En mitad de la noche, mientras los otros hacía rato que dormían, se levantó Próspero. Le tapó los pies a su hermano con la manta que se había quitado de encima de tanto moverse, cogió la linterna que tenía debajo de la almohada, se vistió y pasó junto a los demás de puntillas. Riccio era incapaz de dormir sin moverse continuamente, Mosca agarraba a su caballito de mar y en la almohada de Avispa, con la cabeza apoyada sobre su pelo castaño, dormía uno de los gatitos de Bo.
Cuando Próspero abrió la puerta de la salida de emergencia, se estremeció de lo frío que era el aire aquella noche. No había una sola nube en el cielo y en el canal que había detrás del cine se reflejaba la luna.
Las casas de la orilla de enfrente estaban a oscuras. Sólo había una luz encendida en una de las ventanas. «Todavía queda alguien que no puede dormir», pensó Próspero. Un par de escalones anchos y desgastados llevaban al agua. Parecía que la escalera conducía hasta el fondo del canal, que se adentraba en las profundidades y llegaba hasta otro mundo. Una vez, cuando estaba sentado con Bo y Mosca al borde de un canal, su hermano pequeño dijo que las escaleras habían sido construidas por tritones y sirenas. Entonces Mosca le preguntó cómo podían subir por aquellos escalones tan resbaladizos con sus colas de pescado. Próspero se echó a reír mientras lo recordaba. Se puso en el primer escalón y miró al agua iluminada por la luz de la luna. Las viejas casas también se reflejaban distorsionadas. Como lo llevaban haciendo desde antes de que naciera Próspero, desde antes de que hubieran nacido sus padres y sus abuelos. Cuando paseaba por la ciudad le gustaba palpar con los dedos los ladrillos de las casas. Las piedras de Venecia tenían un tacto distinto, todo era diferente. ¿Diferente de qué? Diferente de antes.
Próspero intentó no pensar en ello, a pesar de que no echaba de menos su casa. Hacía tiempo que ya no le ocurría. Ni tan siquiera de noche. Aquella ciudad era ahora su casa. Como un animal grande y manso, la ciudad de la luna los había acogido, los había escondido en sus callejones sinuosos, los había hechizado con sus olores y ruidos desconocidos. Incluso les había preparado un grupo de amigos. Próspero deseaba no marcharse nunca de ahí. Nunca jamás. Se había acostumbrado a oír el murmullo del agua contra la madera y la piedra. ¿Pero qué ocurriría si tenían que volver a casa? Por culpa del hombre del mostacho de morsa.
Riccio y él aún no les habían contado nada a los otros sobre su perseguidor. No obstante estaban todos en peligro, ya que si el detective conseguía encontrarlo a él y a Próspero, también descubriría el escondite de las estrellas. Y a los demás: a Mosca, que no quería regresar con su familia porque no lo echaban de menos; a Riccio, que tendría que volver al orfanato; a Avispa, que no les había contado nada de su casa porque se ponía demasiado triste… Y a Escipión. Próspero temblaba de frío y se tapó las rodillas con los brazos. ¿Qué ocurriría si el detective que los buscaba a Bo y a él también descubría al Señor de los Ladrones? Sería una forma horrible de agradecerle a Escipión que se hubiese ocupado de ellos.
En los escalones húmedos había un billete de vaporetto roto. Próspero lo lanzó al canal y miró cómo se lo llevaba la corriente.
«No sirve de nada, tengo que hablarles del detective», pensó. Pero ¿cómo se las arreglaría para decírselo sin que se enterara Bo? Su hermano se sentía muy seguro y lo había creído cuando le había dicho que Esther nunca los buscaría en Venecia.
En la casa de enfrente se movió una sombra detrás de la ventana iluminada. Entonces se apagó la luz. Próspero se puso de pie. Los escalones de piedra estaban fríos y húmedos y se estaba helando. «Ahora, mientras Bo duerme —pensó—. Ahora les hablaré a los otros sobre el hombre del mostacho de morsa. Quizás así Escipión se quitará de la cabeza la idea de aceptar el encargo de Barbarossa.» Pero quizás —a Próspero no le gustó pensar en ello—, quizás Escipión los echaría a Bo y a él. ¿Y qué harían entonces?
Próspero regresó al cine abandonado con el corazón en un puño.
—¡Despierta, Avispa! —Próspero la sacudió levemente por el hombro, pero ella se asustó tanto que el gatito rodó como una pelota por la almohada.
—¿Qué pasa? —murmuró ella y se frotó los ojos para desperezarse.
—Nada. Tengo que contaros una cosa.
—¿En mitad de la noche?
—Sí. —Próspero se levantó para despertar a Mosca, pero Avispa lo detuvo—. Espera, antes de despertar a los otros cuéntame a mí lo que ocurre.
Próspero miró a Mosca, que se tapaba siempre tanto para dormir que sólo se le veía su pelo pincho.
—De acuerdo, Riccio ya lo sabe.
Se sentaron uno junto al otro en las sillas plegables, tapados con un par de mantas. La calefacción del cine funcionaba tan mal como la luz y las estufas que había conseguido Escipión, que sólo calentaban un poco la sala grande.
Avispa encendió dos velas.
—¿Y bien? —preguntó y miró a Próspero llena de expectación.
—Cuando Riccio y yo salimos de la tienda de Barbarossa… —Próspero hundió la barbilla entre las mantas— me encontré con un hombre. Al principio sólo me llamó la atención que me mirara de una forma rara, pero luego me di cuenta de que me estaba siguiendo. Conseguimos escapar de él, corrimos hasta el Canal Grande y cruzamos hasta la otra orilla con un vaporetto para dejarlo atrás. Pero Riccio lo reconoció. Dice que es un detective. Y por lo que parece, me busca a mí. A mí y a Bo.
—¿Un detective de verdad? —Avispa sacudió la cabeza como si no acabara de creérselo—. Pensaba que sólo existían en los libros y las películas. ¿Está seguro Riccio?
Próspero asintió con la cabeza.
—Sí, pero quizá también lo buscaba a él. Sabes que no puede dejar de robar.
—No. —Próspero suspiró y miró al techo, que estaba totalmente cubierto por la oscuridad—. Me seguía a mí. La forma en que me miró… Nos encontrará mientras mi tía espera sentada en uno de los hoteles más elegantes de Venecia a que le lleve a Bo. Y a mí me meterán en algún internado y sólo podré ver a mi hermano una vez al mes y algunos días durante las vacaciones de verano y Navidad. —Se le revolvieron las tripas sólo de pensar en ello y le hicieron tanto daño que se puso los brazos sobre el estómago. Cerró los ojos como si de esa manera fuera a dejar de tener miedo, pero obviamente no funcionó.
—Venga, ¿cómo quieres que os encuentre aquí? —Avispa le pasó la mano por la espalda y lo miró con cara de preocupación—. Vamos, no te agobies.
Próspero se tapó la cara con las manos. Al fondo de la sala Riccio murmuró algo mientras soñaba. Era muy inquieto cuando dormía. Como si tuviera a alguien sentado en el pecho.
Próspero se levantó.
—No le digas nada a Bo, ¿vale? Tiene que creer que aquí estamos seguros. Pero Mosca y Escipión deben saberlo. Si no, podríais enfadaros mucho, y con razón, si este detective nos descubre…
—¡Qué dices! No nos encontrará. —Avispa se rascó la nariz—. Tenemos un buen escondite. El mejor. ¡Caray! He pillado un resfriado. ¡Por una vez, Escipión podría robar una estufa más buena en vez de pinzas para el azúcar y cucharas de plata!
—Riccio quiere teñirle el pelo a Bo y que yo me pinte la cara para que ese hombre no nos reconozca —dijo Próspero.
Avispa se rió.
—Creo que bastará si te rapo el pelo, pero lo de Bo es buena idea. Le diremos que las abuelas no le tocarán tanto la cabeza si se tiñe de negro. Lo odia.
—¿A ti te parece que nos creerá?
—Si no, Escipión tendrá que decirle que los chicos de pelo rubio no pueden convertirse en ladrones famosos. Tu hermano intentaría volar incluso, si él se lo pidiese.
—Es verdad. —Próspero rió aunque sintió cómo le corroían los celos por dentro.
—A Escipión le gustará lo del detective. —Avispa se frotó los brazos para calentarse—. Se quedará decepcionado de que no lo esté buscando a él. Eso sí que sería un encargo divertido para un detective: averiguar dónde duerme el Señor de los Ladrones. ¿Quizá baja al amanecer por las almenas del Palacio Ducal después de haber pasado la noche en un cómodo calabozo? ¿Dormirá arriba en los piombi, donde sudaron tanto en el pasado los enemigos de Venecia, o abajo en los ponti, donde se pudrían? Ves, ahora te he hecho reír. —Avispa se levantó con cara de felicidad y despeinó a Próspero—. Mañana tendrás un nuevo corte de pelo —dijo—, y ahora no te preocupes más por ese detective.
Próspero asintió con la cabeza.
—Entonces… ¿tú no crees que… —preguntó dubitativo— que os hemos metido en un problema? ¿No crees que sería mejor que Bo y yo nos fuéramos?
—¿Estás sordo o qué? —Avispa negó con la cabeza—. ¿Cómo quieres que piense eso? A Riccio lo ha buscado la policía muchas veces. ¿Y por eso lo hemos echado? No. ¿Y qué me dices de Escipión? ¿Acaso no nos pone a todos en peligro con sus robos? —Avispa lo levantó de su asiento—. Venga, vámonos a dormir. Cielos, cómo ronca Mosca.
Próspero se cambió otra vez y se acurrucó junto a su hermano bajo las mantas. Aun así, le costó mucho dormirse.