La criatura gelatinosa nos miró fijamente. Se estremecía y burbujeaba contra las paredes de la caja. El fondo estaba cubierto de una sustancia pegajosa y amarillenta.
—De modo que has encontrado uno —murmuró el doctor Gray, mientras inclinaba la caja.
La criatura se deslizó hacia el otro extremo.
—¿Que he encontrado uno…? —inquirí yo—. ¿Quiere eso decir que sabe lo que es?
—Pensé que los había recogido a todos —replicó el doctor Gray, frotándose el bigote. Luego volvió el rostro hacia mí y me miró fijamente con sus pálidos ojos azules—. Pero supongo que perdí uno de ellos.
—¿Qué es? —le pregunté con ansiedad—. ¿Qué clase de animal he encontrado?
El científico se encogió de hombros.
Inclinó la caja en el sentido contrario haciendo que la criatura se deslizara hacia el otro extremo. Luego tocó suavemente la espalda de aquel ser. O lo que se suponía que era la espalda.
—Éste es uno pequeño —me dijo suavemente.
—Un pequeño ¿qué? —pregunté con impaciencia.
—Los huevos cayeron sobre toda la ciudad —dijo el doctor Gray, acariciando a la criatura—. Como si se tratara de una lluvia de meteoritos. Cayeron sólo sobre esta ciudad.
—Discúlpeme, doctor, pero… ¿qué quiere decir? —exclamé—. ¿Que han caído del cielo?
Deseaba con toda el alma comprender lo que me había explicado el científico. Sin embargo, hasta el momento nada parecía tener sentido.
El doctor Gray se volvió hacia mí y me puso una mano sobre el hombro.
—Creemos que estos huevos han caído a la Tierra, a esta ciudad… desde Marte, Dana. Hubo una gran tormenta en Marte. Hace ya dos años. Y debido a ello se desprendió algo parecido a una lluvia de meteoritos. La tormenta lanzó estos huevos a través del espacio sideral.
Me quedé boquiabierto. Miré la caja, a aquella extraña criatura temblorosa y amarillenta.
—¿Esto-esto es un… marciano? —pregunté tartamudeando.
El doctor Gray sonrió.
—Creemos que viene de Marte. Creemos que estos huevos han volado durante dos años a través del espacio.
—Pero… pero… —comencé a decir. El corazón me latía frenéticamente y sentía las manos tan frías como el hielo.
¿Realmente estaba mirando a una criatura de Marte?
¿Había tocado verdaderamente a un… marciano?
Entonces se me ocurrió una idea todavía más extraña: «Yo lo encontré —me dije—. Lo recogí del patio trasero de mi casa.»
¿Significaba eso que me pertenecía?
¿Era el propietario de un marciano?
El doctor Gray hizo saltar a la criatura, a mi criatura, dentro de la caja. Sus venas latían. Sus ojos negros nos miraban.
—No sabemos de qué modo los huevos consiguieron atravesar la atmósfera terrestre —prosiguió el científico.
—¿Quiere decir que debieron incendiarse por efecto de la fricción? —pregunté.
El doctor asintió.
—Prácticamente todo cuanto entra en nuestra atmósfera arde de inmediato. Sin embargo, estos huevos parecen ser muy resistentes. Tan resistentes que no se destruyeron.
La criatura hizo un sonido extraño, como un gorgoteo, y se precipitó blanda y húmeda contra una de las paredes de la caja.
El doctor Gray chasqueó la lengua.
—Éste es verdaderamente encantador.
—¿Tiene muchos más? —pregunté.
—Quiero enseñarte algo, Dana —dijo entonces.
Cogió la caja y me condujo a través de una gran puerta de metal, que se cerró pesadamente a nuestras espaldas.
Un pasillo largo y estrecho, con las paredes pintadas de blanco, conducía a una serie de habitaciones. La bata almidonada del doctor Gray crujía mientras avanzábamos por el pasillo. Al final nos detuvimos ante un amplio ventanal.
—Ahí dentro —dijo el doctor Gray suavemente.
Miré a través del ventanal.
Luego agucé la vista.
¿Acaso el doctor estaba loco? ¿Estaba haciéndome una broma de mal gusto?
—¡No… no se ve nada! —dije casi a gritos.