21.

Conforme transcurrieron los primeros años del Universo Artificial y la selección natural pasó del desván a la terraza, conforme los débiles acababan en la cara interior de Hel y los fuertes se adaptaban a los tiempos, la sociedad comenzó a mirar con malos ojos los signos de fragilidad. Era algo que venía aflorando desde que el hombre había cedido ante palabras mágicas como desarrollo, éxito y competitividad. Cuando defendía a los débiles la Humanidad se negaba a sí misma. El Mundo Libre jamás negaba la verdad. Y la verdad era que el hombre fuerte quiere su recompensa y no está dispuesto a que se la arrebate aquél que no ha luchado por obtenerla. El Mundo Libre acabó con aquella hipocresía y supo dar a los fuertes las recompensas que merecían. Así, los débiles hubieron de ocultarse a los ojos del prójimo para evitar ser detectados. Los síntomas de flaqueza anunciaban negligencia, improductividad, pesimismo, y eran castigados como crímenes contra la Humanidad.

Llorar era el mayor síntoma imaginable de flaqueza.

Llorar no sólo era antihigiénico, sino que reflejaba una tremenda falta de estabilidad, imperdonable en un mundo en el que afrontar los achaques de la fortuna era el único camino posible hacia el futuro, donde los improductivos no eran más que un lastre macroeconómico, culpables del peor delito, la violación de la Primera Ley. Nadie podía respetar a quien desperdiciaba sus lágrimas frente a un familiar muerto por no poder soportar una pérdida que era tan provechosa para la sociedad. La Compañía dijo que si la muerte era nuestro negocio no tenía sentido temer su llegada; y quien no teme a la muerte no puede arredrarse ante cosa alguna. Llorar era un estorbo social que retrasaba el progreso, que dilataba la permanencia del problema y postergaba la llegada de la solución. Pero, sobre todas estas cosas, la abolición moral de las lágrimas será siempre recordada por las últimas palabras que el Fundador Viviente pronunció antes de su Retiro, y que tantas veces se han mencionado desde entonces:

“Cerrad vuestros ojos a las lágrimas, el cielo ya llora por nosotros”.

Ver las lágrimas vivas de aquella mujer fue tan chocante como incomprensible. Allí, apoyada en la mesa del recibidor, como si no pudiese sostenerse, abriendo paso a la indignidad en público, perdiendo lo único que el contrato le dejaba, a los ojos del mundo. La escena era tan insólita que Sadman se sintió confundido sin saber qué hacer.

Entonces la mujer se volvió enjugándose la cara de toda la porquería, miró a su ejecutor y cerró la puerta detrás de él.