Junio 9: Bajo el signo de Géminis el mundo se duplica, cada objeto y cada ser parecen tener una dualidad que los mistifica y los engrandece. Voy por la calle contemplando vitrinas y restaurantes, y tengo la impresión de haber llegado a un punto donde se hace palpable mi desadaptación al sistema. No encajo. Me he quedado fuera, como un engranaje suelto o como un piñón alejado de la maquinaria a la que inicialmente perteneció. No deseo figurar ni triunfar, no anhelo dinero, no quiero hacer familia: me he convertido en un caminante desocupado sin ambiciones, sin pretensiones, sin codicia. Sospecho que me quedé sin destino. ¿Será esa la razón por la cual, en un momento dado, Ulises decidió llamarse Nadie?
Junio 12: Éxito, triunfo: palabras que hacen daño, que siguen maltratando. Es así como el escritor, el pintor o el intelectual hacen parte ya del espectáculo contemporáneo, del show donde cualquier vida se negocia y se prostituye.
Estoy convencido de que es preciso pensar o producir desde el borde, desde los resquicios, desde los rincones, nunca desde el centro. En el centro, en la oficialidad, nada sucede.
Junio 14: Creo en un escritor o un intelectual que no esperan nada, desarraigados, que trabajan sin objetivos más allá de su trabajo mismo.
Junio 15: Me dispongo a escribir una segunda novela. He regresado a mi ciudad y me he dado cuenta de que no he logrado narrarla, capturarla a través de la escritura. Por ahora comienzo a recorrerla de nuevo, a caminar por sus calles como si estuviera acariciándola. No escribo nada: veo, escucho, toco, huelo y me ejercito en la degustación nocturna de esos licores baratos bogotanos que me dejan a orillas de la demencia. Y pienso, pienso día y noche.
Noviembre 8: Llevo meses sin hacer nada, vagando por las calles, bebiendo cerveza en bares de mala muerte, buscando historias y personajes que merezcan la escritura. Parezco una rata devorando desperdicios, un buitre alimentándose de carroña.
Noviembre 9: Ha muerto Deleuze. Se lanzó por la ventana de su apartamento en París. Esa imagen no me deja en paz. Me levanto en la noche y veo su cuerpo buscando el vacío, cayendo como un pájaro herido en pleno vuelo.
No sabemos lo que puede un cuerpo. Poblamos el mundo con una materia que desconocemos, somos una corporeidad cuya multiplicidad de intensidades ignoramos. En consecuencia, anhelamos un cuerpo que cruce el mundo como las grullas de Maldoror, como el gigantesco pájaro níveo de Arthur Gordon Pym, como el albatros de Baudelaire en su vuelo perfecto y casto, como el descompuesto pájaro de Coleridge. Sabemos que un nuevo mundo es imposible sin un cuerpo que lo invente. Estamos en búsqueda. La inocencia es nuestra arma. Un día levantaremos vuelo y surcaremos un aire surreal y elástico, como una bandada de pájaros migratorios viajando a través de la rueda zodiacal.
Enero 17: He recibido una pequeña carta de Raquel. Dice así:
Simón de mi alma,
nada aquí te recuerda, pero es inútil, te presiento adelante, por las encrucijadas de la ciudad equívoca, y me veo cumpliendo cosas como si fuese otra. Así el horror ha llegado sin ruido y sin apelación. Y caminas entre mis manos polvorientas, entre el sí y el no de tantas sombras, y donde las demás voces ya se extinguen. Sé que aún debemos reunimos una vez más. Formas parte de lo hondo (la huella).
Salgo corriendo a bailar a la academia, a establecer presencias con la noche ante un espejo. Allí (donde lo hago para ti), donde sé que tu forma pertenece por mitad a las tinieblas, y el vidrio liso me detiene, enciendo luces y veo propagandas y cines, vitrinas con paraísos prohibidos, reflejos de bailarinas semidesnudas que me convierten en una mujer de loterías y nostalgias.
No te preocupes por mí. Inventaré otro pretexto que traiga de los cielos nuevos desórdenes y hallaré en el fondo de mí otra mujer que suscite la concupiscencia.
En ti, una vez más,
Raquel
Enero 18: Una idea de Virgil Gheorghiu: «Ciudadano es el ser humano que no vive la dimensión social de la vida. El ciudadano es el ser humano más peligroso que ha aparecido en la superficie del globo desde el cruce del hombre con el esclavo técnico. Posee la crueldad del hombre y del animal y la fría indiferencia de la máquina».
Enero 19: Mi respuesta a la carta de Raquel:
Raquel,
escribir desde Bogotá siempre es una experiencia inquietante. Es difícil llevar a la escritura aquello que se percibe, esas múltiples formas como en Bogotá nos llegan el caos, la violencia, el humor, la desmesura. En apariencia las imágenes son las de cualquier ciudad latinoamericana, pero detrás de esas imágenes una presencia sutil crece por debajo, una especie de desastre dulce, de tierna destrucción inminente. Dos ejemplos, creo, serán suficientes.
Hace un par de meses aparecimos en los periódicos internacionales por algo que se llamó «El caso Mendieta». Un solo individuo, delirante, alucinado, descuartizó 57 personas con una moto sierra. El hecho fue considerado «crimen de lesa humanidad», es decir, proporcional a las matanzas de los campos de concentración nazis. Pues bien, el individuo fue destituido de su cargo en el ejército, y él, alegando persecución política y amenazas por parte de las ONG, decidió viajar a Bogotá y buscar apoyo y solidaridad para «su causa». Según informaciones que me llegaron de los bajos fondos, se rumora que el tipo se vinculó a los grupos de limpieza de Bogotá, ésos que asesinan gamines y travestís. ¿Te imaginas? Un Mengele tropical con su motosierra y su mirada de loco rondando las noches bogotanas en busca de carne fresca. Neovampirismo militar tercermundista.
La segunda historia es el contrapeso a la primera. Un seminarista pobre y miserable del barrio La Aurora, en los cordones de miseria al sur de Bogotá, decidió liberar a la ciudad de sus culpas. Cansado del crimen, del agravio, del pecado constante, quiso hacer una acción para salvar la ciudad. Ahorró unos pesos y compró dos maderos enormes, y en la carpintería de un vecino construyó una cruz. Esperó a que llegara el Miércoles de Ceniza (día en que comienza la Cuaresma) y salió con su cruz al hombro a recorrer la ciudad para purificarla. Durante cuarenta días y cuarenta noches peregrinó por ahí, de calle en calle, al azar, viviendo de la caridad, durmiendo en cualquier esquina. El otro día vi unas fotos viejas en el periódico El Espacio: barbado, con la ropa hecha jirones, flaco, feliz, inmensamente feliz. Su mirada juvenil era de una sincera dulzura. El Viernes Santo del año pasado subió al cerro de Monserrate con su cruz, frente al centro de Bogotá, y pidió ser crucificado en ella. Neonómadas cristianos, neomísticos urbanos en perpetuo víacrucis.
Un cierto misterio, una curiosa emoción me produce pensar que ahora, mientras escribo esta carta, un carnicero y un místico luchan ahí afuera por el alma de la ciudad. Me he vuelto, Raquel, muy sensible a esta realidad inmediata que aplasta a nuestro país sin permitirle sosiego ni reposo. A la vuelta de la esquina nos espera una cuchillada o una bendición. Aquí, como siempre, nos debatimos entre el salvajismo y la bacanería.
Fortalécete.
Tuyo,
Simón
Enero 22: Abro la puerta del cabaret Scorpio City, cueva neokitsch metropolitana, y las ideas que vengo rumiando se desvanecen entre el humo que despiden los cigarrillos de los clientes y de las muchachas que atienden a las mesas. «La cárcel de Sing Sing», cantada por Alci Acosta, inunda el ambiente con sus tristes tonalidades. Busco a Gladys durante varios minutos y al fin la descubro sentada al fondo, en la barra, acompañada por la vieja Zelia. Voy a su encuentro y la forma cariñosa de sus abrazos me reconforta y me anima. Nos sentamos a una mesa y le pregunto a Zelia si desea tomarse unas copas con nosotros. La vieja asiente con una sonrisa y junta las manos en ademán de súplica: «Que sea aguardiente, amor. No bebo otra cosa». Ordeno una botella de aguardiente y tres copas. Gladys me abraza y me pregunta en voz alta:
—¿Te acuerdas de Zelia?
—Hace unos meses estuvimos en tu iglesia, abajo de San Victorino —respondo dirigiéndome a la vieja—. ¿No me reconociste?
—No, amor, discúlpame —dice la vieja con voz marcada por la borrachera—. Han pasado muchas cosas desde entonces.
—Robaron a Zelia, quemaron la iglesia y después la buscaron para matarla —me dice Gladys—. La escondimos nosotras, turnándonos para protegerla.
—Cuestión de negocios, supongo… —digo haciendo alusión a algún cruce de droga.
—No, amor —responde Zelia con amargura—. Es una larga historia.
—Tengo tiempo —digo para entusiasmarla—. Tenemos una botella por delante.
La vieja me mira a los ojos como midiéndome, como hurgando en mi interior. Un escalofrío me baja por la espalda. Un sexto sentido me dice que la historia de esta vieja vale la pena, que de pronto esto es lo que vengo esperando para comenzar la novela. Gladys interrumpe esa mirada penetrante de animal perseguido.
—Confía en él, Zelia.
—¿A qué religión pertenece usted?
—A ninguna.
—¿En qué trabaja?
—Era profesor de literatura.
—¿Era?
—Sí, me retiré.
—¿Por qué?
—Me asfixié. De un momento a otro todo comenzó a oler mal a mi alrededor.
—¿Qué hace ahora?
—Nada. Vivo de unos ahorros y pronto comenzaré a escribir un libro.
—¿Sobre qué?
—No sé todavía.
—¿Tiene amigos o familiares en la policía o en el ejército?
—No.
—¿Amigos o familiares en sectas religiosas?
—Tampoco.
—Sírveme un trago, por favor.
Aprovecho y sirvo en las tres copas. Procuro esconder y disimular la curiosidad que me embarga. Espero. Zelia bebe su aguardiente de un solo sorbo, se acerca más a la mesa para hablar en voz baja y comienza a contar su historia. Al principio con lentitud, sin apresurarse, y luego, cuando la acción se vuelve rápida y complicada, ella acelera el relato, se atropella, sube la voz y agita sus manos con nerviosismo y desesperación. Yo dependo de esa historia, quedo atrapado en ella como un insecto en una telaraña, y sirvo aguardiente sin perder ni por un segundo la atención en las palabras de la vieja. Sí, esto es lo que yo venía esperando: una historia donde la ciudad es atravesada en varias de sus capas, como un viaje al interior de una cebolla. Un inspector, crímenes, religiosos medievales camuflados en busca de poder, vagabundos y nómadas prehistóricos viviendo de los desechos, y al final las cloacas de la ciudad como lo más íntimo, como el inconsciente donde fluyen y habitan las materias prohibidas de la ciudad. Zelia termina y yo estoy perplejo, sorprendido ante una lírica urbana semejante.
—¿Cómo supieron que tu amigo había muerto en los conductos de aguas negras?
—Su novia regresó del exterior y emprendió una campaña para encontrarlo. Unos vecinos del sector donde lo habían acorralado contaron a los investigadores lo sucedido la noche en que Leo se vio obligado a fugarse por las cañerías.
—¿Y lo hallaron?
—Con ayuda de los bomberos se revisaron las alcantarillas de las calles cercanas, y en efecto, encontraron un cuerpo semidevorado por las ratas. Los exámenes de Medicina Legal comprobaron que tenía varios huesos rotos.
—¿Sí era él?
—Lo reconocieron por la dentadura.
—Después te persiguieron a ti.
—Aún me persiguen.
Gladys me hace un gesto para que nos vayamos. Pido la cuenta y le agradezco a Zelia su confianza. Le reitero mi amistad y mi solidaridad. La verdad es que estoy en deuda con esta mujer.
Enero 23: Investigo las declaraciones de Zelia. He revisado los periódicos correspondientes a la época mencionada y he visitado los lugares donde sucedieron las acciones, y ya mi cabeza es una tormenta de ideas y de imágenes que intentan, aún en vano, convertirse en novela.
Enero 24: Quisiera un protagonista que atravesara varias capas de la ciudad sin quejas ni lamentos, sin denuncias, sin discursos sociales ni políticos, sino más bien desde la aceptación de un destino que es un largo viaje hacia lo inevitable.
Enero 25: No poseer la mujer que penetramos. Eyacular en tierra de nadie. Semen nómada, semen errático, semen vector hacia la nada. Evoco ahora la imagen del Robinson de Michel Tournier, solo en su isla, eyaculando sobre las flores o vigilando su semen depositado en las rocas de la playa, esperando que vengan las aves y lo lleven por los aires para fecundar allá, lejos, una tierra incógnita y desconocida.
Enero 27: Pedogogo: el que habla pedos, aires, y cree enseñar a través de esos aires. Toda una sociedad confiada, devota y creyente en una pedogogía que devela una vez más nuestra incapacidad para transmitir conocimiento.
Enero 28: En el siglo XIX la ciudad arquetipo era París. En el XX ha sido Nueva York. Ahora, a las puertas del tercer milenio, la ciudad tercermundista es el arquetipo: caos, violencia, cordones de miseria, vagabundos nómadas en busca de alimento, niños asesinos y asesinados, habitantes de las alcantarillas, multitud de dementes por las calles… Nosotros ya nunca seremos como París o Nueva York, sino al revés. Ellas, cada vez más, se parecen a Bogotá, a Río de Janeiro o a Ciudad de México. Somos el futuro. He ahí nuestro difícil privilegio.
Enero 30: Continúo con mis averiguaciones personales con respecto al caso del inspector Leonardo Sinisterra, el amigo de Zelia. Estuve en la sede de investigaciones especiales de la policía y me di cuenta enseguida de que mis preguntas incomodaban y alertaban a los funcionarios a los cuales interrogaba. Visité también las sedes religiosas mencionadas por Zelia y me llevé la misma impresión: respuestas evasivas, miradas nerviosas y ademanes torpes y confusos indican una realidad secreta con respecto a este hombre, una realidad oscura y tenebrosa. Interesante.
Enero 31: Logré entrevistarme con Zelia y tomar notas de sus largas y completas declaraciones. Hablamos toda la tarde en un salón al fondo de un burdel de confianza donde se esconde. Apunté detalles y minucias que más adelante, cuando comience a narrar, me serán indispensables. Aquí estoy otra vez, en el centro de la literatura, yo, que creí que había llegado el momento de callar y de aislarme para siempre.
Febrero 2: He descubierto una pequeña plazoleta en uno de los barrios marginados y olvidados del sur de Bogotá, en Ciudad Bolívar, donde tres o cuatro de los grupos de rap del sector vienen a practicar sus pasos de baile y sus letras rápidas y desarticuladas. Me hago en la parte de arriba y los observo cantar y contorsionarse durante horas, hasta que el cansancio y la sed los obligan a detenerse y a ir en busca de un jugo o una gaseosa.
Pienso en una gigantesca ciudad-caos que produce una literatura-rap: giros, contracciones, retorcimientos, ritmos veloces, convulsiones y respiraciones agitadas que se toman la escritura. Esa sería una magnífica experimentación: buscar una palabra que venga de un cuerpo desestabilizado.
Febrero 7: Me siguen. Pensé en un comienzo que se trataba de mi paranoia habitual, pero no, lo tengo confirmado. Vigilan mi casa y un hombre, disimuladamente me pisa los talones cada vez que salgo a la calle. Es de suponer que mi línea telefónica esté interceptada.
Febrero 14: Me he cortado el cabello a ras y me he dejado bigote y patillas para modificar mi aspecto físico. Salgo poco y no repito lugares ni horarios. Me he vuelto impredecible, sin rutinas fijas que permitan ubicarme y capturarme. Debo comenzar a escribir cuanto antes.
Febrero 15: Nuestra época se ha especializado en un tipo de poder particular: el poder del ojo, el «hacer ver», el control visual. Proliferan las técnicas extremas de multiplicación de realidades a través del ojo. Este peligro está detectado. Sin embargo, no es éste el poder más peligroso. La amenaza se cierne en torno al oído: la cantinela, el estribillo, el rezo repetido para alcanzar el perdón, la música que enajena, que crea otro ser, que modifica la percepción, que afecta al escucha. La gran masa popular está siendo movilizada a través del oído: la secta, el predicador, el orador extático que exorciza, anuncia, sana, clama y profetiza nuevos mundos. El poder está en la multiplicación de nuevas creencias, y esto no es visual, sino auditivo. Entra por el oído y modifica el cerebro. Muchachos que abandonan sus casas para ingresar a sedes religiosas, estadios y teatros llenos de gente llorando y abrazándose amorosamente, hombres y mujeres con un tambor y rapados cantando por las calles. Acaso por eso las sectas religiosas se han tomado la radio: porque la cultura popular es radial. Una energía se apodera de miles de cerebros e inventa modos de vida y percepciones colectivas: estamos ante un nuevo comportamiento insectívoro urbano. En cada uno de nosotros habita en potencia un hombre-hormiga que sale a flote en la iglesia o en el concierto de rock en medio de cantos y arengas. En esas frecuencias nuestro cerebro es controlable.
El rap: un movimiento de contracultura que despierta la atención sobre el fenómeno del oído. El predicador versus el rapero.
Febrero 16: Me acerco a la ventana de mi habitación y veo unos obreros trabajando en construcción. Edificios, edificios: abejización arquitectónica. La abeja humana que trabaja en la conformación de la ciudad-panal.
Febrero 17: Han asesinado a Zelia. Le dispararon en el terminal de autobuses, cuando se disponía a abandonar la ciudad. Mañana comienzo la novela. No esperaré un segundo más. Creo que estoy preparado en mi interior para el encierro y la soledad.
Marzo 20: Ha pasado un mes y voy avanzando con rapidez en la conformación de la estructura narrativa que me propongo. Diversas voces que, anónimamente, van poblando la narración. Unas veces acercándose, intimando casi con el protagonista, y otras alejándose hasta el narrador omnisciente. Son voces sin rostro ni identidad. Procreaciones paralelas, seres que aparecen y desaparecen, ataques esquizofrénicos de una voz única y tiránica. Y no deseo escribir una novela policíaca tradicional, maniquea, con el característico triunfo del bien sobre el mal en las últimas páginas. No. Dejaré que la realidad triunfe sobre la forma, respetaré la historia tal y como me la contó Zelia. No deseo imponer estructuras moralizantes para conjurar el caos y la injusticia. En un país con el 97% de impunidad, una novela policíaca con final feliz es pura literatura fantástica. Aquí, en América Latina, el descenso al Hades no tiene retorno.
Salgo a la calle estrictamente lo indispensable.
Abril 20: Carta balsámica de Raquel:
Simón,
tu nombre y tu color, y la fraternidad de tus amigos (que son como una legión secreta), no obedecen ya a una rebelión, sino a un privilegio solitario: es como un intenso fuego al que accedo cuando me cruzo con tu mirada, es la sombra de una desmesura que estalla, que no acaba nunca: exceso de vida. Pero acceder no es suficiente. Si yo pudiera nombrar las cosas, precisarlas, hablaría de tu calma frente al peligro, con esa especie de intriga lúcida que te obliga a no preocuparte por el mañana. Tú no buscas tu alma, eres igual que los beduinos: sólo te adhieres a lo que se desliga, sólo te unes a lo que te deja libre. Debemos aprender a exasperar la existencia, a atenernos justamente a las no-elecciones. La vida humana vale poco y tú conoces la línea y no dejas de acercarte, franqueas el límite violentándote a ti mismo. Y la que está a tu lado debe convertirse en una fémina ebria siempre dispuesta a abandonarte.
Vivir en permanente prueba, a ras de la línea, como el navegante a vela que surca las aguas tanto a favor del viento como en contra. Semejante forma de vida requiere una atención extrema, cada gesto es de valor. Y el miedo ahí, latente… Tal vez de lo que se trata es de vivir un día en la coexistencia de lo irreconciliable. Hacer amistad también con lo negativo.
Escribe, escribe sobre esa ciudad que te maltrata y te fascina. Ella, en realidad, ha sido la única que ha podido separarte de mi lado.
Te ama,
Raquel
Abril 22: Trabajo en la novela cuatro horas en la mañana y cuatro horas en la madrugada, durante mis largos insomnios. Es un empresa agotadora. He estado a punto de destrozar el manuscrito, de rasgar y quemar las decenas de hojas escritas a lo largo de estas semanas. Después me recobro y vuelvo a coger fuerzas para continuar.
Siguen vigilándome día y noche. Espero que no me asesinen antes de concluir una versión completa de la novela.
Mayo 20: He estado en la casa de Adriana viendo sus cuadros. Me gusta su fuerza, que con el tiempo llegará al lienzo y exigirá formas y colores, ritmos y volúmenes, contrastes y energías e intensidades. Entonces ella aprenderá esa difícil lección que nos da el arte: convertir los infiernos interiores en fuerzas positivas.
Mayo 27: He concluido. Estoy rendido de fatiga. Dejé una de la novela en el taller de Adriana. He narrado todo.
Junio 9: Ha llegado el momento de despedirme una vez más de la ciudad. Sé a qué atenerme: si me quedo será una manera de entregarme a la intolerancia y a la intransigencia, de botarme entre ellas para ser despedazado, de lanzarme entre brazos para ser crucificado en un nuevo sacrificio inútil, es ése mi destino. Debo salvar una fuerza que viene de y lejos, que atraviesa los bosques del Neolítico y las capillas del Medioevo, una fuerza que está en mí, que habita en mi interior como un canto ininterrumpido. Es mi deber salvar esta fuerza milenaria que he heredado involuntariamente.
Estoy en Casa Show, el burdel donde Sinisterra comienza a descifrar los asesinatos de prostitutas. Estoy sentado en la última fila, despidiéndome de mi ciudad en secreto. Allá, en el escenario, una muchacha morena se desnuda al ritmo de la música. Adiós, Bogotá, ciudad apocalíptica de las mil heridas, ciudad venenosa que te ensañas con los que no te comprenden, ciudad de dulce crueldad, ciudad-travesti de maquillajes incomprensibles. Llevaré tu veneno en mis entrañas con la más profunda jovialidad. La muchacha termina de desnudarse, yo miro su sexo negro y evoco estos dos versos dolorosos: Y es entonces cuando peso mi exilio / y mido la irrescatable soledad de lo perdido.
Bogotá, noviembre y 1995