Enero, 10.15, miércoles, Manhattan
Lou Soldano pateó el suelo para sacudirse la nieve de los pies y entró en el depósito. Tras sonreír al hombre de la oficina de Seguridad, que no le puso pegas, fue directamente a los vestuarios y se puso rápidamente un pijama verde.
Deteniéndose un momento frente a la puerta de la sala de autopsias, Lou se colocó una máscara y entró. Su mirada recorrió la sala de una punta a otra, pasando revista a la gente que había en cada mesa. Por fin sus ojos se posaron en una figura conocida que incluso la abultada vestimenta, el delantal y la capucha no podían encubrir.
Lou se acercó a la mesa y miró. Laurie tenía los brazos metidos hasta el codo en un cadáver descomunal. De momento se encontraba sola.
—No sabía que aquí se hicieran autopsias de ballenas —dijo él.
Laurie alzó los ojos y dijo alegremente:
—Hola, Lou. ¿Le importa rascarme la nariz? —Laurie se apartó de la mesa y cerró los ojos mientras Lou obedecía—. Un poco más abajo —dijo—. Ahhh. Qué bien. —Abrió los ojos—. Gracias —añadió, volviendo a su trabajo.
—¿Es un caso interesante? —preguntó Lou.
—Mucho —dijo Laurie—. Se trata de un supuesto suicidio, pero empiezo a pensar que le corresponde a su departamento.
Lou se quedó mirando un rato y luego se estremeció.
—Me parece que no me acostumbraré nunca a esta profesión suya.
—Al menos es trabajo —dijo Laurie.
—Eso sí que es verdad —dijo Lou—. Claro que no deberían haberla despedido, para empezar. Por suerte las cosas a veces salen a pedir de boca.
Laurie alzó los ojos del cuerpo.
—No creo que los familiares de las víctimas opinen igual.
—Es verdad —admitió Lou—. Lo decía solo por su trabajo.
—Al final Bingham fue benigno conmigo —dijo Laurie—. No solo me devuelve mi empleo, sino que admite que yo tenía razón. Bueno, en parte. Me equivoqué en lo del contaminante.
—Bueno, tuvo razón en lo más importante —dijo Lou—. No fueron muertes accidentales, sino homicidios. Y su contribución no acabó aquí. De hecho es por eso que he venido. Hemos conseguido un auto de acusación contra Cerino. No tiene escapatoria.
Laurie se enderezó.
—¡Enhorabuena! —dijo.
—Eh, que no soy el artífice —dijo Lou—. El mérito es suyo. Primero consigue emparejar la muestra de piel de la uña de Julia Myerholtz con los restos de Tony Ruggerio. Eso fue crucial. Luego exhuma varios cadáveres hasta casar los dientes de Kendall Fletcher con la señal que Angelo Facciolo tenía en el antebrazo.
—Cualquier patólogo forense lo habría podido hacer —dijo Laurie.
—No estoy tan seguro —dijo Lou—. Bien, el caso es que frente a pruebas incontrovertibles como esas, Angelo confesó a cambio de una reducción de la pena y comprometió a Cerino. Eso es lo que nos hacía falta. A partir de aquí, todo es cuesta abajo.
—Usted no lo hizo nada mal —dijo Laurie—. Ha conseguido que el ama de llaves de los Kaufman señalara a Angelo entre una hilera de posibles acusados y a Tony de entre varias fotos de delincuentes.
—Con eso no habría bastado para un auto de acusación —dijo Lou—. Y aunque yo hubiera conseguido esa acusación, difícilmente habría logrado una condena. Para Cerino no, eso seguro. Da lo mismo, ahora todo ha terminado.
—Me dan escalofríos de pensar que hay gente suelta como ese Cerino —dijo Laurie—. Lo más alarmante es la combinación de inteligencia y sociopatía. Dejando a un lado que todo el asunto Cerino fuera espantoso, no puede negarse que había aspectos ingeniosos. Imagínese; ¡hacer que los matones metan los muertos en la nevera para que el tejido de la córnea se conserve más tiempo! Ellos sabían que nosotros lo atribuíamos a la hiperpirexia provocada por la intoxicación de cocaína.
—Lo que pasa —dijo Lou— es que la inmensa mayoría de la gente que respeta las normas y se guía por las leyes no ve que un gran número de personas hace lo contrario. El aspecto negativo es que Vinnie Dominick se ha quedado ahora sin oposición. Vinnie y Cerino solían mantenerse mutuamente a raya, pero ya no. Las actividades del crimen organizado en Queens han aumentado en lugar de disminuir desde que Cerino ha dejado el campo libre.
—Ahora que todo ha terminado —dijo Laurie—, me pregunto cómo tardamos tanto en descubrir lo que estaba pasando. Es decir, en calidad de médico yo sabía que la legislación sobre medicina legal en Nueva York está anticuada y que existe una lista de espera para córneas. ¿Cómo no me di cuenta antes?
—Apuesto a que si no se dio cuenta es porque todo parecía cosa del diablo —dijo Lou—. Para una mente normal es difícil pensar siquiera en semejante posibilidad.
—Ojalá pudiera creer lo que dice —afirmó Laurie.
—Estoy seguro de que es verdad —dijo Lou.
—Tal vez.
—Bien, solo quería que supiera lo de Cerino —dijo Lou, cambiando torpemente el peso de una pierna a otra.
—Me alegro de que lo haya hecho.
Echó un vistazo alrededor a fin de asegurarse de que nadie les estaba mirando.
—¿Quería decirme algo más? —preguntó Laurie—. Se comporta de un modo que me resulta sospechosamente familiar.
—Sí, ya —dijo Lou, mirándola finalmente a los ojos—. ¿Le gustaría salir esta noche a cenar en plan puramente social, no profesional?
Laurie sonrió ante esa nueva muestra de lamentable ineptitud mundana. No se lo esperaba, después de haber estado trabajando con Lou en el caso Cerino y haber llegado a conocerse mejor. En todos los demás aspectos Lou era decidido y confiado.
—Podríamos ir otra vez a Little Italy —dijo Lou en respuesta a la indecisión de Laurie.
—No da tiempo a las chicas para Laurie.
Lou se encogió de hombros.
—Así tengo una excusa por si me dice que no.
—Lástima que ya tengo planes —dijo Laurie.
—Sí, claro —dijo Lou apresuradamente—. He sido un tonto preguntándoselo. Bien, cuídese. —Y Lou se dio bruscamente la vuelta—. Salude a Jordan de mi parte —dijo por encima del hombro al irse.
Laurie volvió a sentir aquella antigua exasperación al ver cómo Lou se dirigía a grandes zancadas hacia la puerta, y tuvo que luchar contra las ganas de devolverle la pelota. Lou no había perdido esa propensión suya a ser exasperante.
La doble puerta de la sala de autopsia se cerró detrás de Lou y Laurie volvió a su trabajo. Sin embargo, dudaba. Después, arrancándose los guantes, el delantal y la bata, Laurie salió corriendo de la sala de autopsias. No había nadie en el corredor. Lou ya se había ido. Suponiendo que estaría en el vestuario, Laurie entró en el lado de los hombres sin pensarlo dos veces.
Laurie pilló a Lou con la camisa del pijama a medio quitar, dejando al descubierto su torso peludo y musculoso. Él se bajó tímidamente la ropa.
—Me ofende su suposición de que sigo saliendo con Jordan Scheffield —dijo ella con los brazos en jarras—. Sabe muy bien que él estaba mezclado en todo este asunto.
—Ya sé que lo estaba —dijo Lou—. Pero también sé que el gran jurado no le procesó a él, y también que el Colegio de Médicos ni siquiera le sancionó aunque había sospechas fundadas de que él sabía lo que estaba pasando. De hecho, hay quien cree que Jordan habló del asunto con Cerino pero que no hizo nada porque le convenía el aumento de intervenciones quirúrgicas que ello suponía. Total, que Jordan está suelto y sigue ganando pasta para parar un tren como si nada hubiera pasado.
—¿Y cree que yo seguiría viéndole en estas circunstancias? —preguntó Laurie sin acabar de creérselo—. Me ofende usted.
—No lo sabía —dijo Lou avergonzado—. Como nunca hablaba de él…
—Pensaba que estaba suficientemente claro —dijo Laurie—. Y después de haber trabajado juntos todo este tiempo, podía habérmelo preguntado.
—Perdone —dijo Lou—. Quizá es que en el fondo tenía miedo de que siguiera saliendo con él. Recordará que admití haber sentido celos de Jordan desde el principio.
—Es la última persona de la que debería sentir celos. Sería una suerte para Jordan si tuviera ni que fuese una pizca de su honestidad e integridad.
—Pues a mí me vendría bien ni que fuese una pizca de su educación —dijo Lou—. O de su sofisticación, tal vez. Siempre me hizo sentir como un ciudadano de segunda.
—La urbanidad de Jordan es superficial —dijo Laurie—. Lo único que le interesa realmente es el dinero. Lo embarazoso para mí es que tan ciega fui para comprender a Jordan como para ver lo que estaba tramando Cerino. Me pudo la insistencia de su galanteo y esa aparente confianza en sí mismo. Usted vio más allá de su fachada, pero yo no pude, y eso que usted me lo dijo sin tapujos.
—No es culpa suya —dijo Lou—. Piensa mejor de las personas que yo, que soy un pobre cínico y que vivo siempre obsesionado por mi educación.
—Debería sentirse orgulloso de su educación —dijo Laurie—. Es el fundamento de su honestidad.
—Sí, bueno —dijo Lou—, aunque preferiría haber ido a Harvard.
—Cuando le he dicho que tenía planes, confiaba en que me propondría que nos viéramos mañana por la noche o la semana que viene. Por prosaico que le parezca, hoy voy a casa de mis padres. ¿Qué le parecería acompañarme?
—Está de broma —dijo Lou—. ¿Yo?
—Claro —dijo Laurie. La idea empezaba a gustarle—. Una de las consecuencias positivas de todo este asunto de Cerino es que las relaciones con mis padres han mejorado muchísimo. Por una vez mi padre ha llegado incluso a reconocer que yo había hecho algo a lo que él podía referirse en términos positivos, y además creo que he madurado un poquitín. Hasta he dejado de rebelarme… Creo que el hecho de haber estado metida en este lío ha conseguido que finalmente supere el sentimiento de culpabilidad que tenía por la muerte de mi hermano.
—Esto me empieza a sonar un poco para entendidos —dijo Lou.
—Imagino que puede parecer ampuloso y excesivamente analítico —concedió Laurie—. Pero lo que cuenta es que ir a casa de mis padres puede ser divertido. Últimamente les veo una vez a la semana. Me encantaría que viniese conmigo. En serio. Quiero que conozcan a una persona que me merece mucho respeto.
—¿Me está tomando el pelo? —preguntó Lou.
—De ningún modo —dijo Laurie—. De hecho, cuanto más lo pienso, más ganas tengo de que venga. Y si se lo pasa bien, puede que siga queriendo llevarme mañana por la noche a Little Italy.
—Señora —dijo Lou—, a eso se le llama hacer un trato.