observaba las palmeras tropicales y las playas de almagato, cubiertas de senos perfectos sugiriéndose bajo tejidos imposibles, que lo invitaban al placer a cambio del saldo de su tarjeta de crédito. Sadman miraba los rótulos de agencias, de asesores de agencias, de compañías aseguradoras de asesores, de instituciones al cargo de las compañías aseguradoras, y los diminutos renglones de la letra pequeña corrían con desesperación bajo la pantalla buscando la salida del caos.