Al fondo del pasillo había una puerta hacia la que el sueño lo transportaba. Golpeó la madera y esperó mientras preparaba aquella hoja impresa de papel blanco que algunos llamaban contrato. La puerta se abrió con una suerte de anacrónica cautela, y aquella mujer se asomó como un soplo de niebla. Sadman vio su propia mano entregándole aquella hoja impresa de papel blanco que algunos llamaban visado, y vio a la mujer recogerla como un pacto de cenizas. La puerta se abrió por sí misma mientras aquella mujer olvidaba que el mundo había existido alguna vez antes de aquel momento y antes de aquel hombre que aguardaba en su dintel. Sadman dio un paso adentro y fue sacando su pistola, tratando de no parecer maleducado, y dándole tiempo a su cliente para comprender las condiciones de aquella hoja impresa de papel blanco que algunos llamaban orden de homicidio. Aunque lo que le preocupaba era cuándo pensaría firmar el documento, Sadman no pudo ignorar que aquella mujer estaba llorando.