Capítulo 2

Una semana después

Asunto D.P.

Qué día de perros, ¿verdad? Saludos afectuosos,

E.

Tres minutos después

Fw:

1) Lluvia, 2) nieve, 3) aguanieve.

Un cordial saludo,

Leo

Dos minutos después

Re:

¿Sigues ofendido?

50 segundos después

Fw:

Nunca lo he estado.

30 segundos después

Re:

¿O es que no te gusta hablar con mujeres casadas?

Un minuto después

Fw:

¡Pues claro que sí! Sólo que en ocasiones me asombra que a las mujeres casadas les guste tanto conversar con hombres completamente desconocidos como yo.

40 segundos después

Re:

¿Es que tienes a varias en tu buzón? ¿Qué fracción de tu terapia de superación de Marlene soy en realidad?

50 segundos después

Fw:

Bien, Emmi, vuelves a estar en forma. Hace un momento te notaba un poco desganada, apocada y tímida.

Media hora después

Re:

Querido Leo:

En serio, tenía necesidad de decirte que siento sinceramente el mensaje de los siete puntos del lunes pasado. Lo he releído un par de veces y debo admitir que suena fatal cuando se lee en voz alta. El problema es que no puedes saber qué aspecto tengo cuando digo una cosa así. Si me vieras, no podrías enfadarte conmigo. (Vamos, eso imagino). Créeme: estoy todo menos frustrada. En mi caso, las decepciones con los hombres se han mantenido dentro de los límites naturales. Es decir: hay hombres limitados, desde luego, pero yo he tenido suerte. Me va fantástico en eso. Mi cinismo es más deporte y juego que enfado y desquite.

Por lo demás, aprecio mucho que me hayas hablado de Marlene. (Lo que me hace pensar que en realidad no me has contado nada de ella. ¿Qué clase de mujer es/era? ¿Qué aspecto tiene? ¿Qué número calza? ¿Qué tipo de zapatos lleva?)

Una hora después

Fw:

Querida Emmi:

No te lo tomes a mal, pero no me apetece hablarte del gusto de Marlene en lo que a zapatos respecta. En la playa suele ir descalza, es todo lo que quiero contarte. No puedo seguir escribiendo, tengo visitas.

Que tengas un buen día, Leo

Tres días después

Asunto: Crisis

Querido Leo:

En realidad me había propuesto esperar a que el próximo mensaje me lo enviaras tú (y no escribirte yo). Aunque no haya estudiado psicología del lenguaje, ato cabos y asocio dos cosas: 1) te confesé entre líneas que no sólo estoy casada, sino incluso felizmente casada; 2) reaccionas con la respuesta más desanimada que me has enviado desde el muy prometedor inicio de nuestra relación virtual hace ya más de un año. Y luego dejas de escribir. ¿Es posible que haya dejado de interesarte? ¿Es posible que haya dejado de interesarte porque estoy comprometida? ¿Es posible que haya dejado de interesarte porque encima estoy «felizmente comprometida»? Si es así, al menos sé lo «bastante hombre» para decírmelo.

Recibe un cordial saludo,

Emmi

Al día siguiente

Sin asunto

¿SEÑOR LEO?

Al día siguiente

Sin asunto

¡¡¡EEEEEEEEEEEEEHHHHHHH, LEEEEEEEEEOOOOOOOOO!!!

Al día siguiente

Sin asunto

¡Cabrón!

Dos días después

Asunto: Amable correo de Emmi

¡Hola, Emmi!

No sabes qué sensación tan maravillosa es regresar de un agotador seminario en Bucarest —una ciudad no precisamente colmada de atractivos y más bien modesta en colores—, en lo que allí de manera perversa tienden a llamar también primavera (temporales de nieve, heladas, etc.), encender de inmediato el ordenador, abrir el buzón y, en una maraña de quinientos despiadados emisores de correos que van de lo superfluo a lo miserable, encontrar cuatro mensajes de la señora Rothner, una mujer tan valorada por su facilidad de palabra, su estilo y sus programas por puntos. Se alegra uno como un oso gris rumano en progresivo proceso de descongelación, porque por fin podrá leer unas cuantas frases amables, sensibles, divertidas, cariñosas. Abre eufórico el primer mensaje… ¿y con qué palabra tropiezan sus dos ojos al mismo tiempo?: CABRÓN. Pues muchas gracias por el recibimiento.

¡Ay, Emmi, Emmi! Ya has estado atando cabos otra vez. Lamento decepcionarte, pero no me molesta en absoluto que estés «felizmente comprometida». Nunca he tenido intención de conocerte mejor, mejor de lo que es posible por la correspondencia electrónica. Tampoco he querido saber nunca qué aspecto tienes. A partir de los textos que me escribes me formo mi propia imagen de ti. Me construyo mi propia Emmi Rothner. A grandes rasgos sigo imaginándote tal como te conocí al principio de nuestra relación, no importa si has estado tres veces trágicamente casada o cinco veces felizmente divorciada, si cada día vuelves a estar alegremente «libre» y los sábados por la noche licenciosamente soltera.

Sin embargo, compruebo con pesar que la relación que mantienes conmigo por lo visto te agota. Además, hay algo que me sorprende: ¿por qué a una mujer felizmente casada, todo menos frustrada con los hombres, irónico graciosa, despreocupada, encantadora, segura de sí misma, a una mujer que calza un 37 —y tiene una edad indefinida— le interesa tanto discutir a fondo temas personales con un típico profesor desconocido, a veces gruñón, con problemas de pareja, tendencia a las crisis y poco sentido del humor? ¿Qué opina tu marido al respecto?

Dos horas después

Re.

Primero lo principal: Leo, el oso gris, is back from Bucarest. ¡Bienvenido! Perdona por lo de «cabrón», pero se caía por su propio peso. ¿Cómo iba yo a saber que tenía ante mí a un extraterrestre que no se decepciona al enterarse de que su fiel corresponsal, capaz de imponentes sarcasmos, está comprometida? ¿Cómo iba yo a saber que me enfrentaba con un hombre que prefiere «construir su propia Emmi Rothner» antes que conocer a la auténtica? Si me permites provocarte un poco a este respecto, ni en tus más audaces fantasías, querido psicólogo del lenguaje, puedes construir una Emmi que se compare con la auténtica Emmi Rothner.

¿Sientes que te provoco? ¿No? Me lo figuraba. Me temo que es más bien al revés: eres tú quien me provoca a mí, Leo. Tienes una manera poco ortodoxa pero sumamente efectiva de resultarme cada vez más interesante: quieres saber al mismo tiempo todo y nada de mí. Según tu estado de ánimo, muestras un «tremendo interés» o un desinterés casi patológico por mí, lo cual un día me altera y otro me estimula. De momento, me estimula. Lo reconozco. Pero tal vez no seas más que un lobo (rumano) solitario, reprimido, vagabundo, sombrío, que es incapaz de mirar a los ojos a una mujer, que tiene terror a los encuentros reales, que continuamente necesita crearse mundos imaginarios, porque no sabe desenvolverse en los entornos concretos, palpables, tangibles, reales. Quizá eres un típico acomplejado con las mujeres. ¡Ah…, cómo me gustaría preguntárselo a Marlene! ¿No tienes por casualidad su número de teléfono o el del piloto español? (Era una broma, no vuelvas a estar tres días ofendido, por favor). No, Leo, sólo me estaba quedando contigo. Me caes bien. Es más: me caes muy bien. Mucho, mucho, mucho. Y me parece increíble que no quieras verme, lo cual no quiere decir que realmente debamos vernos. ¡Y tanto que no! Pero me encantaría saber qué aspecto tienes, por ejemplo. Eso aclararía muchas cosas. Me refiero a que aclararía por qué escribes como escribes, pues tendrías el aspecto de alguien que escribe como tú. Y me muero por saber qué aspecto tiene alguien que escribe como tú. Eso es lo que aclararía. Hablando de aclarar: la verdad es que no me apetece hablar aquí de mi marido. Habla tú de tus mujeres si quieres (si es que no existen sólo en el buzón electrónico). Yo puedo darte buenos consejos, se me da muy bien eso de ponerme en el lugar de las mujeres, de hecho, soy mujer. Pero mi marido… Bueno, te lo diré: tenemos una estupenda y armónica relación con dos niños (niños que él tuvo la amabilidad de aportar para evitarme los embarazos). En principio no hay secretos entre nosotros. Le conté que me escribo a menudo con un «simpático psicólogo del lenguaje» por correo electrónico. «¿Quieres conocerle?», me preguntó. «No», le contesté. A lo que él replicó: «¿Y entonces, qué?». «Nada», respondí. «Ya», dijo. Eso fue todo. Ni él quiso saber más, ni yo quise decírselo. Y no quiero volver a hablar de mi marido, ¿vale?

Bueno, respecto a ti, querido oso gris: ¿qué aspecto tienes? Dímelo. ¡Por favor!

Un cariñoso saludo,

Emmi

Al día siguiente

Asunto: Prueba

Querida Emmi: Me cuesta sustraerme a tus baños fríos y calientes. ¿Quién nos paga el tiempo que pasamos aquí sentados el uno con (sin) el otro? ¿Y cómo lo compaginas con tu trabajo y tu familia? Tus hijos deben de tener como mínimo tres ardillas cada uno, o algo por el estilo. ¿De dónde sacas la tranquilidad para ocuparte tan exhaustiva y minuciosamente de desconocidos osos grises?

¡Conque quieres saber sin falta qué aspecto tengo! De acuerdo, voy a proponerte un juego. Hay que admitir que es un juego disparatado, pero es necesario que conozcas esta otra faceta de mi personalidad. Pues bien: ¿qué te apuestas a que entre, digamos, veinte mujeres descubro en el acto a la única e incomparable Emmi Rothner, mientras que tú jamás adivinarías quién es el auténtico Leo Leike entre la misma cantidad de hombres? ¿Nos arriesgamos a hacer la prueba? Si dices que sí, ya pensaremos algún procedimiento apropiado.

Que tengas una buena mañana,

Leo

50 minutos después

Re:

¡Y tanto que la hacemos! Eres un auténtico aventurero. Primero mis reparos: no te lo tomes a mal, pero cuento con que tal vez no te gustes nada visualmente, querido Leo. Y las posibilidades son muchas, pues en principio los hombres no me gustan, salvo raras excepciones (por lo general, gays). En cambio…, bueno, mejor no digo nada. ¿Así que te figuras que me reconocerás de inmediato? Entonces tendrás una idea de cómo soy. ¿Qué habías dicho…? «42 años, bajita, menuda, vivaracha, morena, de pelo corto». ¡Pues mucha suerte con el reconocimiento! Bueno, ¿cómo hacemos? ¿Cada uno le envía al otro veinte fotos de distintas personas, incluida una de sí mismo? Saludos afectuosos,

Emmi

Dos horas después

Fw:

Querida Emmi:

Propongo que nos veamos personalmente sin saberlo, es decir, de tal modo que sea fácil confundirnos entre la muchedumbre. Podríamos escoger, por ejemplo, el café Huber, en la Ergelstraße. Seguramente lo conoces. Allí concurre incesantemente un público de lo más variado. Elegimos un lapso de dos horas, un domingo por la tarde quizá, y durante ese rato estamos los dos presentes. Entre el ir y venir y el gentío del salón no se notará que intentamos descubrirnos.

En cuanto a tu posible decepción, si no satisfago tus deseos visuales, no tenemos por qué desvelar la incógnita de nuestro aspecto después del encuentro. Me parece que lo interesante no es qué aspecto tenemos realmente, sino si creemos haber reconocido al otro y por qué. Lo repito: no quiero saber cómo eres. Sólo quiero identificarte. Y eso haré. Por cierto, ya no sostengo la descripción que hice aquella vez. Para mí te has vuelto un poco más joven (pese a tener marido e hijos), señora Emma Rothner.

Y algo más: me alegra mucho que continúes citando mis viejos mensajes. Quiere decir que por lo visto los has guardado. Eso me halaga.

¿Qué te parece mi idea del encuentro?

Saludos cariñosos,

Leo

40 minutos después

Re:

Querido Leo:

Hay un problema: si me reconoces, sabrás cómo soy; y si te reconozco, sabré cómo eres. Tú no quieres saber cómo soy, y yo temo que no me gustes. ¿Será el final de nuestra fascinante historia? O, formulando la pregunta de otro modo: ¿es para no tener que escribirnos más por lo que de repente nos ha entrado tanta prisa por reconocernos? El precio por mi curiosidad me resultaría demasiado alto. Mejor permanecer anónima y seguir recibiendo correo del oso gris.

Un besito,

Emmi

35 minutos después

FW:

Eres muy amable. A mí no me preocupa nuestro encuentro. No me reconocerás. Y mi idea de ti es tan clara que no puede sino confirmarse. Pero si —contra todas mis expectativas— mi idea de ti no fuese acertada, de todos modos no te identificaría. En ese caso podría conservar mi fantasía.

Un besito para ti también,

Leo

Diez minutos después

Re:

Maestro Leo:

Me vuelve loca que estés tan seguro de saber cómo soy. Es bastante impertinente por tu parte. (Ya está. Alguna vez tenía que decírtelo). Otra pregunta: cuando contemplas esa nítida fantasía de mí, Leo, ¿al menos te gusta?

Ocho minutos después

Fw:

Gustar, gustar, gustar. ¿Es realmente tan importante eso?

Cinco minutos después

Re:

Sí, importantísimo, señor teólogo moral. Al menos para mí. Me gusta: 1) que me gusten, y: 2) gustar.

Siete minutos después

Fw:

¿No basta con: 3) gustarte a ti misma?

11 minutos después

Re.

No, soy demasiado vanidosa para eso. Además, es un poco más fácil gustarte a ti mismo cuando les gustas a los demás. Probablemente tú quieres: 4) gustarle sólo a tu bandeja de entrada, ¿verdad? Ella es paciente. Ni siquiera necesita cepillarse los dientes. Por cierto, ¿conservas alguno? ¿O eso tampoco es tan importante?

Nueve minutos después

Fw:

Al fin he vuelto a proporcionar estímulo a la circulación sanguínea de Emmi. Para cerrar provisionalmente este tema: mi fantasía de ti me gusta muchísimo. Si no, no pensaría en ella tan a menudo, querida Emmi.

Una hora después

Re:

¿Así que piensas en mí a menudo? Eso está bien. Yo también pienso mucho en ti, Leo. Quizá no deberíamos conocernos. Buenas noches.

Al día siguiente

Asunto: ¡Salud!

Hola, Leo:

Perdona que te moleste a estas horas. ¿Estás conectado por casualidad? ¿Bebemos una copa de vino tinto? Cada cual por su lado, desde luego. Es mi tercera copa, debes saberlo. (Si nunca bebes vino, haz el favor de mentirme y decirme que te gusta beber una copa o una botella de vez en cuando, es decir, todo con moderación y sin un propósito concreto. Hay dos clases de hombres que no soporto: los borrachos y los ascetas).

Re:

Beberé una cuarta copa antes de perder el conocimiento. Es tu última oportunidad por hoy.

Re:

Qué pena. Tú te lo pierdes. Pienso en ti.

Buenas noches.

Al día siguiente

Asunto: pena.

Querida Emmi: Siento muchísimo haberme perdido el romántico entretenimiento de medianoche frente a nuestros respectivos ordenadores. Habría bebido en el acto una copa contigo, habría brindado por ti y contra el anonimato virtual. ¿Podría haber sido vino blanco? Me gusta más el blanco que el tinto. No, por suerte no tengo necesidad de mentirte: ni me emborracho a menudo ni soy siempre un asceta. Bueno, soy diez veces más borracho que asceta, lo soy diez veces más y veinte veces más a menudo. Marlene, ¿la recuerdas?, ella, por ejemplo, no bebía una gota de alcohol. No lo toleraba. Y lo que era peor: no toleraba ni una sola gota del alcohol que bebiera yo. ¿Entiendes? Ésas son las cosas por las que una pareja empieza a vivir emocionalmente enfrentada. Para beber siempre hacen falta dos, o ninguno.

Bueno, como queda dicho: es una verdadera lástima no haber podido aceptar tu tentadora oferta de anoche. Por desgracia, volví a casa muy tarde.

Otra vez será,

Leo, tu futuro compañero de bebida on line.

20 minutos después

Re:

¿Que volviste muy tarde? ¡Ay, Leo, Leo!, ¿dónde te metes por las noches? No irás a decir que eso significa que ha aparecido una sucesora de Marlene. Si es así, debes informarme con todo detalle de esa mujer de inmediato, para que yo pueda disuadirte de salir con ella. Pues mi intuición me dice que de momento no deberías comprometerte, aún no estás listo para la siguiente relación. De todos modos me tienes a mí. Y seguramente tu fantasía de mí se aproxima a tu ideal de mujer más que a una cualquiera, a la que quizá has conocido en un bar decorado con felpa roja (de esos para profesores y osos grises solitarios) a las dos de la madrugada o a la hora que sea. Así que de ahora en adelante quédate en casa, por favor. De vez en cuando beberemos juntos una copa de vino a nuestra salud sobre la medianoche (sí, como excepción, puede ser vino blanco). Luego tendrás sueño y te irás a dormir, para volver a estar en forma al día siguiente y seguir enviando mensajes a tu diosa imaginaria Emmi Rothner. ¿Te parece bien?

Dos horas después

Fw:

Querida Emmi:

¡Ah…, es un placer volver a vivir el inicio de una escena de celos tan encantadora! Ya lo sé: era una farsa italiana. Aun así, la he disfrutado. En cuanto a mis amistades femeninas, propongo que hagamos lo mismo que con tu marido, los dos niños y sus seis ardillas. Todo eso simplemente no viene al caso. Para nosotros dos, aquí no hay nadie más que nosotros dos. Seguiremos en contacto hasta que alguno se quede sin aliento o pierda las ganas. No creo que vaya a ser yo.

Que tengas un buen día de primavera,

Leo

Diez minutos después

Re:

Acaba de venirme algo a la memoria: ¿qué ha sido de nuestro juego de la cita y el reconocimiento? ¿Ya no te apetece? ¿Debo preocuparme en serio por esa fulana trasnochada del bar de felpa? Bueno, ¿qué te parece pasado mañana, domingo 25 de marzo, a partir de las tres de la tarde, en el abarrotado café Huber? ¡Hagámoslo!

Emmi

20 minutos después

Fw:

¡Pues claro, querida Emmi! Será un placer reconocerte. Pero el próximo fin de semana lo tengo todo ocupado. Mañana por la tarde me voy a Praga tres días por motivos estrictamente «personales» como quien dice. Pero con mucho gusto podemos entregarnos a nuestro juego de sociedad el domingo siguiente.

Un minuto después

Re:

¿A PRAGA CON QUIÉN?

Dos minutos después

Fw:

Que no, Emmi, de verdad.

35 minutos después

Re:

Vale, como quieras (o como no quieras). ¡Pero luego no me vengas con penas de amor! Praga está hecha para las penas de amor, sobre todo a fines de marzo: todo es gris, por la noche comes albóndigas y bebes cerveza en un restaurante revestido de la madera más oscura del mundo, ante los ojos de un depresivo camarero subempleado que dejó de vivir después de servir a Brézhnev durante una visita oficial. Después de eso ya nada es posible. ¿Por qué no vas a Roma? Allí te espera el verano. Yo me iría a Roma contigo.

Por cierto, nuestro juego de reconocimiento tendrá que esperar. El lunes me voy una semana a esquiar. Por supuesto que a ti, mi íntimo amigo por correspondencia, te digo con quién: con una ración de marido y dos raciones de hijos. (Pero sin ardillas). Los vecinos cuidan a Wurlitzer.

Wurlitzer es nuestro gato gordo. Es como una gramola marca Wurlitzer, pero con un solo disco. Y detesta a los esquiadores, por eso se queda en casa.

Que pases una noche estupenda,

Emmi

Cinco horas después

Re:

¿Ya estás en casa o sigues en el bar de felpa ese?

Buenas noches,

Emmi

Cuatro minutos después

Fw:

Ya estoy en casa. Estaba esperando a que Emmi me controlara de una vez. Bueno, ahora sí puedo irme a dormir tranquilo. Como mañana saldré temprano, os deseo a ti y a tu familia una feliz semana en la nieve.

Buenas noches. ¡Nos leemos!

Leo

Tres minutos después

Re:

¿Llevas pijama?

Buenas noches,

E.

Dos minutos después

Fw:

¿Acaso tú duermes desnuda?

Buenas noches,

L.

Cuatro minutos después

Re:

¡Vaya, maestro Leo, esa pregunta ha sido verdaderamente erótica! No te creía capaz. Para no destruir esta excitante tensión que de repente ha surgido entre nosotros, será mejor que desista de preguntar cómo es tu pijama.

¡Así que buenas noches y que lo pases bien en Praga!

50 segundos después

Fw:

Y bien, ¿duermes desnuda?

Un minuto después

Re:

Realmente quieres saberlo… Digamos, en exclusiva para tu mundo imaginario, querido Leo, que depende de con quién.

¡Que disfrutes Praga de a dos!

Emmi

Dos minutos después

Fw:

¡De a tres! Voy con una vieja amiga y su compañero.

(Apago).

Leo

Cinco días después

Sin asunto

Querida Emmi:

¿Estás conectada cuando esquías? Un saludo afectuoso,

Leo

P D.: Tenías razón con lo de Praga, mis amigos decidieron separarse. Pero Roma habría sido peor todavía.

Tres días después

Sin asunto

Querida Emmi:

Ya podrías ir volviendo. Echo en falta tus mensajes de control. De momento ya no me divierte pasar las noches en los bares de felpa.

Un día después

Sin asunto

Para que tengas tres mensajes míos en tu bandeja de entrada.

Saludos cariñosos,

Leo

(Ayer me compré un pijama nuevo especialmente para ti, o al menos pensando en ti).

Tres horas después

Fw:

¿Ya no me escribes?

Dos horas después

Fw:

¿Aún no puedes escribirme o ya no quieres escribirme?

Dos horas y media después

Fw:

Puedo cambiar el pijama nuevo, si es ése el problema.

40 minutos después

Re:

¡Ah… Leo, eres tan dulce! Pero lo que hacemos aquí no tiene sentido. No forma parte de la vida real. Mi semana en la nieve sí que fue parte de la vida real. No fue la mejor parte, pero fue una parte buena, y la acepto, no quiero cambiarla, es decir, la tomo tal como es, y está bien que sea tal como es. Los niños fastidiaron un poco, pero ése es su deber como niños. Además, no son mis hijos y en ocasiones me lo reprochan. Pero las vacaciones estuvieron bien tal como estuvieron. (Ya he dicho que estuvieron bien, ¿no?)

Seamos honestos, Leo: yo soy para ti una fantasía, lo único real en ella son unas letras que puedes poner en un contexto sonoro con ayuda de la psicología del lenguaje. Para ti soy como sexo telefónico, pero sin sexo y sin teléfono. O sea: sexo electrónico, pero sin sexo y sin imágenes para descargar. Y tú eres para mí puro juego, una agencia de reciclaje del coqueteo. Contigo puedo hacer lo que me falta: puedo vivir los primeros pasos de un acercamiento (sin necesidad de acercarme realmente). Pero ya somos una parejita en el segundo y tercer paso de un acercamiento que no puede acercarse. Deberíamos ir parando, me parece. Si no, estaremos cerca de quedar en ridículo. Ya no tenemos quince años…, bueno, sobre todo tú, desde luego. El caso es que ya no los tenemos, no hay remedio.

Te diré algo más, Leo. Durante esta semana de vacaciones familiares en la nieve, a veces fastidiosa, pero en conjunto fantástica, tranquila, armónica, divertida y por momentos hasta romántica, no pude dejar de pensar continuamente en ese desconocido oso gris llamado Leo Leike. Eso no está bien. Es enfermizo, ¿verdad?

¿No deberíamos dejarlo?, te pregunta,

Emmi

Cinco minutos después

Re:

A propósito: siento lo de tu pareja amiga. Sí, Roma probablemente habría sido un infierno.

Dos minutos después

Re:

¿Y cómo es? El pijama nuevo, digo.

Al día siguiente

Asunto: Encuentro

Querida Emmi:

¿Y si al menos llevamos a término nuestro «encuentro de identificación»? Es probable que luego nos resulte un poco más fácil renunciar al «acercamiento que no puede ser». Emmi, no puedo dejar de pensar en ti sólo con dejar de escribirte y de esperar mensajes tuyos. Me parece tan trivial y pragmático… ¡Hagamos nuestra prueba! ¿Qué dices?

Saludos cariñosos,

Leo

(Mi pijama nuevo no puede describirse, hay que verlo y tocarlo).

Una hora y media después

Re:

¿El domingo que viene, de 15.00 a 17.00, en el café Huber? Un saludo afectuoso,

Emmi

(Leo, Leo… Eso de que el pijama «hay que verlo y tocarlo» ha sido un auténtico flirteo. Es más, si no viniese de ti, habría dicho: ¡un flirteo de lo más vulgar!)

50 minutos después

Fw:

¡De acuerdo! Pero no lleguemos a las tres en punto ni nos marchemos a las cinco en punto. Tampoco nos busquemos demasiado con la vista. Y sobre todo: nada de ostentaciones delatoras. No puedes acercarte a mí en un arrebato de desenmascaramiento y preguntarme: tú eres Leo Leike, ¿verdad? Tenemos que darnos realmente la oportunidad de no reconocernos. ¿Sí?

Ocho minutos después

Re:

Sí, sí, descuida, señor lingüista, no me acercaré demasiado a ti. Para evitar más confusiones, propongo que hasta el domingo decretemos veda de correo electrónico. Hasta entonces no volveremos a escribirnos, ¿de acuerdo?

40 segundos después

Fw:

De acuerdo.

30 segundos después

Re:

Lo que no quiere decir que ahora debas irte de juerga todas las noches al bar de felpa.

25 segundos después

Fw:

Claro que no, además, no tiene ninguna gracia si Emmi Rothner, ya sólo ante la idea de que pudiera hacerlo, no me pide cuentas a cada hora.

20 segundos después

Re:

Entonces me quedo tranquila. Hasta el domingo, pues.

30 segundos después

Fw:

¡Hasta el domingo!

40 segundos después

Re:

¡Y no olvides cepillarte los dientes!

25 segundos después

Fw:

Emmi, siempre tienes que decir tú la última palabra, ¿verdad?

35 segundos después

Re:

En principio, sí. Pero si vuelves a contestarme una vez más, dejaré que seas tú quien la diga.

40 minutos después

Fw:

Epílogo sobre el pijama. Yo he escrito: «Hay que verlo y tocarlo». Tú has contestado que, si te lo hubiese dicho otro, habría sido un vulgar flirteo. Rechazo la idea. Exijo que en lo sucesivo tomes mis vulgares flirteos como flirteos vulgares, tal como harías con cualquier otro. Déjame ser todo lo vulgar que soy. En este caso concreto: tendrías que tocar mi pijama, de verdad, es estupendo al tacto. Dame una dirección y te lo enviaré como muestra. (¿Sigue pareciéndote vulgar?)

¡Buenas noches!

Dos días después

Asunto: Disciplina

¡Enhorabuena, Emmi! Eres muy disciplinada. Hasta pasado mañana en el café Huber.

Leo

Tres días después

Sin asunto

Hola, Leo: ¿Estabas allí?

Cinco minutos después

Fw:

¡Por supuesto!

50 segundos después

Re:

¡Joder! Me lo temía.

30 segundos después

Fw:

¿Qué es lo que te temías, Emmi?

Dos minutos después

Re:

Todos los hombres que podrían haber sido Leo Leike quedaban descartados, me refiero al aspecto puramente visual. Lo siento, tal vez suene cruel, pero lo digo tal como es. De verdad, Leo: ¿estuviste ayer, entre las tres y las cinco, en el café Huber? No hablo de estar escondido en el lavabo o atrincherado en el edificio de enfrente, me refiero a si estuviste efectivamente en la barra o en una mesa, sentado o de pie, en cuclillas o de rodillas, da igual.

Un minuto después

Fw:

Sí, Emmi, en serio, estuve allí. ¿Cuáles eran los hombres que según tú podrían haber sido Leo Leike, si me permites la pregunta?

12 minutos después

Re:

Querido Leo:

Me espanta entrar en detalles. Dime una sola cosa: ¿no eras por causalidad, esto…, cómo decirlo, aquel señor con todo el cuerpo cubierto de vello como púas de metal, fornido, más bien bajito, con una camiseta que un día fue blanca y una imitación de jersey de esquí violeta atado a la cintura, que bebía un Campari o algo rojizo en la esquina de la barra? Si eras tú, lo único que puedo decir es que sobre gustos no hay nada escrito. Seguramente habrá bastantes mujeres que consideren muy interesante y atractivo a un tío como ése. Y no me cabe duda de que algún día aparecerá la mujer de su vida. Pero, para ser francos, no serías precisamente mi tipo, lo siento.

18 minutos después

Fw:

Querida Emmi:

Con el debido respeto a tu cautivadora franqueza que se desenmascara a sí misma, «no ser hiriente» no es tu fuerte. Al parecer es cierto que para ti el aspecto tiene máxima prioridad. Te comportas como si tu vida amorosa de las próximas décadas dependiera de lo físicamente atractivo que te parezca tu amigo por correo electrónico. Por cierto, de momento puedo tranquilizarte. El monstruo greñudo de la barra, que buscaba con la vista carne fresca, no coincide con mi persona. Pero sigue describiendo con confianza: ¿quién más no podría haber sido yo? Y a continuación la pregunta adicional: si soy uno de los que para ti eran «visualmente descartables», ¿se acabó nuestro contacto por correo electrónico?

13 minutos después

Re:

Querido Leo:

No, por supuesto que seguiremos escribiéndonos sin inconveniente. Ya me conoces: exagero muchísimo. Me dejo llevar por algo y no admito que me contradigan. Es que ayer no vi a ningún hombre que me haya parecido ni por asomo tan interesante como tú cuando me escribes, querido Leo. Y eso era precisamente lo que me temía: ninguna de esas sosas caras de domingo por la tarde que vi en el café Huber puede compararse ni por asomo con el modo en que te diriges a mí por escrito: tímido, cortés; luego certero; de pronto franco, encantador como un oso gris, a veces hasta un poco sensual, pero siempre muy sensible.

Cinco minutos después

Fw:

¿De veras ninguna? Quizá te haya pasado inadvertido.

Ocho minutos después

Re:

Querido Leo:

Me infundes nuevos ánimos. Pero lamentablemente no creo que me haya pasado inadvertido nadie que hubiese debido ver. Me parecieron bastante monos los dos pasotas con piercings que estaban sentados en la tercera mesa de la izquierda. Pero no tenían más de veinte. Un tipo muy interesante, tal vez el único, estaba haciendo manitas atrás a la derecha, en la barra, con una modelo rubia de piernas larguísimas, entre vampiresa y angelical. No tenía ojos más que para ella y no debe de haber mirado a nadie más. Luego había también un ex campeón europeo de remo, bastante simpático, que por desgracia esbozaba una sonrisa algo oligofrénica (¡no, ése no eras tú, Leo!). ¿Y quién más? Cortadores de césped de jardines familiares, accionistas de cervecerías que coleccionan posavasos de cartón, portadores de valijas diplomáticas enfundados en americanas de primera comunión, clientes fijos de las tiendas de materiales para la construcción, cuyos dedos han mutado en llaves inglesas, y alumnos de una escuela de vuelo sin motor, con infantiles miradas soñadoras, o sea, perpetuos chiquillos. Pero ningún tipo carismático en varias millas a la redonda. Ahora bien, yo me pregunto con angustia: ¿cuál de todos era mi psicólogo del lenguaje?, ¿cuál era mi Leo Leike?, ¿lo perdí aquella fatal tarde de domingo en el café Huber?

Una hora y media después

Fw:

Sin ánimo de parecer arrogante, querida Emmi: ¡ya sabía yo que no me reconocerías!

40 segundos después

Re:

¿QUIÉN ERAS, LEO? ¡DÍMELO!

Un minuto después

Fw:

Mañana seguimos charlando, querida Emmi, tengo un compromiso. Y da gracias a Dios de que ya has encontrado marido. Por cierto, quería hacer una tímida observación: aún no hemos hablado de ti, ¿lo has notado? ¿Quién sería Emmi Rothner? Continuará mañana.

Saludos cariñosos,

Leo

20 segundos después

Re:

¿Qué? ¿No irás a dejarme sola ahora? No puedes hacerme esto, Leo. ¡Contesta ahora mismo! ¡Te lo ruego!

Una hora y media después

Re:

Realmente no contesta. A lo mejor era el monstruo greñudo…