Mientras acercaba la mano hacia ella, la criatura comenzó a temblar. Se estremecía como un trozo de gelatina.
De modo que retrocedí una vez más.
No puedo hacerlo, decidí, no puedo coger a esa criatura extraña con las manos desnudas. Podría resultar peligroso.
La observé durante unos momentos. Continuaba latiendo y temblando.
En su piel resbaladiza color de yema se formaban burbujas húmedas.
«¿Me tendrá miedo? —me pregunté—. ¿O intenta advertirme para que me mantenga alejado?»
Tenía que encontrar algo adecuado para cogerla. Me volví y eché un vistazo a mi alrededor. Mi mirada se posó entonces en mi guante de béisbol que siempre estaba en el estante superior de mi librería.
Tal vez pudiera recoger a la criatura con el guante y luego depositarla dentro de la caja de zapatos. Estaba a medio camino en dirección a la librería cuando decidí que no me gustaba la idea de manchar mi guante con aquella criatura viscosa y húmeda.
«Necesito algo que me sirva para transportarla hasta la caja», pensé, buscando otra salida al problema.
Una pala pequeña resolvería la cuestión. Regresé al sitio donde se hallaba la cómoda. La criatura continuaba estremeciéndose frenéticamente. Cerré el cajón. Pensé que tal vez la oscuridad conseguiría calmarla.
Bajé hasta el sótano. Mamá y papá guardan allí todas sus herramientas de jardinería. Encontré una pequeña paleta de metal y subí con ella nuevamente a mi cuarto. Cuando abrí el cajón el ser gelatinoso continuaba temblando.
—No te preocupes, compañero —le dije—. Soy un científico y seré muy amable contigo.
No creo que comprendiera mi lengua. Mientras bajaba la pequeña paleta metálica hacia el interior del cajón, las venas verdes de la criatura latieron con mayor intensidad.
Comenzó a balancearse hacia uno y otro lado mientras sus oscuros ojillos no me perdían de vista. Tuve la sensación de que aquel ser pequeñajo estaba a punto de explotar o algo parecido.
—Tranquilo. Tranquilo —dije en voz baja, procurando transmitirle algo de serenidad.
Coloqué la paleta a su lado, con mucha suavidad, y luego, muy lentamente, la deslicé debajo de la criatura palpitante.
—Ya está, ya te tengo… —dije suavemente.
La criatura ovoide se retorció y bamboleó sobre la paleta. Comencé a trasladarla con mucha precaución desde el cajón de la cómoda hasta la caja de zapatos que había dejado encima de la cómoda.
Sosteniendo la paleta con la mano derecha cogí la caja de zapatos con la izquierda.
Arriba… arriba… muy lentamente, transporté a la criatura viscosa con forma de huevo hacia la caja.
Arriba, así, un poco más, arriba…
Ya casi había llegado hasta la caja.
Y entonces… ¡me gruñó!
Un gruñido contenido y ronco, como el de un perro furioso.
—¡Ohhhh! —exclamé, asustado. Y dejé caer la paleta.
—¡Ayyyy! —grité. La paleta rebotó en el suelo con un sonido metálico y la criatura blanda y húmeda cayó sobre una de mis zapatillas.
—¡No!
Sin pensarlo, me agaché y la cogí.
«¡La tengo en la mano!», me dije, con el corazón desbocado.
La tengo agarrada.
¿Qué va a ocurrirme ahora?