—No puedo creer que esto me esté ocurriendo a mí —murmuré en voz alta—. Papá ha estado tan cerca… ¡tan cerca!

Volví a caer sentado en el suelo, completamente abatido. Me sentía descorazonado. Quería hundirme en el suelo, seguir cayendo hasta enterrarme bajo tierra, hasta desaparecer para siempre.

Me dolía la garganta de tanto gritar. ¿Por qué papá no me había oído? Yo bien le oía a él…

¿Y por qué razón había creído las mentiras del doctor Gray? ¿Por qué no había entrado para examinar el laboratorio?

Me habría visto a través del cristal de la ventana, me habría rescatado.

«El doctor Gray es cruel, un hombre malvado —comprendí—. Simula interesarse sólo por la ciencia. Simula estar preocupado por mi salud, por mi seguridad. Dijo que si me retenía aquí dentro, era para asegurarse de que yo estaba a salvo de cualquier tipo de contaminación.»

Pero le había mentido a mi padre.

Y me había mentido a mí.

Acurrucado en el suelo, me estremecía mientras el aire helado parecía colarse a través de mi piel. Cerré los ojos e incliné la cabeza.

Quería conservar la calma. Sabía que debía mantenerme sereno a fin de pensar con claridad.

Pero no podía. Los escalofríos que me recorrían la espalda no se debían sólo al frío, sino también al terror.

Unas voces atrajeron mi atención. Contuve el aliento y aguardé en silencio. ¿Era mi padre?

¿O estaba comenzando a imaginar cosas?

—Tal vez debería echar un vistazo —fue lo que pensé que mi padre decía.

¿Lo estaba soñando? No. Oí que el doctor Gray murmuraba una respuesta.

Luego oí a mi padre otra vez.

—Mire, doctor Gray, a veces Dana se mete en unos sitios en los que no debería meterse. Le interesa tanto la ciencia que tal vez se haya colado en el laboratorio por alguna puerta trasera…

—¡Sí! —grité con infinita alegría.

Cada vez que perdía la esperanza se me ofrecía una nueva oportunidad de salvarme.

Me puse en pie de un salto y corrí otra vez hacia la ventana. Crucé los dedos y rogué para que mi padre recorriera el pasillo hasta el final y me encontrara.

Al cabo de unos segundos vi a papá y al doctor Gray en el extremo más alejado del largo pasillo pintado de color blanco. El doctor Gray le precedía lentamente abriendo las puertas que hallaban a su paso. Echaban un vistazo a cada laboratorio y luego continuaban la marcha.

—¡Papá! —grité—. ¿Me oyes? ¡Estoy aquí atrás!

Sin embargo, aunque yo apoyaba la cara en el cristal de la ventana, mi padre no me oía.

Golpeé con fuerza el cristal. Papá continuó andando junto al doctor Gray. Ni siquiera levantó la mirada.

Aguardé a que se encontraran más cerca. El corazón me latía tan deprisa que parecía que fuera a estallar dentro de mi pecho. Tenía la boca seca. Apreté el rostro cuanto pude contra el cristal de la ventana.

Al cabo de unos segundos seguro que papá echaría un vistazo a través de la ventana y me vería.

Entonces yo saldría de aquel lugar y el doctor Gray tendría que dar explicaciones por su comportamiento.

Con las manos y la nariz presionadas contra el cristal les vi acercarse por el pasillo, que en el extremo donde yo estaba se hallaba a oscuras. Sin embargo yo alcanzaba a ver cómo se iban asomando a las puertas de todos los laboratorios.

—¡Papá! —grité—. ¡Papá, por aquí!

Sabía que no podía oírme, pero de todos modos tenía que continuar gritando.

Los dos hombres desaparecieron durante un momento dentro de uno de los laboratorios. Luego continuaron avanzando por el pasillo directamente hacia mí. Hablaban en voz baja. No pude oír lo que decían.

Papá miraba fijamente al doctor Gray.

«¡Vuélvete hacia aquí, papá…! —rogué en silencio—. ¡Por favor, mira hacia este extremo del pasillo! ¡Mira a través de la ventana…!»

Charlando tranquilamente desaparecieron por otra puerta.

«¿De qué demonios estarán hablando?», me pregunté.

Al cabo de unos segundos salieron de nuevo al pasillo. Y caminaron en mi dirección.

«¡Papá, por favor! ¡Estoy aquí!», supliqué apoyando el rostro y las manos contra el cristal.

Aporreé el vidrio.

Papá levantó la vista y miró derecho hacia la ventana. Me miró a mí.

«¡Estoy salvado!», me dije.

«¡Voy a largarme de aquí!»

Papá siguió mirándome durante varios segundos. Luego se volvió hacia el doctor Gray.

—Gracias por enseñarme todo esto —dijo—. En efecto, Dana no está aquí. Siento haberle hecho perder el tiempo.