—¡Aaaaaayyyyyyyy!

El grito atravesó el aire como un estilete.

Me volví hacia la casa. Una de las Hermanas Peluca agitaba la mano ansiosamente llamando a las otras niñas. Recogí mi cesta y corrí hacia ella.

—¡No están cocidos! —la oí gritar mientras me acercaba.

Vi cómo una gran yema amarilla se escurría por la pechera de su camiseta blanca.

—Mamá no tuvo tiempo de cocerlos —explicó Brandy—. Y tampoco pudo pintarlos. Sé que parece extraño, pero simplemente no hubo tiempo de hacerlo.

Levanté la mirada hacia la casa. Mamá y papá habían desaparecido en su interior.

—Tened cuidado —advirtió Brandy a sus invitados—, porque si los rompéis…

No pudo acabar la frase porque en ese momento lodos escuchamos claramente otra especie de ¡splat!

Y luego las risas.

Un chico había tirado un huevo contra uno de los costados de la caseta de perro.

—¡Fantástico! —exclamó una de las niñas.

El gran perro pastor de Anne, Stubby, salió a la carrera de la caseta. No sé por qué razón le encanta echarse allí a dormir. Es casi tan grande como la propia caseta.

Claro que no tuve demasiado tiempo para pensar en Stubby.

¡Splat!

Otro huevo había estallado… esta vez contra la pared del garaje.

Sonaron más risas. Los amigos de Brandy pensaban que se trataba de algo realmente divertido.

—¡Pelea de huevos! ¡Pelea de huevos! —comenzaron a gritar dos chicos a dúo.

Me agaché en el momento justo en que un huevo, convertido en proyectil, pasaba volando por encima de mi cabeza para aterrizar sobre el camino de coches de la entrada con un sonido semejante a un ¡craaaac!

Ahora los huevos volaban en todas direcciones. Yo permanecí allí, estupefacto ante la escena que se desarrollaba a mi alrededor.

Escuché un chillido y me volví con rapidez para ver que dos de las Hermanas Peluca habían recibido varios proyectiles en el cabello que ahora aparecía embadurnado de espesos goterones amarillos. Gritaban y se pasaban las manos por la cabeza tratando de quitarse aquella pringosa y desagradable suciedad.

¡Splat! Otro huevo reventó contra el garaje.

¡Craaac! Más huevos aterrizaron sobre la entrada de coches.

Me agaché y busqué a Anne con la mirada. Imaginé que probablemente ya se hallara en su casa. Anne disfruta como nadie de una buena diversión. Pero tiene doce años y ya es una chica demasiado sofisticada para participar en una batalla infantil con huevos como armas arrojadizas.

Bueno, reconozco que cuando me equivoco… pues… me equivoco.

—¡Piensa con rapidez, Dana! —gritó Anne emplazada justo a mis espaldas.

Me arrojé de bruces a tierra. Justo a tiempo. Me arrojó dos huevos a la vez. Pasaron zumbando por encima de mi cabeza y cayeron sobre la hierba con un ¡craaac! más apagado.

—¡Deteneos! ¡Deteneos! —oí que gritaba Brandy con desesperación—. ¡Es mi cumpleaños! ¡Deteneos! ¡Es mi cumpleaños!

¡Flash!

Alguien le había acertado a Brandy con un huevo en el medio del pecho.

Una risa salvaje brotó del grupo de niños.

Grandes manchas amarillas cubrían el césped del patio trasero.

Levanté la mirada buscando a Anne. Estaba detrás de mí con una sonrisilla en los labios, a punto de lanzarme más proyectiles.

Había llegado el momento de actuar. Busqué dentro de mi cesta y saqué el único huevo que había recogido.

Levanté el brazo por encima de mi cabeza y ya comenzaba a tomar impulso para arrojarlo cuando súbitamente me detuve.

Se trataba del huevo.

Bajé el brazo y lo miré con atención.

Había algo extraño en aquel huevo.

Algo espantosamente extraño.