Debí haberme movido.

Debí haber luchado.

Demasiado tarde. Ya era demasiado tarde.

Las criaturas con aspecto de huevos revueltos, pegajosas y cálidas, acopladas formando una unidad, se deslizaron sobre mí como si fuesen una pesada alfombra.

Levanté los brazos, encogí las rodillas y traté de librarme de aquello.

Demasiado tarde.

Se me enroscó en la cintura y luego, rápidamente, sobre el pecho.

¿Acaso pensaban cubrirme también la cabeza? ¿Se proponían asfixiarme?

Golpeé con fuerza aquella masa con los dos puños.

Pero ya era demasiado tarde para apartarlas de mí. Demasiado tarde para hacerles algún daño. Demasiado tarde para detenerlas mientras avanzaban hasta alcanzar mi cuello. Tan cálidas y pesadas.

Moví la cabeza a derecha e izquierda. Traté de rodar y escapar de ellas, pero fue en vano.

Demasiado tarde.

Demasiado tarde para luchar.

Y ahora yacía allí, atrapado. Sentí cómo se deslizaban hasta rozarme la barbilla.

Las sentí latir encima de mí.

Decenas de monstruos grumosos juntos, apelmazados, mezclados entre sí. Vivos. Una sábana viviente de criaturas, con la consistencia de los huevos revueltos… Cubriéndome.

Cubriéndome.

Respiré profundamente y contuve el aliento mientras la pesada y cálida alfombra me presionaba la barbilla. Tenía los brazos y las piernas como clavados al suelo. No podía zafarme de su contacto.

No podía moverme.

Para mi sorpresa, la alfombra viva de huevos revueltos detuvo su avance cuando llegó a mi barbilla.

Dejé escapar el aire que había en los pulmones.

Y esperé.

¿Realmente se había detenido?

Sí.

No me cubrió la cabeza. Permaneció encima de mí, pesada y caliente, latiendo regularmente como si aquella masa tuviera decenas de corazones.

Muy cálida.

Me sentí caliente y casi… cómodo.

Dejé escapar un suspiro. Por primera vez desde que me habían encerrado en aquella habitación helada… ¡había dejado de temblar! Ya no tenía las manos y los pies tan helados. Los escalofríos ya no me recorrían la espalda.

Caliente. Me sentía abrigado y caliente.

Una sonrisa asomó a mi rostro y me di cuenta de que mi terror desaparecía al mismo tiempo que el frío. Comprendí entonces que aquellas extrañas criaturas no pretendían hacerme daño: querían ayudarme.

Se habían unido entre sí hasta formar una manta. Una manta abrigada y cómoda.

Habían trabajado en equipo para evitar que me congelara.

¡Me estaban salvando la vida!

Con el calor de aquella manta viva que latía encima de mí, me sentí más tranquilo. Y somnoliento. Lentamente me sumí en un sueño tranquilo, profundo y sin pesadillas.

Un sueño maravilloso que aliviaba mis pesares.

Sin embargo, no me ayudó a prepararme para los horrores que me aguardaban a la mañana siguiente.