Capítulo 15

Leah abrió la puerta asustada. Si hubiera tenido que hacerle un retrato a Jellica Frakes en ese momento, le habría bastado con dibujar un glaciar. Un glaciar de acero.

—¿Cómo me ha encontrado?

Leah enseguida se dio cuenta de que se había delatado con su pregunta, pues daba a entender que Jellica tenía derecho a buscarla.

—La dueña de la galería no quería darme tu dirección, pero yo insistí y el taxista tenía un mapa.

Leah no podía culpar a Constance. Le daba la sensación de que pocas personas se resistían cuando Jellica Frakes insistía en algo.

—Ya que estoy aquí, me gustaría pasar —dijo Jellica.

Leah se apartó y le ordenó a Butch que saliera. Butch, después de olfatear con desacostumbrada docilidad a la visita, obedeció.

Leah apenas había tenido tiempo de tranquilizarse y asimilar lo que le había hecho a Jackie al exponer “Sí”. Se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta y se enfrentó a Jellica en el salón.

Jellica se la quedó mirando fijamente.

—Pensé que intentaría hablar contigo de artista a artista —dijo— Pero ahora veo que hablar de ética artística en este momento es lo de menos. Le has hecho daño a mi hija y no se lo merecía.

—Lo sé —respondió Leah con tristeza—. No pretendía hacerle daño, era lo último que deseaba en el mundo.

Jellica prosiguió como si Leah no hubiera hablado.

—¿Cómo te atreves a jugar con Jakie de ese modo? ¿Te gusta torturar? ¿Estás orgullosa de haberla humillado en público?

Jellica levantó la voz y Leah se encogió. Quería arrastrarse hasta la cabaña y pudrirse allí.

—Lo siento, lo siento mucho. Quería demostrarle lo que sentía.

—Y lo has hecho. Se lo has demostrado a todo el mundo. Ojalá pudiera decir que los cuadros son terribles, pero realmente son geniales. De no haber sido por lo de Jackie, habría sido la primera en alabarlos. —A Jellica le temblaba la voz—. Al menos podías haberle avisado. ¿Tan poco significaba para ti? No es que su sexualidad me escandalice o me preocupe, pero ahora el mundo entero lo sabe y ella no estaba preparada. Mon Dieu! ¿Cómo puede ser que pintes así y que seas tan insensible?

Leah se llevó la mano a la boca y se desplomó en la silla más cercana.

—¿O sea que usted no lo ha entendido? Dios mío, y ella tampoco.

Se le llenaron los ojos de lágrimas pero las ignoró.

—Te lo advierto como madre: arrástrate, ruega, haz lo que sea para ayudarla a recuperarse de esto, o haré lo que sea para que tu vida se convierta en un infierno.

Leah la creyó, pero sintió una chispa de resentimiento.

—Le he dicho que lo sentía. Me quedé atónita cuando vi lo que pasaba. Pensé que sería diferente, pero… me equivoqué. Quería transmitir algo muy sencillo y ella no lo entendió. Y usted tampoco.

Leah parpadeó para contener las lágrimas y respondió a la mirada profunda de Jellica alzando el mentón con orgullo.

—Quiero a Jackie. Estoy enamorada de ella. No sabía cómo decírselo; pensaba que no me creería a menos que se lo demostrara.

Jellica se la quedó mirando y después sacudió la cabeza.

—El amor debe ir acompañado de respeto y confianza. ¿Por qué no la has respetado lo suficiente como para enseñarle la serie antes de que los demás la vieran? ¿Por qué no te aseguraste de que lo entendía? .Puedes pintar lo que quieras, pero tienes una manera muy extraña de demostrar tu amor.

—Sí, ahora lo veo. Aunque eso tampoco me disculpa.

—Leah bajó la vista. —No lo entiendo. Mientras los hacía sólo pensaba en ella. Cada color, cada pincelada, cada tela…— De pronto se acordó de algo y se lamentó. —¡Soy una imbécil! Guardé uno de los cuadros porque no quería que se viera que era ella—. Se rio con amargura. —Fracasé, fracasé por completo.

Salió corriendo por la puerta trasera y entró en el estudio. Levantó la tela que protegía Jackie diciendo que ¡sí!, y lo miró. Jellica tenía toda la razón. Los otros cuatro lienzos sólo enseñaban el cuerpo. Éste mostraba la cara de Jackie, sus ojos. Este lienzo completaba a la persona y los cinco lienzos juntos completaban el mensaje.

Lo llevó a la casa, lo puso en el suelo y se volvió hacia Jellica.

—Espero que cuando vea éste entienda…

Jackie estaba de pie junto a su madre y su expresión decía que no entendía ni quería entender nada.

—Me lo tenías que haber dicho. Tenías que haberme avisado y me los tenías que haber enseñado. —Jackie cruzó los brazos sobre el pecho—. Me sentí como una idiota. Como si todo el mundo se burlara de mí porque supiera que sólo querías hacer una investigación en la cama mientras que yo creía que había algo más.

Se le notaba que la presencia de su madre la avergonzaba. Jellica se había acercado al cuadro que Leah había apoyado contra una silla. Leah oyó que Jellica contenía el aliento, pero Jackie ni la miró.

—Jackie, lo siento mucho —se disculpó Leah en voz baja—. Sólo quería… Estoy intentando… ¡Maldita sea…! —Se tapó los ojos con las manos—. Parezco una cría de dos años. ¡Ni siquiera sé hablar!

—Creo que voy a buscar un vaso de agua —dijo Jellica.

—No sé por qué me cuesta tanto. —Leah se aclaró la garganta—. Con Sharla no me pasaba.

—¿Lo haces a propósito?

—¿Qué?

—Lo de Sharla. Hablar de ella. —Los ojos de Jackie estaban rabiosamente negros. Leah percibía su furia.

—No puedo evitarlo. Ha sido una parte importante de mi vida.

—Ya lo sé. —Jackie cerró un momento los ojos y los volvió a abrir. Los tenía llenos de lágrimas—. ¿No te das cuenta de que lo sé? Ella no tiene por qué ser menos importante, pero quería un sitio para mí.

—Y lo tienes —contestó Leah.

Jackie lanzó una mirada al lienzo.

—Allí no,

—¿Y aquí? —Leah se llevó la mano al corazón—. Nunca quise hacerte daño. Tenía que haberte avisado, pero no sabía cómo decírtelo. Pensaba que creerías que no había tenido tiempo de enamorarme de ti. Quería demostrártelo. Yo… —Le fallaron las palabras. Sabía que lo que decía no tenía sentido. Señaló el cuadro con impotencia.

Jackie no miró el cuadro. Se acercó y dijo con un amago de sonrisa.

—¿Crees que mereces ser feliz?

—No —repuso Leah—. No lo merezco. No te merezco.

—Extendió las manos. —He tenido el amor de mi vida. Sigo queriéndola. Eso no se va sólo porque ella ya no esté aquí.

—¿Y tienes un sitio para mí? —preguntó Jackie en voz baja.

—Todo el sitio del mundo —sonrió Leah—. Sharla dejó mucho espacio vacío, y yo he hecho un poco más. Y tú los llenas todos.

A Jackie le tembló el labio inferior y alzó el mentón.

—Creí… Creí que podía ser la segunda en tu corazón. Pero no puedo.

—No lo eres. Eres la primera. Pero tengo que ser sincera. Ella siempre estará conmigo.

—Lo sé y no me importa si me hablas de ella. No pretendo que elijas entre el pasado y el futuro. Aquí y ahora te…

—Te quiero.

—… quiero.

Se sonrieron y se abrazaron con ternura.

—Ya he visto la cocina bastante —interrumpió una voz—. ¿Puedo deducir que se ha arreglado todo felizmente?

Jackie se apartó de Leah y se aclaró la garganta.

—Hemos llegado a un acuerdo.

—Muy bien. Quiero irme al hotel. Ha sido un día muy largo y tenía que llamar a Eliza en cuanto llegara.

Jackie metió la mano en el bolsillo y sacó las llaves.

—El coche es tuyo.

Jellica se volvió hacia Leah con una sonrisa irónica.

—Mucho gusto, ¿cómo estás? Hacía años que quería conocerte. No sé por qué nos hemos saltado esa parte. —Se rio, y Leah reconoció la alegría de vivir que Jellica le había transmitido a Jackie.

—Hace años que sigo su trabajo —dijo Leah con la mayor sobriedad posible—. Para mí es un honor conocerla, por fin.

—¿Os apetece que cenemos juntas mañana? Para celebrar vuestro… ay, Dios. ¿Se podría decir que esto es un… compromiso?

—Mamá…

—Sí —contestó Leah—. Lo hicimos bastante mal como novias, así que creo que debemos pasar a la siguiente etapa y esforzarnos un poco más.

—Muy bien. Entonces podemos hablar del juego de vajilla.

—¡Mamá!

Jellica se rio.

—Es una broma. —Le tendió una mano a Leah, que se la estrechó con firmeza—. Hablaremos de tu nueva carrera de artista lesbiana. Te van a encasillar, lo sabes.

—Lo sé —dijo Leah y, por dentro, se sintió preparada para el reto.

Cuando se alejó el coche de Jackie, volvieron al salón abrazadas. Butch entró correteando y se instaló en su cama con un suspiro de satisfacción.

Leah le apretó el brazo a Jackie.

—Mira el cuadro ahora. Si quieres, iré a buscar los demás y los quemaré.

—No seas tonta. —Jackie soltó a Leah y se arrodilló delante del lienzo.

Al cabo de un minuto volvió a levantarse —No soy yo. Yo no soy así.

—Sí que lo eres.

—No, no soy tan… No soy tan atractiva. Y en los cuadros de la galería, tampoco soy yo.

—Yo te veo así. —Leah le pasó los brazos sobre los hombros.

—Licencia artística.

—No. —Leah sacudió a Jackie con suavidad—. Yo te veo así. Si no lo crees, entonces tampoco crees que te amo.

Jackie levantó la vista con los ojos brillantes.

—Señoras, tienen que estar serias, muy serias.

—No puedo estar seria —objetó Jackie—. El correo de hoy me ha dado la noticia de que ya soy una arquitecta colegiada en el Estado de California.

Leah le apretó el hombro y le susurró:

—¿Qué crees que haría si le clavara esta horca?

Jackie soltó una risita.

—¡Señoras! Pónganse serias, piensen en cosas horribles. Jackie frunció el ceño y Leah pensó que estaba preciosa.

—¡Quietas! —El fotógrafo disparó varias fotos entusiasmado—. Muy bien. Siga frunciendo el ceño. Hacienda le acaba de hacer una inspección.

Ah, perfecto. Muy bien. Ahora vamos a hacer unas fotos más convencionales en el salón.

Leah, aliviada, dejó la horca y ayudó a Jackie a desatarse el delantal. Le había gustado la idea —sugerida por el fotógrafo— de posar delante del taller en la misma pose y el mismo aspecto que el adusto matrimonio del cuadro American Gothic de Grant Wood, pero estar inmóvil con la horca en la mano y la luz en los ojos había sido un suplicio, igual que la inagotable alegría del fotógrafo.

—Vamos, chica de la portada —dijo Jackie, tirando de Leah.

Se sentaron en el sofá y Jackie apoyó la cabeza en el hombro de Leah.

—Echen la cabeza hacia atrás. Ahora, señoras, prepárense para sonreír.

—Se me acaba de ocurrir algo. —Jackie miró a Leah y después a la máquina de fotos—. Millones de personas nos verán abrazadas en esta foto. ¿Crees que la verán los padres de Sharla? ¿Crees que podrá hacerles cambiar de opinión?

—Quiero ver grandes sonrisas, sonrisas de neón. ¿Señoras? ¡Sonrían!

Leah se rio.

—Estoy prácticamente segura de que no compran Vanity Fair. Y no cambiarán nunca. Pero a lo mejor lo hace otra persona. Me lo digo a mí misma cada vez que un crítico se demora en mi «estilo de vida» más que en mi obra.

Jackie se rio como si no pudiera aguantarse. Leah rápidamente bajó la cabeza y la besó, y las dos se enfrentaron otra vez al fotógrafo.

—¡Muy bien! ¡Están preciosas!