Los hombres se desplegaron rápidamente por el tejado estableciendo un perímetro de seguridad. Bajo la cobertura del grupo avanzaron hacia los puntos tácticos y tomaron la plaza con eficiencia. Sólo entonces despidieron a la langosta, que se retiró con sigilo a un edificio próximo.
Las instrucciones del Ministerio de la Burocracia clasificaban aquel bloque derruido como el foco de un comando armado de insurgentes. A estos corpúsculos paramilitares que se alzaban contra el Mundo Libre se los llamaba de diferentes formas. La Panóptica se refería a ellos como negacionistas, aunque sus Asesinos Públicos los llamaban simplemente rivales. Los consumidores preferían aglutinar a todos los terroristas en una gran organización, por lo que la John Black Mass Communication Media (o Mass Control Means, según los subversivos) la bautizó con el nombre de Bluespace.
A pesar de que la Compañía había creado el Universo Artificial, y por tanto era dueña de todo lo que contenía, Bluespace lograba perfeccionar su armamento de forma periódica e inexplicable, lo que forzaba a la industria bélica a satisfacer la creciente demanda operativa de armas más virulentas. Por su parte, la John Black debía renovarse con tenacidad para adaptarse a las fluctuaciones de la moda marcial. En el Mundo Libre, donde la guerra había sido desterrada a lejanos mundos inertes por motivos de rentabilidad, en el que la muerte era el negocio más lucrativo, no había mentiras. Las cuentas de la Compañía eran diáfanas. La estadística, más que una ciencia, era una afición de la masa, que demandaba una contabilización exhaustiva de todos los pormenores del espectáculo. Muertos anuales, dependiendo de la naturaleza de las heridas, armas más utilizadas en asesinatos de la Compañía, de los rivales, armas más efectivas, menos fiables, hora del mayor número de fallecidos, informes completos de sus forenses, muertes inocentes, nivel social medio de los terroristas, origen de sus familias, muertes por individuo, historiales de los asesinos, tendencias homicidas basadas en el color de los ojos, mes de nacimiento y niveles de colesterol, distancia más frecuente de los disparos, número de combates que se resolvían en el cuerpo a cuerpo, con qué armas y a qué facción favorecían, qué porcentaje anual de inocentes moría por balas perdidas, cuántos por disparos intencionados, qué bando acarreaba el mayor índice en aquel punto, datos precisos de esos inocentes, número de familiares y entrevistas en directo con los familiares; a ser posible mientras moría su pariente.
La Compañía no obtenía el menor provecho económico de aquella contienda. Las pérdidas siempre superaban a los beneficios. Todo el mundo trabajaba para las Industrias Sair-Sudni, por lo que nadie iba a lamentarse de sacar tajada. La economía del crecimiento perpetuo prometía un mejor nivel de vida, mejores canales de pago, mejor apartamento en un lugar más cercano a la Ciudad Alta, mejor alimentación, ropa más elegante, mejor coche, mejores relojes, mejores amigos, mejor sexo, mejor trabajo, mejores compañeros de trabajo, mejor jefe, mejor secretaria, mejor despacho, mejor vista desde el despacho; y menor probabilidad de que algún desaprensivo le levantase a uno la tapa de los sesos una mañana cualquiera.
Todo el mundo habría sido feliz si la Compañía hubiera encontrado la forma de rentabilizar el conflicto con sus rivales.
Pero no era así.
La Compañía perdía mucho dinero luchando contra ellos, muchísimo. Sus enemigos eran un grave problema y todos los consumidores tenían clara conciencia de ello gracias a los programas informativos de la John Black, que suministraban un pormenorizado seguimiento de cada tiroteo, de cada persecución, de cada muerte de los rivales y de los asesinos.
El Mundo Libre temía a los subversivos.
Saber que la Compañía más grande de la Historia era lo único que se interponía entre la gente de bien y el desastre era, sin duda, un tremendo alivio; y conocer los desarrollos de esta cruzada era del máximo interés público.
Por todo ello estaban los periodistas aquella noche en la azotea de una guarida de insurrectos, coreografiando a los asesinos para obtener un mejor rendimiento plástico de la luz. Y por todo ello estaba allí Sadman, el mejor asesino del Mundo, para acabar con todos los subversivos delante de billones de espectadores ávidos de indagar una noche más en el escurridizo enigma de la muerte.