Ocho

Aquí estamos, se dijo Massimo. ¿Qué les digo ahora a estos dos? Perdonad, ¿conocéis a Pigi, el gorila de la discoteca donde trabajáis? ¿Sí? Por casualidad, ¿sabéis si el sábado mató a una chica? Virgen santa, qué musculosos son. De gimnasio, se entiende. Nada especial. Miles y miles de flexiones y los bíceps se hinchan, aunque todo es falso. Pectorales de fécula de patata, que si uno les da un castañazo se los desplaza a la espalda y les sale una joroba. Sí pero, aun así, el cuerpo lo tienen, mientras que tú hace dos años que deberías haberte inscrito en el gimnasio, ¿verdad? Sólo que ahora hace demasiado calor, luego en otoño vuelve a empezar la liga, en enero ya me toca pasarme un mes en ayunas para recuperarme de la Navidad ¿y quieres que vaya al gimnasio? ¿Así estiro la pata y no se hable más? Luego febrero es un mes que no cuenta, en marzo llega la primavera y yo no tengo ganas de hacer un pimiento, y después es de nuevo verano y tú te encuentras con tu acostumbrado y habitual tipo de hombros caídos. Por otra parte, estudiaste tanto…

—Hola.

—Hola. Soy Massimo.

—Dennis. Él es Davide —se presentó el joven señalando a su fotocopia, que asintió con un gesto de cabeza. Pelo levemente rizado y esculpido con gomina, grandes gafas de sol de montura muy ligera compuestas por una sola lente, deformada a modo de escroto minimalista, camisa arremangada y abierta sobre el pecho depilado.

—¿Queréis algo de beber?

Los dos negaron al unísono.

—Quería preguntaros si podéis darme algunos pormenores sobre el horario de la discoteca, los ritmos que tiene y demás.

—¿Algunos pormenores? ¿Es decir…?

—Algunos datos. A qué hora abrís, a qué hora comienza a llegar la gente, a qué hora cerráis. Me explico mejor…

Aquí Massimo tenía la intención de comentar que había visto que en las grandes ciudades costeras estaba de moda marcar el final de la velada yendo todos a desayunar a un bar después de la discoteca. Y que se había enterado de que los que salían de las discotecas de Pineta —la Imperiale, la Negresses y la Ara Panic— iban a desayunar a Pisa o no iban a ninguna parte porque en Pineta y en las inmediaciones no había bares abiertos y en funcionamiento a esas horas, por lo que quería organizarse para que pudiesen encontrar el bar listo para acoger, a la salida, a los miles de jóvenes ensordecidos, para darles forraje. Sin embargo, no necesitó soltar esta trola, porque Dennis —¿o Davide?—, con el verdadero espíritu del relaciones públicas, empezó:

—El local se activa más o menos a medianoche, es decir, los DJ empiezan a pinchar música y las gogós calientan un poco. Mientras tanto se forma la cola para entrar, aunque la gente no accede hasta la una. Nosotros vamos entrando y saliendo, repartimos las tarjetas para las noches temáticas, si hay alguna programada, cosas así. Los DJ paran a las cuatro y entre las cuatro y las cuatro y media la gente sale.

—¿Cómo es que tardan tanto tiempo en salir?

Los dos se miraron, luego Davide (quizá) comprendió.

—Para pagar, ¿no? La gente paga al salir. Funciona así: la entrada más consumición obligatoria son veinticinco. Al entrar no pagas nada, cuando vas a beber algo te dan un cupón donde está escrito lo que has tomado y a la salida vas a la caja y pagas. Hay tres cajas, pero se tarda un rato. En las fechas señaladas vienen más de quinientas personas; de media, unas trescientas.

—Perdona, ¿qué quiere decir fechas señaladas? ¿Noches temáticas con una determinada música?

—También, claro. Hacemos noches años ochenta, por ejemplo, o sólo hip hop, así como funky; o vienen invitados: este año hemos tenido a los chicos de Gran Hermano y al reparto de la serie Un lugar bajo el sol; además, estamos en contacto con Valentino Rossi: tenía que venir al final del verano, pero está un poco liado porque ya tiene muchísimos clubes de fans. Por ejemplo, hace una semana estuvo el actor Roberto Farnesi, la noche en que asesinaron a una chica. Un follón…

—¿Follón? Bueno, tendríais que estar acostumbrados.

—Sí, pero cuando vienen los actores de las series se junta siempre un rebaño de admiradoras gritonas que se quedan fuera, no entran y se pegan más de tres horas esperando. Nosotros tenemos que mantenerlas tranquilas porque, si sucede algo, paga el pato el local. Esa noche, además, estábamos solos, porque Renzo no venía y Pigi llegó tarde; éramos tres contra cincuenta. Una faena… Además, cada tanto venía el padre de alguna y se la llevaba a rastras, y nosotros nos poníamos a gritar, diciendo: «Por favor, señor, cálmese», pero a la vez lo bendecíamos, porque así eran menos para tocarnos los huevos. Hay cada una…

Qué pase que me has dado, chaval, pensó Massimo. En el centro, limpio y preciso. Basta con empujar y entra en la portería.

—Es verdad, me lo imagino. —Ahora Massimo era la viva imagen de la afabilidad—. ¡Y sólo tres para todo ese follón! Habréis aguantado incluso una hora…

En ese momento, D. se enojó.

—¿Una hora? ¡Estuvimos allí dos horas y media! Desde las doce hasta las dos y media. Ese estúpido de Pigi llegó después del grupo y enseguida se puso a trabajar, pero joder, hay que llegar antes. Luego encima se cabreó cuando se lo dijimos, comenzó a vociferar que había estado dentro de la discoteca y yo le dije: «Entonces eres tonto; ¿con todo este follón nos dejas solos? ¡Tienes mierda en vez de cerebro!». Aparte de que no estaba en la discoteca, imagínate. Como mínimo, estaba follando. Y tampoco es la primera vez que sucede. Perdona si me cabreo, pero es que después siempre nos cae la bronca a nosotros…

—No, te entiendo. De todos modos me parece haber comprendido que, si un bar de por aquí está abierto a partir de las cuatro, le llega gente, ¿correcto?

Hubo un poco de silencio. El otro chico, que aún no había abierto la boca, reflexionó un instante y a continuación se decidió:

—¿Lo dices por ti? Mira, no lo sé. Entiendo lo que quieres hacer, quizá sea una buena idea, pero ¿sabes qué pasa? Estás demasiado cerca. Cuando la gente sale, por lo general, se monta en el coche y se va a Pisa, a Livorno, a los sitios en los que se reúnen con los que han ido a otros lugares. Aquí estás un poco apartado, en mi opinión. Ahora bien, puedo equivocarme, ¿eh? Pero, en resumen, en mi opinión…

—Es posible que tengas razón. De todos modos, me quería informar un poco. No soy muy conocedor de las discotecas, por lo que… Os agradezco que hayáis pasado.

—¿Necesitas algo más? Para cualquier cosa, te dejamos el número.

Public relations, claro. Viene bien conocerte, en cualquier caso. Siempre podrías ser útil. Massimo cogió la tarjeta que el chico le ofrecía y la guardó en la cartera, mientras notaba que le temblaban las manos. Decir trolas siempre le producía un poco de emoción.

Massimo volvió afuera y fue a sentarse a la mesa del doctor, que entre tanto lo había esperado. Apenas se sentó, el doctor le dijo:

—Oye, entonces voy a ver a Fusco y le cuento lo que hemos hablado antes. Espero conseguir hacerle cambiar de idea, aunque no sé si será posible. Mientras, debo preguntarte de nuevo, con toda sinceridad, si estás absolutamente seguro de lo que me has dicho. Perdona si te agobio, pero entenderás que este asunto me interesa también desde un punto de vista personal.

—Lo estoy.

El doctor Carli se levantó, se colocó con cuidado la chaqueta ligera sobre el antebrazo y devolvió la silla a su lugar.

—En ese caso, me voy. Vuelvo en cuanto haya hablado con Fusco.

—Si quiere ir a ver a Fusco ahora, es mejor que se siente otra vez.

—¿Por qué?

—Tengo que contarle algo importante.

—¿Y también largo?

—Bastante.

Chaqueta sobre el respaldo, sentado. Y resignado.

El doctor permaneció inmóvil mientras Massimo le contaba lo que le habían explicado los chicos de la Ara Panic. Al final, parecía vagamente desconcertado.

—Por tanto, resumo un instante la situación, si me permites. Bruno no puede ser culpable porque: a) —el doctor se aferró el pulgar— es demasiado bajo, y porque b) —se cogió el índice— estaba en otro lugar cuando sucedió lo que sucedió. ¿Correcto?

—Sí.

—Por tanto —el doctor se estrujó el dedo corazón—, el asesino debe de ser una persona muy alta, que conocía a Alina y que no tiene coartada entre las doce y la una, hora del asesinato. ¿Correcto?

—Casi. Tampoco tiene coartada entre las cuatro y media y las cinco de la mañana, hora en que encontraron el cadáver. Pero está claro que tenía algo que hacer entre el momento en que sucedieron los hechos y el momento en que escondió el cadáver, cuatro o cinco horas más tarde. El comisario le contó que Okey vio el contenedor vacío a eso de las cuatro y media, ¿no?

—Sí, me lo contó. —El doctor miró a Massimo un instante y luego esbozó una especie de media inclinación con la cabeza, sonriendo—. Desde luego, has tenido una chorra…

Massimo asintió despacio con la cabeza, sonriendo también él con los ojos. Por unos segundos, se hizo silencio; después, el doctor lo rompió.

—Así que parece que lo hemos encontrado.

No era una pregunta.

—Aún no estoy seguro, no tengo ningún móvil ni ninguna prueba. —Massimo se levantó de la silla y la metió bajo la mesa—. Pero francamente…

—Entonces, voy a ver a Fusco.

—Que tenga un buen día.

En el interior del bar, Massimo se encontró a la alegre pandilla de los jubilados, excepto Aldo, alineada frente al televisor, desternillándose de risa ante la imagen de un adivino disfrazado como la artista de circo Moira Orfei que preguntaba con voz chillona y quejumbrosa:

—¿Lo has entendido? Mira, cariño, las cartas hablan claro; perdona que te lo diga, pero él no te quiere ni cerca, ¿sabes? Yo no perdería el tiempo, te lo digo de corazón, ¿sabes? Aquí las cartas hablan claro, bonita. Mmm. Eh, mira… ¿Cómo? ¿Entonces? ¡Entonces te buscas otro! Yo soy un mago, ¡no tu madre! ¡Yo te cuento cómo están las cosas! Si te parece bien, vale; si no te parece bien, es así igualmente. Total, aquí en las cartas está claro que él no te tocaría ni con una caña de pescar, ¿está claro? Realización, ¿me sacáis esta llamada, por favor? ¡Oooooh! ¡Mira las cosas que tengo que escuchar! «Entonces. ¿Ofelio, qué debo hacer? ¿Qué debo hacer?». ¡Pues tienes que despertaaaarte! Eres fea, vale, lo he entendido. Para todo hay remedio. ¡En el peor de los casos, te compras un bonito submarino, le pones un periscopio y vas por ahí! Pero si a todos les tocas las pelotas de este modo, no encontrarás novio, ¡eh, bonita! Ni los ornitorrincos quieren a alguien así. Pido disculpas a la gente que me escucha desde casa, pero de vez en cuando te tienes que desahogar.

—¡Me imagino cómo te desahogas tú! —chilló Ampelio, riendo.

—Pues sí —cargó Pilade, seráfico—. Virgen santa, qué maricón es…

—Y usted, Rimediotti, ¿no tiene nada que añadir? —preguntó Massimo con voz glacial.

—Venga, Massimo, ¡sólo falta que te ofendas también tú!

—Ya está ése para ofenderse, mira… —dijo Ampelio con la boca pequeña, señalando el televisor.

—No sé si me he explicado. Estamos en un bar, no en vuestra casa. Existe incluso la posibilidad de que alguien no os encuentre simpáticos; aparte de mí, se entiende. Y como resulta que este sitio es mío, el hecho de que no me caigáis simpáticos podría tener ciertas consecuencias.

Ampelio empezó a refunfuñar algo del tipo de «… carácter tan cerrado…» y Massimo volvió a cargar el lavavajillas. Inclinado sobre el monstruo, oyó entrar a alguien y de inmediato la voz de Aldo resonó, alegre:

—Hola a todos, guapos y feos. ¿Qué estáis viendo en la tele?

—Un programa de astrología y adivinación —dijo Pilade, sin apartar los ojos de la pantalla.

—Qué bien —exclamó Aldo, volviéndose a mirar el aparato—. En mis tiempos se decía chotearse, ahora en cambio se dice astrología y adivinación.

—Eeeh, la televisión nos enseña muchas cosas… —sentenció Pilade, con aire satisfecho.