—¡Papá, estoy aquí! —chillé desesperado—. ¡Me estás mirando, papá!

¿Me habría vuelto invisible?

¿Por qué no podía verme?

—Lamento haberle hecho perder el tiempo, doctor Gray —le oí decir una vez más.

—Buena suerte, espero que encuentre a Dana —replicó el doctor Gray—. Estoy seguro de que muy pronto aparecerá en su casa, señor Johnson. Probablemente estará en casa de algún amigo y se le habrá olvidado la hora que es. Ya sabe cómo son los chicos, pierden la noción del tiempo.

—¡Noooooo! —lancé un largo gemido—. ¡Vuelve, papá, vuelve aquí! ¡Papá!

Y mientras yo le miraba anonadado, vi cómo mi padre daba media vuelta y se alejaba por el largo y blanco pasillo.

Lancé otro grito y volví a aporrear violentamente el cristal.

—¡Papá! ¡Papá! ¡Papá! —chillé acompañando cada llamada con un golpe contra la ventana.

—¡Papá! ¡Papá! ¡Papá!

Entonces mi padre se volvió.

—¿Qué es ese ruido? —le preguntó al doctor Gray. El doctor Gray también se volvió.

Aporreé el cristal aún con mayor furia. Lo golpeé hasta que tuve los nudillos despellejados y doloridos.

—¡Papá! ¡Papá! ¡Papá! —continué chillando.

—¿Qué ruido es ése? Parece como si estuvieran golpeando… —comentó mi padre, que estaba ya a medio camino de la salida.

—Son las cañerías —le dijo el doctor Gray—. He tenido un sinfín de problemas con las malditas cañerías. El fontanero me ha prometido que vendrá el lunes.

Papá asintió con la cabeza y reemprendió la marcha. Le escuché despedirse del científico y luego oí el sonido de la puerta al cerrarse tras él.

Sabía que esta vez no regresaría.

No me moví de la ventana. Miré a través del cristal el largo pasillo blanco. Unos segundos más tarde vi al doctor Gray que venía hacia mí. Tenía una expresión colérica en el rostro.

«Ahora soy su prisionero», pensé amargamente.

«¿Qué es lo que planea hacer conmigo?»