El huevo era demasiado grande. Más grande que un huevo normal. Del tamaño de una pelota de béisbol.
Lo sostuve con mucho cuidado, estudiándolo con atención. El color tampoco era el acostumbrado. No tenía el color normal de los huevos. Ese tono blanco cremoso. Y tampoco era marrón. Era de un color verde pálido. Lo levanté para examinarlo bien a la luz del sol y asegurarme de lo que estaba viendo.
Sí. Era verde.
¿Y qué eran todas aquellas grietas, como gruesas fracturas, a lo largo de la cáscara?
Toqué con el dedo una de aquellas líneas oscuras y dentadas. No, no eran fisuras en la cáscara sino todo lo contrario; se trataba de una especie de… venas. Venas azules y rojas que se entrecruzaban sobre la cáscara verde de aquel huevo enorme.
—¡Qué extraño! —murmuré en voz alta.
Los amigos de Brandy reían, gritaban y chillaban mientras los huevos volaban a mi alrededor. Un huevo estalló contra mis zapatillas y la yema amarilla rezumó pegajosa entre los cordones.
Pero no me importó.
Hice girar el huevo una y otra vez entre mis manos, muy lentamente. Lo acerqué a mi rostro y examiné con detenimiento las venas azules y rojas.
—¡Oooh! —exclamé cuando percibí el latido que estremecía al huevo.
La venas vibraban y pude sentir con toda claridad un latido regular.
Tud. Tud. Tud.
—¡Oh, pero… si está vivo! —grité.
¿Qué había encontrado? Era algo realmente extraño. No veía el momento de llevarlo a mi mesa de trabajo para poder examinarlo con más precisión.
Sin embargo, antes de hacerlo tenía que mostrárselo a Anne.
—¡Anne! ¡Eh, Anne! —la llamé mientras comenzaba a correr en su dirección, sosteniendo el huevo verde con las dos manos.
Avanzaba deprisa sin apartar la mirada del huevo, de modo que no vi a Stubby, su inmenso perro ovejero, que corría delante de mí.
—¡Uoooooaaaaa! —grité mientras caía encima del perro.
Y un momento después aterrizaba con un crujido desagradable encima del extraño huevo.