A la mañana siguiente
Sin asunto
Buenos días, Leo. Malas noticias. Debo ir a Tirol del Sur. Bernhard está en el hospital. Dicen los médicos que ha sufrido un colapso por calor o algo por el estilo. Tengo que ir a recoger a los niños. Me duele la cabeza. (¡Demasiado whisky!) Gracias por la hermosa noche de ayer. Yo tampoco sé qué es «infidelidad». Sólo sé que te necesito mucho, Leo, muchísimo. Y mi familia me necesita a mí. Ya me marcho. Mañana volveré a escribirte. Espero que te encuentres bien después de tanto vino francés corriente…
Al día siguiente
Asunto: Todo en orden
¿No hay ningún mensaje de Leo? Sólo quería decirte que hemos vuelto. Bernhard ha venido con nosotros. Tuvo un colapso circulatorio, pero ya se ha recuperado. Escribe, Leo…, ¡por favor!
Dos horas después
Asunto: Para el señor Leike
Distinguido señor Leike:
Me cuesta un gran esfuerzo escribirle. Le confieso que me avergüenza hacerlo, y con cada línea será mayor el bochorno que yo mismo me cause. Soy Bernhard Rothner, creo que no hace falta que me presente con más detalles.
Señor Leike, me dirijo a usted para pedirle un favor muy grande. Sé que cuando le diga de qué se trata se quedará atónito o incluso escandalizado. A continuación intentaré explicarle los motivos. No soy un excelente escritor. Lamentablemente no lo soy, pero me esforzaré por expresar en esta forma desacostumbrada para mí todo lo que me tiene preocupado desde hace meses, lo que poco a poco ha ido alterando mi vida, la mía y la de mi familia, también la de mi mujer, cosa que creo poder juzgar bien después de todos los años que hemos vivido en armonía. El favor que quería pedirle es que se encuentre usted con mi mujer, señor Leike. ¡Hágalo de una vez, por favor, para que acabe esta pesadilla! Somos personas adultas, no puedo exigirle nada. Tan sólo puedo rogarle encarecidamente que se encuentre con ella. Mi inferioridad y mi debilidad me hacen sufrir. No sabe lo humillante que es para mí redactar estas líneas. Usted en cambio no ha mostrado ni la más mínima flaqueza, señor Leike. No tiene nada que reprocharse. Y yo tampoco, desgraciadamente. Desgraciadamente, yo tampoco tengo nada que reprocharle. A un fantasma no se le puede reprochar nada. Usted no es concreto, señor Leike, no es tangible, no es real, es tan sólo una fantasía de mi mujer, ilusión de dicha infinita de los sentimientos, éxtasis apartado de la realidad, una utopía de amor hecha de letras. Contra eso no puedo hacer nada, tan sólo esperar a que el destino sea clemente y acabe convirtiéndolo en una persona de carne y hueso, en un hombre de perfiles definidos, con virtudes y defectos, con puntos sensibles. Hasta que mi mujer no pueda verlo a usted como me ve a mí, como un ser vulnerable, una criatura imperfecta, un ejemplar de la defectuosa especie humana, hasta que no se encuentre usted con ella cara a cara no dejará de ser superior. Sólo entonces tendré la posibilidad de plantarle cara, señor Leike. Sólo entonces podré luchar por Emma.
«No me obligues a hojear mi álbum familiar, Leo», le escribió una vez mi mujer. Pues, en lugar de ella, ahora soy yo quien se ve obligado a hacerlo. Cuando nos conocimos, Emma tenía 23, yo era su profesor de piano en el conservatorio, catorce años mayor que ella, bien casado, padre de dos hijos encantadores. Un accidente de tráfico redujo nuestra familia a un montón de escombros: el pequeño de 3 años, traumatizado; la mayor, gravemente herida; yo, con daños permanentes; la madre de los niños, Johanna, mi mujer, muerta. Sin el piano me habría hundido. Pero la música es vida, mientras suene nada muere para siempre. Cuando se es músico y se toca un instrumento, los recuerdos se viven como si fueran hechos inmediatos. Eso me levantaba la moral. También estaban mis alumnos y mis alumnas, tenía una distracción, una tarea, un sentido. Pues sí, y de repente estaba… Emma. Aquella joven vivaz, dinámica, descarada, preciosa, empezó a recoger nuestras ruinas por sí misma, sin esperar nada a cambio. Esas personas excepcionales vienen al mundo para combatir la tristeza. Son muy pocas. No sé qué habré hecho para merecerla, pero de pronto la tenía a mi lado. Los niños la recibieron con los brazos abiertos, sí, y yo me enamoré perdidamente de ella.
¿Y ella? Ahora, señor Leike, se preguntará usted: pues bien, ¿y Emma? ¿Es posible que esa estudiante de 23 años también se haya enamorado del caballero de la triste figura que frisaba los 40 y por aquel entonces sólo vivía de teclas y tonos? Ésa es una pregunta que no puedo responder, ni a usted ni a mí mismo. ¿Hasta qué punto fue sólo la admiración por mi música (en aquel tiempo yo tenía mucho éxito, era un concertista de piano muy aplaudido)? ¿Cuánto había de compasión, simpatía, deseos de ayudar, capacidad de estar ahí en los momentos difíciles? ¿Cuánto le recordaba yo a su padre, muerto prematuramente? ¿Cuánto se había encariñado con la dulce Fiona y el adorable Jonás? ¿En qué medida era mi propia euforia la que en ella se reflejaba?, ¿en qué medida amaba solamente mi inagotable amor por ella y no a mí? ¿Hasta qué punto disfrutaba con la seguridad de que yo jamás la decepcionaría a causa de otra mujer, con la lealtad de por vida, con mi eterna fidelidad, de la que podía estar segura? Créame, señor Leike, nunca me habría atrevido a acercarme a ella si no hubiese notado que me demostraba un cúmulo de sentimientos tan intensos como yo a ella. De manera patente se sintió atraída por mí y por los niños, quiso formar parte de nuestro mundo, llegó a formar parte de nuestro mundo, una parte fundamental, decisiva, el centro mismo. Dos años más tarde nos casamos. De eso hace ya ocho años. (Perdón, acabo de estropear su jueguecito, he desvelado uno de los tantos secretos: la «Emmi» que usted conoce tiene 34 años). No había día que no me asombrara de tener a mi lado a aquella belleza joven y vital. Y todos los días temía que «ocurriera», que viniese uno más joven, uno de sus muchos pretendientes y admiradores. Y Emma diría: «Bernhard, me he enamorado de otro. ¿Qué hacemos?». Ese problema no apareció. Llegó uno mucho peor. Usted, señor Leike, el silencioso «mundo exterior». Ilusiones de amor por correo electrónico, sentimientos que se intensifican sin cesar, ansia creciente, pasión insatisfecha, todo encaminado a un objetivo que sólo es real en apariencia, un objetivo supremo que se aplaza una y otra vez, la cita de las citas que nunca tendrá lugar, porque superaría la dimensión de la dicha terrenal, la satisfacción absoluta, sin punto final, sin fecha de caducidad, que tan sólo puede vivirse en la mente. Contra eso no puedo hacer nada.
Desde que usted «existe», señor Leike, Emma parece otra. Está ausente y distante conmigo. Se pasa horas y horas en su habitación con los ojos clavados en el ordenador, en el cosmos de sus sueños dorados. Vive en su «mundo exterior», vive con usted. Desde hace tiempo, cuando sonríe radiante, ya no es a mí a quien sonríe. A duras penas consigue ocultar su distracción ante los niños. Me doy cuenta de lo mucho que se esfuerza por quedarse más tiempo conmigo. ¿Sabe cómo duele eso? He intentado superar esta fase con mucha tolerancia. Siempre he procurado que Emma no se sintiese encerrada. Entre nosotros nunca hubo celos. Pero de repente ya no supe qué pensar. Pues no había nada ni nadie, ninguna persona real, ningún problema real, ningún cuerpo extraño evidente… hasta que descubrí la causa. Se me cae la cara de vergüenza por haber tenido que llegar a tal extremo: registré la habitación de Emma. Y, finalmente, en un cajón oculto encontré una carpeta, una gruesa carpeta repleta de papeles: su correspondencia completa con un tal Leo Leike, impresa con mucho esmero, página por página, mensaje por mensaje. Fotocopié esos textos con las manos temblorosas y durante unas semanas logré mantenerlos lejos de mí. Pasamos unas vacaciones espantosas en Portugal. El pequeño enfermó y la mayor se enamoró locamente de un profesor de surf. Mi mujer y yo estuvimos los dos callando sobre el tema, pero cada uno procuraba hacerle creer al otro que todo estaba perfectamente, como siempre, como debía ser, como nos mandaba la costumbre. Entonces no aguanté más. Me llevé conmigo la carpeta a las vacaciones en la montaña… y en un ataque autodestructivo y masoquista leí todos los mensajes en una noche. Desde la muerte de mi primera mujer no sufría un tormento semejante, créame. Tras concluir la lectura, no volví a levantarme de la cama. Mi hija avisó al servicio de socorro. Me llevaron al hospital, de donde mi mujer me recogió anteayer. Ahora ya conoce usted la historia completa.
¡Por favor, señor Leike, encuéntrese con Emma! Aquí llego al máximo de mi miserable humillación: ¡sí, encuéntrese usted con ella, pase una noche con ella, haga el amor con ella! Sé que querrá hacerlo. Se lo «permito». Le doy carta blanca, por la presente le libro de todos los escrúpulos, no lo consideraré infidelidad. Sé que Emma no sólo busca la intimidad espiritual con usted, sino también la física, ella pretende «saberlo», cree que lo necesita, lo anhela. Ése es el deseo irresistible, la novedad, la variación que yo no puedo darle. Con todos los hombres que han admirado y deseado a Emma, no me habría llamado la atención que se sintiera sexualmente atraída por alguno de ellos. Luego veo los mensajes que le escribe a usted. Y de repente comprendo lo intenso que puede ser su deseo si es despertado por el hombre «indicado». Usted, señor Leike, es su elegido. Y yo casi desearía que hiciera el amor con ella alguna vez. ¡UNA VEZ (se lo pido con insistentes mayúsculas, como lo hace mi mujer), UNA VEZ, TAN SÓLO UNA! Deje que se cumpla el objetivo de su pasión escrita. Póngale el punto final. Corone su correspondencia… y después interrúmpala. ¡Devuélvame a mi mujer, hombre del exterior, hombre intangible! Libérela. Tráigala de vuelta a la realidad. Deje que nuestra familia siga existiendo. No lo haga por mí ni por mis hijos. Hágalo por Emma. ¡Se lo ruego!
Así llego al final de mi bochornoso y mortificante grito de socorro, de mi atroz petición de gracia. Un último favor, señor Leike. No me delate. Déjeme fuera de la historia de ustedes dos. He abusado de la confianza de Emma, la he engañado, he leído su correo privado, íntimo. Ya he pagado por ello. No podría mirarla más a los ojos si ella supiera de mi espionaje. Y ella no podría volver a mirarme nunca a los ojos si supiera lo que he leído. Se odiaría a sí misma y también me odiaría a mí. Por favor, señor Leike, ahórrenos eso. Ocúltele este mensaje. Una vez más: ¡se lo ruego!
Ahora le envío a usted la carta más espantosa que he escrito en mi vida.
Muy atentamente,
Bernhard Rothner
Cuatro horas después
Fw:
Distinguido señor Rothner:
He recibido su mensaje. No sé qué decirle. Ni siquiera sé si decir algo. Estoy desconcertado. No sólo se ha humillado usted a sí mismo, nos ha avergonzado a los tres. Tengo que pensar. Voy a retirarme por un tiempo. No puedo prometerle nada, nada en absoluto.
Un cordial saludo,
Leo Leike
Al día siguiente
Asunto: ¿Dónde estás, Leo?
Oigo tu voz sin parar. Siempre las mismas palabras: «¿Así ha estado hablando conmigo este tío todo el tiempo?». Sé muy bien cómo habla este tío…, sólo que lleva días sin hablar. ¿No beberías demasiado vino francés aquella noche? ¿Lo recuerdas? Me invitaste a Hochleitnergasse 17, ático 15. «Olerte tan sólo una vez», escribiste. Ni te imaginas lo poco que faltó para que fuera. Menos que nunca. Pienso en ti las veinticuatro horas del día. ¿Por qué no escribes? ¿Debería preocuparme?
Al día siguiente
Asunto: Leo
¿Qué pasa, Leo? ¡Escríbeme, por favor!
Emmi
Media hora después
Asunto: Para el señor Rothner
Apreciado señor Rothner:
Le propongo un trato. Usted me promete una cosa. Y yo a cambio le prometeré otra. Pues bien: prometo no decirle nada a su mujer acerca de su mensaje ni de sus causas. Usted tiene que prometerme que NUNCA VOLVERÁ A LEER NI UN SOLO MENSAJE de los que su mujer me envíe a mí o yo a su mujer. Confío en que, si me da su palabra, la cumplirá. Usted, por su parte, puede estar seguro de que mantendré mi promesa. Si está de acuerdo, escriba: sí. De lo contrario le diré a su mujer la cruda verdad, la suya, la que usted tuvo la bondad de contarme a mí.
Un cordial saludo,
Leo Leike
Dos horas después
Re:
Sí, señor Leike, se lo prometo. No volveré a leer mensajes que no sean para mí. Ya he leído demasiadas cosas prohibidas. Si me permite la pregunta: ¿se encontrará usted con mi mujer?
Diez minutos después
Fw:
Eso no puedo decírselo, señor Rothner. Y aunque pudiera, no lo haría. En mi opinión, al enviarme usted aquella carta ha cometido un error garrafal, sintomático de una grave omisión que probablemente lleve años en su matrimonio. Se ha dirigido usted a la dirección equivocada. Todo lo que me contó a mí debería habérselo contado a su mujer, y hace mucho tiempo, desde el principio. Yo le recomendaría seriamente que lo hiciera. ¡Póngale remedio!
Por lo demás, le pido que no me envíe más mensajes. Creo que ya ha dicho usted todo lo que creía que debía decirme. Y ha sido demasiado.
Reciba un cordial saludo,
Leo Leike
15 minutos después
Fw:
Hola, Emmi:
Acabo de volver de un viaje de trabajo a Colonia. Lo siento, fueron unos días muy movidos, no tuve ni un momento de calma para escribirte. Espero que en tu familia ya estén todos mejor de salud. Yo aprovecharé este período de buen tiempo para marcharme unos días al sur, a algún sitio donde nadie pueda localizarme. Creo que lo necesito, me siento bastante cansado. A la vuelta te escribo. Te deseo unos felices días de verano (y la menor cantidad posible de niños con brazos dislocados).
Saludos muy, muy cariñosos,
Leo
Cinco minutos después
Re:
¿Cómo se llama?
Diez minutos después
Fw:
¿Cómo se llama quién?
Cuatro minutos después
Re:
¡Por favor, Leo! No insultes mi inteligencia y mi instinto para asuntos de Leo. Si sueltas peroratas sobre agitados viajes de trabajo y períodos de buen tiempo para aprovechar, te quejas de que estás cansado, anuncias que será imposible localizarte y me amenazas con deseos de felices días de verano, para mí sólo puede tratarse de una cosa: ¡UNA MUJER! ¿Cómo se llama? No será Marlene, ¿no?
Ocho minutos después
Fw:
No, Emmi, te equivocas. No se trata de Marlene ni de nadie. Simplemente tengo que retirarme un poco. Las últimas semanas y meses me han agotado. Necesito descansar.
Un minuto después
Re:
¿Descansar de mí?
Cinco minutos después
Fw:
¡Descansar de mí! Volveré a escribirte dentro de unos días. Lo prometo.
Tres días después
Asunto: ¡Falta Leo!
Hola, Leo:
Soy Yo. Ya sé que no estás, que estás descansando de ti mismo. Dime, ¿cómo se hace? Ya me gustaría poder hacer lo mismo. Necesito urgentemente descansar de mí. En cambio, me dedico a mí y me agoto. Leo, debo confesarte algo. Mejor dicho: no es que deba hacerlo, desde luego, tampoco está bien que lo haga, pero siento la necesidad de hacerlo. Para empezar, no soy nada feliz, Leo. ¿Y sabes por qué? (Probablemente no quieras saberlo, pero no tienes opción, lo siento). No soy feliz… sin ti. Para ser feliz necesito mensajes de Leo. Ahora no soy feliz, porque echo mucho en falta los mensajes que necesito para ser feliz. Desde que conozco tu voz, los echo en falta el triple.
Anoche estuve con Mia. Fue el primer encuentro bueno con ella en muchos años. ¿Y sabes por qué? (Es muy desagradable, lo sé, pero tendrás que escucharlo). El encuentro fue bueno porque por fin me sentía desdichada. Mia dice que en el fondo yo estaba igual que siempre, sólo que esta vez lo admitía, ante mí misma y ante ella. Y me lo agradece. Qué triste, ¿no?
Mia cree que me he enamorado de ti de una manera extraña, esto es, por escrito. Piensa que en cierto sentido no puedo vivir sin ti, o por lo menos no puedo ser feliz. Es más, dice que lo comprende. ¿No es terrible? El caso es que amo a mi marido, Leo. De veras. Yo lo escogí, a él y a sus hijos, a él y a mis hijos. Quería esa familia y ninguna otra, hasta ahora. Mediaron circunstancias trágicas, algún día te lo contaré. (Te llamará la atención que hable voluntariamente de mi familia…) Bernhard nunca me ha decepcionado y no me decepcionaría jamás. Jamás, jamás, jamás. Me da todas las libertades, complace todos mis deseos. Es un hombre tan culto, desinteresado, tranquilo, simpático… Por supuesto, con el tiempo a uno lo ahoga la rutina. Los procesos se repiten, faltan las sorpresas. Nos conocemos al dedillo, ya no hay misterios. «Quizá sólo te falte el misterio. Quizá te has enamorado de un excitante misterio», dice Mia. ¿Qué voy a hacer?, digo yo, no puedo convertir de repente a Bernhard en un misterio excitante. ¿Tú qué dices, Leo? ¿Puedo hacer que Bernhard se vuelva un misterio excitante? ¿Es posible hacer que ocho años de vida familiar se conviertan en un misterio excitante?
¡Ah…, Leo, Leo, Leo! De momento me cuesta tanto todo… No estoy de buenas. No tengo incentivos. No tengo ganas de nada. No tengo al único e inigualable Leo. No sé adónde irá a parar esto. Ni quiero saberlo. Me da igual. Lo principal es que vuelvas a escribirme pronto. Haz el favor de darte prisa con tu descanso de ti mismo. Quiero volver a tomar vino contigo. Quiero que vuelvas a querer besarme. (¿Es gramaticalmente correcta esa frase?) No necesito besos reales. Necesito al hombre que en algunas situaciones tiene tanta urgencia por besarme que no puede hacer otra cosa que escribirme. Necesito a Leo. Me siento muy sola con mi botella de whisky. He bebido mucho whisky, Leo. ¿Lo notas? ¿Cómo sería todo contigo, cómo sería la vida? ¿Cuánto tiempo tendrías urgencia por besarme? ¿Semanas, meses, años, siempre? Ya sé que no debo pensar esas cosas. Estoy felizmente casada. Pero no soy feliz. Creo que eso es contradictorio. La contradicción eres tú, Leo. Gracias por haberme escuchado. Me beberé otro whisky. Buenas noches, Leo. Te echo tanto de menos…
Hasta te besaría a ciegas. Sí, lo haría. En este preciso instante.
Dos días después
Asunto: Ni una palabra.
Treinta grados y ni una palabra del hombre que descansa de sí mismo. Sé que mi mensaje de anteayer se pasó un poco de la raya. ¿Te pedí demasiado, Leo? ¡Fue el whisky, créeme! El whisky y yo. Yo, lo que hay dentro de mí. El whisky, lo que él sacó de mí.
Te saluda con impaciencia,
Emmi
Al día siguiente
Sin asunto
Viento del sur… y sin embargo doy vueltas en la cama. Una sola letra tuya y me dormiría en el acto.
Buenas noches, mi querido hombre que descansa de sí mismo.
Dos días después
Asunto: Mi último mensaje
¡Mi último mensaje sin contramensaje! ¡Lo que estás haciendo es muy cruel, Leo! Déjalo ya, por favor, es tremendamente doloroso. Todo vale, todo menos callar.
Al día siguiente
Asunto: Contramensaje
Querida Emmi:
No tardé más de unas horas en tomar una decisión que cambiará mi vida. Pero he necesitado nueve días para comunicarte las consecuencias. Emmi, en pocas semanas me iré a vivir a Boston durante al menos dos años. Voy a dirigir un grupo de trabajo en la universidad. El proyecto es sumamente atractivo, tanto desde el punto de vista científico como económico. Mi situación me permite ser así de espontáneo. Es poco lo que debo dejar aquí. Por lo visto es cosa de familia cambiar de continente en algún momento de la vida. Echaré de menos a unos cuantos amigos íntimos. Echaré de menos a mi hermana Adrienne. Y echaré de menos… a Emmi. Sí, muy especialmente a ella.
También he tomado otra decisión. Suena tan duro que me tiemblan los dedos ahora que debo comunicártelo por escrito, inmediatamente después de los dos puntos: voy a interrumpir nuestra relación por correo electrónico. Necesito quitarte de mi cabeza, Emmi. No es posible que seas mi primer y mi último pensamiento de cada día hasta el fin de mi vida. Es enfermizo. Tú tienes «compromisos», tienes familia, obligaciones, desafíos, responsabilidades. Estás muy apegada a todo eso, es el mundo donde eres feliz, me lo has dado a entender claramente. (Con mezclas de alta graduación de nostalgia y whisky, de tanto escribir se provoca uno, como tú en tu último y largo mensaje, un estado de desdicha que a más tardar desaparece al despertar al día siguiente). Estoy convencido de que tu marido te ama como sólo se ama a una mujer después de tantos años de convivencia. Lo que te falta podría no ser más que un poco de aventura extramatrimonial en la cabeza, algo de maquillaje para tu rutina sentimental. En eso se basa tu afecto por mí. En eso se funda nuestra relación escrita, que probablemente te confunda más de lo que a la larga podría enriquecerte.
Y respecto a mí: tengo 36 años, Emmi (bueno, ahora ya lo sabes). No pienso pasarme la vida con una mujer que sólo está disponible para mí en la bandeja de entrada. Boston me da la oportunidad de empezar de nuevo. De repente vuelvo a tener ganas de conocer a una mujer de una manera de lo más conservadora: primero la veo, luego escucho su voz, luego la huelo, tal vez la beso. Y más tarde en algún momento posiblemente le escriba un correo electrónico. El camino inverso que hemos recorrido nosotros era y es tremendamente excitante, pero no conduce a ninguna parte. Debo superar mi bloqueo mental. Durante meses he visto a Emmi en cada mujer bonita que me cruzaba por la calle. Pero ninguna podía compararse con la verdadera, ninguna podía competir con ella, pues mantenía a la auténtica alejada del mundo, socialmente marginada, aislada, toda para mí solo en el ordenador. Allí me recogía a la salida del trabajo. Allí me esperaba antes, después o en lugar del desayuno. Allí me deseaba buenas noches al final de una larga velada. Bastante a menudo se quedaba en casa hasta el amanecer, en la habitación, en la cama, tenía tratos secretos conmigo. Pero, finalmente, en todas las etapas, seguía siendo inalcanzable, inaccesible para mí. Las imágenes que tenía de ella eran tan frágiles y delicadas que no habrían resistido una visión real sin agrietarse y resquebrajarse de inmediato. Esa Emmi creada artificialmente me parecía una filigrana tan fina que se habría desmoronado si la hubiese tocado de verdad aunque sólo fuera una vez. Físicamente no era más que el aire entre las teclas con las que yo la invocaba día a día a fuerza de escribir. Un soplo… y habría desaparecido. Sí, Emmi, para mí hasta ese extremo hemos llegado: cerraré el correo, soplaré en mi teclado, bajaré la pantalla. Me despediré de ti.
Leo
Al día siguiente
Asunto: ¿A que viene esa despedida?
¿Ése fue tu último mensaje? ¡Imposible! Así perderé la confianza en el último mensaje. Oye, Leo: no espero brillantes actuaciones humorísticas si quieres poner tierra por medio. Pero ¿qué significa esa farsa tan trágica? ¿Qué clase de despedida es ésa? ¿Cómo imaginar la cara que pondrás al soplar melodramáticamente en las teclas? Sí, de acuerdo, últimamente me he dejado ir un poco. Y también he empezado a escribir demasiado. A veces mi espíritu, de por sí ligero como una pluma, pesaba más que un bloque de hormigón. Sí, llevaba siempre conmigo nuestro paquete gigante de correo electrónico. Me he enamorado un poco del señor anónimo, eso es cierto. Ninguno de los dos conseguía ya quitarse de la cabeza al otro, nos hemos devuelto la pelota. Pero no tenemos ningún motivo para hacer de ello Tristán e Isolda en versión virtual.
Que viajas a Boston, pues viaja a Boston. Que interrumpes nuestra relación por correo electrónico, pues interrúmpela. ¡¡¡Pero no ASÍ!!! Es literaria y emocionalmente incompatible con tu estilo y mi dignidad, querido amigo. Soplar en las teclas… ¡Venga ya, Leo! ¡Menuda cursilería! No me quedará otra que pensar: «¿Así ha estado hablando conmigo este tío todo el tiempo?».
Por favor, demuéstrame que ése no fue el último mensaje que me escribiste. Para terminar quiero algo positivo, algo sorprendente, una salida sabrosa, con gracia. Di, por ejemplo: «¡Y por último te propongo que nos veamos!». Por lo menos sería un final divertido. (Bueno, ahora, si me permites, me voy a llorar a moco tendido).
Cinco horas después
Fw:
Querida Emmi:
¡Y por último te propongo que nos veamos!
Cinco minutos después
Re:
No hablas en serio.
Un minuto después
Fw:
Pues claro que sí. No bromearía con una cosa así, Emmi.
Dos minutos después
Re:
No sé qué pensar, Leo. ¿Es un capricho? ¿He pronunciado alguna contraseña? ¿Mis palabras te han convertido de melodramático en satírico?
Tres minutos después
Fw:
No. Emmi, no es un capricho, es un propósito bien meditado. Sólo que te me has anticipado. Te lo repito: me gustaría terminar nuestra relación por correo electrónico con un encuentro, Emmi. Sería un único encuentro antes de trasladarme a Boston.
50 segundos después
Re:
¿Que nos veamos una única vez? ¿Qué esperas de eso?
Tres minutos después
Fw:
Comprensión. Alivio. Distensión. Claridad. Amistad. Resolución de un enigma de personalidad creado con palabras, pero increíblemente sobredimensionado. Eliminación de bloqueos. Una buena impresión después. La mejor receta contra el viento del norte. Un digno final para una emocionante etapa de la vida. La simple respuesta a miles de preguntas complicadas aún pendientes. O, como tú misma has dicho: «Por lo menos un final divertido».
Cinco minutos después
Re:
Pero quizá no resulte nada divertido.
45 segundos después
Fw:
Eso depende de nosotros.
Dos minutos después
Re:
¿De nosotros? De momento estás muy solo, Leo. Aún no he dado el «sí» al encuentro last-minute y, a decir verdad, hasta ahora estoy bastante lejos de hacerlo. Primero quisiera saber más sobre esa extravagante cita del tipo «The first date must be the last date». ¿Dónde quieres que quedemos?
55 segundos después
Fw:
Donde tú quieras, Emmi.
45 segundos después
Re:
¿Y qué haremos?
40 segundos después
Fw:
Lo que queramos.
35 segundos después
Re:
¿Qué queremos?
30 segundos después
Fw:
Ya veremos.
Tres minutos después
Re:
Creo que prefiero mensajes desde Boston. Así no hay que ver antes si alguno de los dos quiere alguna cosa. Yo, al menos, ya sé que quiero algo y ya sé qué es lo que quiero: mensajes desde Boston.
Un minuto después
Fw:
No voy a escribirte mensajes desde Boston, Emmi. Quiero acabar con esto, de veras. Estoy convencido de que será bueno para los dos.
50 segundos después
Re:
¿Y hasta cuándo piensas mandarme mensajes?
Dos minutos después
Fw:
Hasta que nos veamos. Salvo que digas que definitivamente no quieres encontrarte conmigo, lo que sería, como quien dice, una suerte de conclusión.
Un minuto después
Re:
¡Eso es un chantaje, maestro Leo! Además, eres bastante grosero. ¿Por qué no relees tu último mensaje? No creo que quiera quedar con un tío que habla así.
Buenas noches.
A la mañana siguiente
Sin asunto
Buenos días, Leo.
¡Sin duda No quedaré contigo en el café Huber!
Una hora después
Fw:
No tienes por qué hacerlo. Pero ¿por qué no?
Un minuto después
Re:
Allí se encuentran compañeros de trabajo o personas que se conocen por azar.
Dos minutos después
Fw:
Es difícil que haya dos personas que se conozcan de un modo más casual que nosotros.
50 segundos después
Re:
¿Ésa es la actitud con que has entablado y mantenido nuestra relación y con la que ahora quieres ponerle fin? En ese caso, será mejor que olvidemos nuestra azarosa y volátil cita.
Al día siguiente
Sin asunto
¿Qué es lo que te pasa, Leo? ¿Por qué de repente te has vuelto tan mal educado y destructivo? ¿Por qué desprecias tanto «nuestra historia»? ¿Te esfuerzas a propósito por ser insensible y malvado? ¿Quieres hacerme apetecible tu abandono?
Dos horas y media después
Fw:
Lo siento, Emmi, estoy haciendo denodados esfuerzos por quitarme de la cabeza «nuestra historia». Ya te he explicado por qué es necesario para mí. Sé que desde lo de Boston mis mensajes suenan terriblemente escuetos. No me gusta nada escribir así, pero me obligo a hacerlo. No quiero invertir más sentimientos por escrito en «nuestra historia». No quiero seguir construyendo antes de derribarlo todo. De verdad, ya no quiero nada más que ese único encuentro. Creo que nos hará bien a los dos.
Dos minutos después
Re:
¿Y qué pasa si después del encuentro queremos volver a vernos?
Cuatro minutos después
Fw:
Por mi parte puedo descartarlo. Mejor dicho: ya lo he descartado. Quiero encontrarme contigo esa única vez para cerrar con dignidad «nuestra historia» antes de marcharme a Estados Unidos.
15 minutos después
Re:
¿Qué entiendes tú por «cerrar con dignidad»? O, en otras palabras: ¿qué quieres que piense de ti después de la cita?
1) Muy majo, pero ni con mucho tan interesante como por escrito. Ya puedo borrarlo para siempre de todos los ficheros de mi vida con la conciencia tranquila y una buena impresión.
2) ¿Por este pelmazo he vivido «liada» durante un año?
3) Un hombre ideal para una escapada extramatrimonial. Lástima que ahora se escape al otro lado del océano.
4) ¡Qué tío tan impresionante! ¡Vaya noche más alucinante! Todos estos meses escribiendo correos electrónicos sí que han merecido la pena. Bueno, ya está. Ya puedo volver a concentrarme en los bocadillos de Jonás.
5) ¡Mierda! ¡Es él! Por él dejaría plantado a Bernhard y abandonaría a mi familia. Por desgracia, ahora se me escapa a Estados Unidos, el país desde donde no es posible mandar mensajes. Pero le esperaré. Cada día encenderé una vela por él. Y lo incluiré en mis rezos con los niños hasta que regrese con toda su gloria y esplendor…
Tres minutos después
Fw:
¡Cómo echaré de menos tu sarcasmo, Emmi!
Dos minutos después
Re:
Puedes llevarte a Boston todo el sarcasmo que te apetezca, Leo. Aún me queda bastante. Y bien: ¿qué papel te gustaría hacer con motivo de nuestra separación oficial?
Cinco minutos después
Fw:
No quiero hacer ningún papel. Seré el que soy. Y tú me veras tal como soy. Al menos me verás tal como crees que soy. O tal como quieres creer que soy.
Un minuto después
Re:
¿Querré verte de nuevo?
45 segundos después
Fw:
No.
35 segundos después
Re:
¿Por qué no?
50 segundos después
Fw:
Porque es imposible.
Un minuto después
Re:
Todo es posible.
45 segundos después
Fw:
Eso no. Esa posibilidad queda descartada de antemano.
55 segundos después
Re:
Con posterioridad suelen realizarse posibilidades que de antemano no existían. Y no suelen ser las peores.
Dos minutos después
Fw:
Lo siento, Emmi. La posibilidad de que quieras volver a verme no existe. Ya verás.
Un minuto después
Re:
¿Y por qué querría ver una cosa así? Si sé que después de nuestra primera cita no querré encontrarme contigo por segunda vez, ¿por qué iba a quedar contigo?
Dos minutos después
Asunto: Para el señor Leike
Estimado señor Leike: Estamos pasando unos días terribles. Si esto no se acaba, nuestro matrimonio fracasará. No puedo creer que usted desee tal cosa. Por favor, encuéntrese con mi mujer y deje de escribirle. (Le juro que no tengo ni idea de qué se escriben, y tampoco quiero saberlo, sólo quiero que acabe de una vez).
Reciba un cordial saludo,
Bernhard Rothner
Tres minutos después
Fw:
Emmi, tú sabrás por qué quieres encontrarte conmigo (si es que quieres). Yo sólo puedo decirte una cosa: ¡quiero encontrarme contigo! Y ya te he explicado a fondo por qué.
Muchos besos y buenas noches,
Leo
Un minuto después
Re:
Leo Bolsa de Hielo Leike. «Así ha estado hablando conmigo este tío todo el tiempo». Muy triste, de verdad.