23.

Sadman se lavaba las manos con lentitud, repitiendo los movimientos uno tras otro, porque su mente se encontraba entonces lejos de aquellas ocupaciones. Miraba la pared con ojos azules como el abismo, con las pupilas plegadas, ausentes de sueño. Miraba la mancha despintada que un antiguo espejo ovalado debió haber dejado hacía mucho tiempo y se preguntó cuántos años tendría aquel edificio de la Ciudad Tectónica, y se preguntó a cuánta profundidad llegarían sus cimientos. Porque en Hel, los edificios eran como los hombres, y cuanto más viejos eran, más profundamente se prolongaban sus raíces. Sadman recordó al hombre que dijo no matarás y se preguntó, por primera vez, qué significarían aquellas palabras, y salió del maloliente aseo y no cerró la llave del agua,

porque nada de eso tenía ya importancia.