La Sacca della Misericordia se adentra en el laberinto de casas de Venecia, como si el mar hubiese arrancado de un mordisco un trozo de la ciudad.

Era la una menos cuarto cuando Mosca detuvo su barca en el último puente antes de llegar al golfo. Riccio saltó a la orilla y la ató a uno de los postes de madera que sobresalían del agua. Había sido un viaje largo e interminable a través de canales que Próspero no había visto nunca. Era la primera vez que estaba en la zona norte de la ciudad. Las casas eran igual de viejas que en otras partes, pero no tan lujosas como en el corazón de Venecia. Parecían estar embrujadas cuando se reflejaban en las olas, tan tranquilas y oscuras.

Estaban sólo los tres: Mosca, Riccio y él.

Avispa le había hecho leche con miel para cenar a Bo, y él se bebió dos tazas sin sospechar nada. Luego se pusieron cómodos en su colchón, ella lo abrazó y se puso a leerle su libro favorito: El rey de Narnia. Al tercer capítulo Bo empezó a roncar, con la cabeza apoyada sobre el pecho de Avispa.

En aquel momento, Próspero aprovechó para salir con Mosca y Riccio sin hacer ruido. Avispa intentó no parecer demasiado preocupada cuando se despidió de ellos con la mano.

—¿Habéis oído algo? —Riccio miraba fijamente en la noche.

En algunas ventanas aún había luz y se reflejaba en el agua. La nieve tenía un aspecto muy raro a la luz de la luna, parecía como azúcar en polvo sobre una ciudad de papel. Próspero miró al canal. Creyó oír una barca, pero quizá sólo lo traicionaba su impaciencia. Ida Spavento quería ir con su propia lancha y tenía que llevar a Escipión con ella.

—¡Me parece que oigo algo! —Riccio volvió a la barca con mucho cuidado. Mosca apoyó un remo contra uno de los postes de madera para que la embarcación no temblara tanto.

—¡Ya es hora de que aparezcan! —murmuró Próspero y miró su reloj—. Quién sabe cuánto esperará el conte si nos retrasamos.

Pero en ese instante los ruidos de los motores atravesaron la noche con gran claridad. Una lancha se acercó hacia ellos. Era mucho más ancha y pesada que la de Mosca y estaba pintada de negro como una góndola. Había un hombre enorme sentado junto al timón y, detrás de él, apenas reconocible bajo el chal que llevaba puesto sobre de la cabeza, estaba Ida Spavento junto a Escipión.

—¡Por fin! —exclamó Mosca en voz baja, cuando la lancha se detuvo junto a ellos.

—Riccio, suelta la cuerda.

El erizo lanzó una mirada de odio a Escipión y volvió a saltar a la orilla del canal.

—Perdonad, Giaco se ha perdido —dijo Ida—. Y el Señor de los Ladrones tampoco ha sido muy puntual. —Se levantó y le dio a Próspero con cuidado un pesado fardo, en el que iba envuelta con una manta el ala del león, atada con una cinta de cuero.

—Mi padre recibió la visita de unos amigos de negocios —se justificó Escipión—. Era bastante difícil salir de la casa sin que me vieran.

—¡Tampoco habríamos perdido demasiado si no lo hubieses conseguido! —murmuró Riccio.

Próspero se sentó en la popa de la barca con el ala y la agarró con fuerza.

—¡Es mejor que esperen con su lancha ahí, donde el canal desemboca en la bahía! —le señaló Mosca a Ida—. Si siguen más adelante, el conte podría descubrirlos y cancelar la entrega.

Ida asintió.

—¡Sí, sí, por supuesto! —dijo en voz baja. Estaba pálida de la emoción—. Por desgracia, he tenido que dejar mi cámara en casa, porque el flash nos habría delatado, pero —sacó unos prismáticos que llevaba escondidos bajo el abrigo— esto podría sernos muy útil. Y querría haceros una sugerencia… —miró la vieja barca de madera de Mosca—. Si después del intercambio, el conte se dirige a la laguna, sería mejor que usáramos mi lancha.

—¿A la laguna? —Riccio se quedó boquiabierto del susto.

—¡Claro! —murmuró la mujer—. En la ciudad nunca podría esconder el tiovivo. Pero en la laguna hay muchísimas islas a las que nadie va nunca.

Próspero y Riccio se miraron. Ir de noche a la laguna… El mero hecho de pensar en ello no les gustó en absoluto.

Pero Mosca se encogió de hombros. Él se encontraba perfectamente en el agua, sobre todo en la oscuridad, cuando todo estaba tranquilo. Y sin gente.

—Vale —dijo—. Mi barca está bien para ir de pesca, pero no sirve para hacer persecuciones. Y quién sabe qué tipo de embarcación traerá el conte. En cuanto veamos que se pone rumbo a la bahía, volvemos rápidamente hacia usted y lo seguimos con su barca motora.

—De acuerdo, hagámoslo así. —Ida se sopló las manos para calentárselas—. ¡Ah, es fantástico, hacía tiempo que no cometía una locura como ésta! —suspiró—. ¡Una aventura de verdad! Lástima que haga tanto frío. —Se tapó bien con el abrigo porque se estaba quedando helada.

—¿Y qué pasa con ése? —Riccio señaló disimuladamente con la cabeza al hombre que controlaba el timón—. ¿También viene? —Mosca y él lo habían reconocido en el acto: era el marido del ama de llaves de Ida Spavento. Tenía su acostumbrada pinta de malhumorado y no había dicho ni pío.

—¿Giaco? —la mujer enarcó las cejas—. Tiene que venir. Sabe manejar la barca mucho mejor que yo. Además, es muy discreto.

—Bueno, si usted lo dice —murmuró Riccio.

Giaco les guiñó un ojo y escupió en el canal.

—¡Basta de charlas! —Mosca cogió los remos—. Tenemos que irnos.

—Aún tiene que subir Escipión —dijo Próspero—. El conte negoció con él y se sorprendería si no estuviese.

Riccio se mordió los labios, pero no protestó cuando Escipión subió a bordo de la barca. El campanario de Santa Maria di Valverde dio la una cuando se pusieron a remar en dirección a la Sacca della Misericordia. Sólo se reflejaban en el agua unas cuantas luces. La lancha de Ida quedó tras ellos como una sombra, poco más que una mancha negra ante la silueta oscura de la orilla.