—¡Nooooo! —chillé frenético, precipitándome hacia el fregadero.
En el último instante conseguí sacar a la criatura del eliminador de residuos.
No. En realidad, lo que conseguí rescatar fue un puñado de huevos revueltos.
La criatura gelatinosa rodaba sobre sí misma en el fregadero y comenzaba a deslizarse hacia el desagüe. Dejé caer los huevos revueltos y cogí a la criatura cuando ya estaba a punto de ser triturada por las paletas del eliminador de basura.
Aquel cuajarón amarillento estaba caliente. Noté cómo latían sus venas. Toda la criatura palpitaba como un corazón tras una rápida carrera.
La alcé a la altura de mi rostro y la examiné con atención. Todavía continuaba de una pieza.
—¡Te he salvado la vida! —le dije—. ¡Uauuu, esta vez sí que te ha faltado poco para morir!
La sostuve suavemente en la palma de la mano. Temblaba y latía. Pequeñas burbujas húmedas se deslizaban por su superficie. Sus ojos negros me miraban fijamente.
—¿Qué es esa cosa? —quiso saber Anne, levantándose de la mesa del desayuno y ajustándose la larga cola de caballo—. ¿Es un títere? ¿Lo has fabricado tú con algún calcetín viejo o algo por el estilo?
Antes de que pudiera responderle, la señora Gravel me empujó suavemente hacia la puerta de la cocina.
—Sácalo de aquí, Dana —me ordenó—. Es repugnante. —Y luego, señalando hacia abajo, añadió—: Mira, estás ensuciando el suelo de la cocina, con ese jugo pegajoso que suelta.
—Yo… yo lo encontré ahí fuera —comencé a explicar—, y no sé qué es, pero…
—¡Fuera! —insistió la madre de Anne, y sostuvo abierta la puerta mosquitera para que saliera de su cocina—. ¡Fuera! ¡Estoy hablando en serio! No quiero tener que fregar el suelo de la cocina, ¿me has comprendido?
No tenía elección. Me llevé a la criatura gelatinosa al patio trasero de la casa. Parecía haberse calmado. Al menos ya no se estremecía ni latía de aquel modo tan violento.
Anne me siguió hasta la entrada de coches. El brillo del sol hacía que la criatura lanzara destellos.
Sentía las manos húmedas y pegajosas. No quería sujetarla con demasiada fuerza, pero tampoco deseaba que se cayera al suelo.
—¿Es un títere? —me preguntó Anne, inclinándose para ver mejor a la criatura—. ¡Oh, pero si está vivo!
Asentí con un movimiento de cabeza.
—No sé lo que es. Pero desde luego está vivo. Lo encontré ayer durante la fiesta de cumpleaños de Brandy.
Anne continuó examinando al ser viscoso y amarillento.
—¿Lo encontraste tú? ¿Dónde?
—Encontré un huevo cerca del riachuelo —le expliqué—. Un huevo de aspecto muy extraño. Lo llevé a mi casa y esta mañana se rompió el cascarón y esto es lo que salió.
—Pero… ¿qué es? —preguntó Anne, tocando ligeramente a la criatura con la punta de un dedo—. Oh, es húmedo y blando.
—No es un pollo —le aseguré.
—Vaya —exclamó Anne, poniendo los ojos en blanco—. ¿Todo eso lo has deducido tú solo?
—Pensé que tal vez se tratara de un huevo de tortuga —dije, sin hacer caso de su sarcasmo.
Miró detenidamente a la criatura.
—¿Crees que puede tratarse de una tortuga sin el caparazón? ¿Sabes si las tortugas nacen sin el caparazón?
—No lo creo —repuse.
—Tal vez se trate de algún tipo de error —sugirió Anne—. Un monstruo de la naturaleza, ya sabes… ¡como tú!
Y se rió de buena gana de su propio chiste.
Anne tiene un gran sentido del humor.
Volvió a tocar a la criatura con el dedo, que dejó escapar un suave resuello.
—Tal vez has descubierto una nueva especie —sugirió ella entonces—. Un nuevo tipo de animal que nadie había visto nunca hasta este momento…
—Tal vez —dije.
Era una idea muy excitante.
—Y le darán un nombre —bromeó Anne—. Lo llamarán Dodo, ya sabes, como a esa ave extinta de la isla Mauricio, ja, ja…
—No puedo decir que seas de gran ayuda —le espeté.
Y entonces se me ocurrió una idea.
—¿Sabes lo que voy a hacer con él? —dije, abrigándolo cuidadosamente entre mis manos—. Voy a llevarlo a ese pequeño laboratorio científico…
Ella entrecerró los ojos y me miró con suspicacia.
—¿A qué laboratorio científico te refieres?
—Ya lo conoces —repliqué con impaciencia—. El que está en la calle Denver. Apenas a tres manzanas de aquí.
—No soy muy aficionada a los extraños laboratorios científicos —dijo Anne.
—En realidad, yo tampoco —reconocí—. Pero he pasado delante de ese laboratorio un millón de veces al ir y volver del colegio en bici. Voy a llevar esta cosa allí. Alguien sabrá decirme de qué se trata.
—Pues yo no te acompañaré —declaró Anne con resolución, cruzando sus delgados brazos sobre el pecho—. Tengo mejores cosas que hacer.
—No te he invitado a acompañarme —le repliqué con una sonrisa despectiva.
Ella me devolvió una sonrisa igualmente despectiva.
Creo que estaba celosa de que fuera yo y no ella quien hubiese hallado a la misteriosa criatura.
—Por favor, tráeme la caja de zapatos —le pedí—. La dejé en la cocina de tu casa. Ahora mismo llevaré en bici a esta criatura al laboratorio.
Anne entró en su casa y salió un minuto después con la caja de zapatos.
—Está toda pegajosa del lado de dentro —dijo haciendo una mueca de repugnancia—. Sea lo que sea esa cosa, lo que es seguro es que suda como un demonio.
—¡Tal vez tu cara le aterrorice! —dije.
Me tocaba a mí reír… aunque normalmente soy el serio de los dos. No suelo gastar bromas, pero aquélla me pareció muy buena.
Anne la pasó por alto. Observó cómo yo depositaba a la criatura dentro de la caja. Luego me miró directamente a los ojos.
—¿Estás seguro de que no se trata de una especie de juguete mecánico? Todo esto no es más que una broma… ¿verdad, Dana?
Sacudí la cabeza.
—De ninguna manera. No es una broma. Cuando regrese del laboratorio pasaré por tu casa para explicarte lo que los científicos me hayan dicho acerca de la criatura.
Ajusté la tapa sobre la caja y corrí hacia el garaje de mi casa en busca de la bici.
No veía el momento de llegar al laboratorio y enseñarles mi descubrimiento.
Ahora sé que debí haber permanecido tan alejado de ese lugar como me hubiese sido posible.
Sin embargo, ¿cómo podía imaginar entonces lo que me aguardaba allí?