—¡Ohhh! —gemí débilmente.
Aún estaba temblando como una hoja debido al frío, pero en ese instante todo mi cuerpo se estremeció debido al terror que experimentaba.
Las criaturas marcianas se movieron con sorprendente rapidez.
Se estaban reuniendo en el centro de la estancia. Apretándose enérgicamente unas contra otras y emitiendo unos burbujeantes sonidos húmedos.
Intenté ponerme en pie, pero las piernas se negaron a obedecer.
Las rodillas se me doblaron como si fuesen de goma y volví a caer al suelo. Apoyé la espalda contra el rincón y observé cómo se movían.
Se golpeaban unos a otros y cada movimiento producía un sonido potente y húmedo.
Y mientras se acoplaban entre sí, también se pusieron en marcha… Venían rodando hacia mí.
—¿Qué estáis haciendo? —grité con una voz desesperada y chillona—. ¿Qué vais a hacer conmigo?
No me contestaron.
Los golpes húmedos resonaban en la estancia mientras los seres viscosos se lanzaban unos contra otros.
—¡Dejadme en paz! —chillé y una vez más intenté ponerme en pie. Conseguí arrodillarme, pero temblaba tanto que me resultó imposible ponerme en pie y conservar el equilibrio.
—¡Por favor, dejadme en paz! ¡También os ayudaré a escapar a vosotros, amigos! —les prometí—. De verdad, os lo prometo. Mañana os ayudaré a escapar. Sólo os pido que esta noche me dejéis en paz… ¿de acuerdo?
No parecían comprender mis palabras.
¡Ni siquiera parecían oírme!
«¿Qué están haciendo?», me pregunté angustiado mientras les observaba deslizarse hacia mí. ¿Por qué lo hacen?
Comprendí entonces que habían aguardado a que yo estuviera a punto de quedarme dormido para cogerme desprevenido: querían sorprenderme.
Y la razón era que se disponían a hacer algo que a mí no iba a gustarme en absoluto.
Apreté la espalda contra la pared.
Ahora las criaturas se movían con gran rapidez, muy pálidas bajo aquella escasa luz.
Miré de soslayo cómo se aproximaban y observé aterrorizado que finalmente se habían unido todas. Ya no eran decenas de pequeñas criaturas viscosas. ¡Ahora que estaban unidas se habían convertido en una gigantesca criatura viscosa!
Permanecí paralizado mirando aquel muro de huevos revueltos, un muro tan enorme que prácticamente cubría por completo el suelo de la habitación. Un muro que se deslizaba, que rodaba incontenible… ¡en mi dirección!
—¡Ohh, por favor, ohh! —grité desesperado.
Sabía que debía tratar de ponerme en pie. Sabía que debía echar a correr. Pero ¿hacia dónde?
¿Cómo iba a escapar de aquel muro sólido y enorme de huevos revueltos?
Imposible.
De modo que permanecí muy quieto en mi sitio observando cómo se acercaban. Demasiado helado. Demasiado congelado para poder moverme.
—¡Ohhh! —gemí cuando el muro de huevos comenzó a cubrirme los zapatos.
Ahora avanzaban muy deprisa, arrastrándose de algún modo. Arrastrándose encima de mí.
El muro de huevo comenzó a cubrir mis zapatos, mis piernas, mi cintura…
Y permanecí allí, impotente, mientras me cubrían por entero.
Demasiado frío. Demasiado frío.
Impotente mientras se derramaban sobre mí. Atrapándome debajo de su masa viscosa. Asfixiándome.