2. Viajes de un elegido

Abril 1: Una luz que bajó del cielo para iluminar a los hombres ha llegado hasta mí, ha atravesado valles y campiñas, montes y ensenadas, costas y riachuelos hasta dar por fin con lo más hondo de mi ser. Cierro los ojos y veo esa luz extenderse a lo largo de mi cuerpo transparente. He sido elegido para llevar a los hombres esa llama sagrada, para transmitírsela. Por eso he abandonado familia, comida y trabajo, posesiones y comodidades.

Un día salí sólo con la ropa que tenía puesta y no volví. Caminé en línea recta, con la palabra de Dios como única dirección, durmiendo en cualquier rincón, viviendo de la caridad ajena. Gocé y me alegré con un amanecer, con el canto de un pájaro, con el olor de la hierba húmeda, con la lluvia golpeando mi rostro como una bendición del cielo. Las cosas más simples y elementales se convirtieron de pronto en grandes revelaciones, en enormes e inagotables riquezas. Mi pobreza estaba llena de abundancia.

Una noche escuché la voz de Nuestro Señor Jesucristo que bajaba del cielo y decía: «Buscarás a los hombres, irás allí de ellos están y destruirás el mal que los corrompe y los aniquila. Serás atropellado y torturado, pocos te escucharán, serás puesto en prisión, pero harás llegar mi mensaje y ellos sabrán entonces que no los he abandonado. Eres mi nuevo apóstol».

Dejé los campos y fui a la gran ciudad, donde estaban los hombres. Prediqué la palabra de Dios, advertí que el final de los tiempos estaba cerca, exigí arrepentimiento, grité a los cuatro vientos el poder de la Cruz y del Amor. Pocos me escucharon. No me importó. Insistí. Les hablé de la misericordia el perdón, de la castidad y la compasión, de la necesidad, ahora más que nunca, de salir del pecado y recobrar la generosidad y el amor de Nuestro Padre. Fui un apóstol urbano que no anhelaba sino la redención de sus hermanos. Y lentamente terminé convirtiéndome también en un guerrero apocalíptico, en un ángel exterminador.

Abril 2: Cristo abandona a sus apóstoles para reunirse con su Padre y éstos se ven obligados a convertirse en soldados de Dios para sobrevivir. Muchos no lo soportaron y desaparecieron en el anonimato o se conformaron con una influencia débil y precaria entre sus conocidos y familiares. Mas no bastaba ya con las palabras y las buenas acciones. Fue preciso viajar, combatir, imponer la voluntad del Señor, esconderse en grutas y socavones, aguantar hambre, luchar contra los leones en el circo, soportar los golpes, los ultrajes, las torturas y las persecuciones de los enemigos del Creador. Y no rendirse. Un apóstol no puede ser un hombre débil, un cobarde sin carácter, de lo contrario Dios se ve afectado por la flaqueza de sus elegidos. Es así como un apodo se transforma en soldado, en combatiente. Y su fe es su arma más segura y brutal. ¿No fue necesario instaurar la Inquisición para proteger a la Iglesia de sus enemigos? Los nuevos estrategas castigaron, persiguieron, golpearon, quemaron, asesinaron a sangre fría con tal de resguardar la palabra de Dios. Mujeres chamuscadas, niños ahorcados, hombres gimientes en los potros de tormento, ancianos cojos, paralíticos y tuertos como consecuencia de los castigos, ¿qué es lo que no han hecho los nuevos reclutas para imponerse y conducir a sus ovejas por buen camino? Pues bien, en la medida en que pasan los tiempos las opciones de un apóstol se vuelven día a día más radicales y definitivas.

Ha llegado el momento de un nuevo exterminio. No se trata ya de sanar el miembro enfermo, sino de amputarlo para salvar el resto del cuerpo. Esa es la verdadera misión.

Abril 3: Anoche vagabundeé por el centro de la ciudad. Cada esquina y cada rincón se fueron convirtiendo en gratos compañeros de mi travesía a lo largo de avenidas y parques moribundos. Sentí cómo la ciudad se transformaba en un pozo que devoraba mi alma. Llegué a la entrada principal del Cementerio Central y vi varias personas humildes, solitarias y mal vestidas que, con gestos lentos y adormilados, dejaban pequeñas velas encendidas en el portón. Algo inefable se apoderó de mí, algo que podría compararse a una ilimitada piedad por el género humano y sus continuos tanteos inútiles. Las luces que brotaban de los postes fantasmales, los edificios como enormes gigantes de leyendas medievales, el pavimento con su eterno color de día nublado y los carros que cruzaban veloces como insectos salidos de una zoopsia deslumbrante, hacían ver a aquellas personas tan ínfimas, tan extraviadas en sus vidas vulgares y cotidianas, que sentí cómo las lágrimas me nublaban los ojos. Sentí piedad por ellas y por mí que, al otro lado de la calle, con la Biblia entre mis manos, caminaba sin encontrar un lugar en el cual depositar mi abatimiento.

Decidí, entonces, dirigirme a uno de los basureros de los barrios altos, y allí, en medio de un hedor nauseabundo, me senté apesadumbrado. Las ratas pasaban cerca de mis piernas. Bogotá, como una nueva Jerusalén que espera su destrucción, se veía allá abajo con sus luces titilantes. Abrí la Biblia y leí:

Oye, Dios mío y mi clamor; atiende a mi oración.

Clamo a ti desde el linde de la tierra, cuando ya el corazón me desfallece. Tú me levantarás sobre la roca, tú me darás descanso.

Porque tú eres mi defensa, mi torre fuerte contra el enemigo.

Ojalá more yo en tu tienda para siempre y me acoja al abrigo de tus alas.

Abril 4: Me ejercito en el arte de viajar a través del tiempo. Recorro épocas pasadas y contemplo escenas de vidas que muy posiblemente fueron mías. Me siento al fondo de la habitación miserable donde pernocto, fumo uno o dos cigarrillos de marihuana y mi conciencia se abre, se multiplica y comienzo a viajar en la Historia. Veo construcciones, ciudades, paisajes que hoy en día serían imposibles. Yo llamo a estos viajes «mis vidas anteriores», y constituyen los secretos más íntimos que poseo del conocimiento de mí no. Si he de predicar y cumplir los designios de Dios necesito saber cuántos he sido, qué virtudes y defectos, qué fortalezas y debilidades, qué bienaventuranzas y pecados conforman mi múltiple presencia en el gigantesco laberinto de los siglos.

Abril 5: Es la época de la peste en Milán. Un hombre tuerto y encorvado, cubierto por una túnica negra, arrastra consigo una carreta llena de cadáveres. Se desliza por una callejuela oscura y veo vendas purulentas y ropajes arrumados en los rincones. Mientras las ruedas de la carreta producen un sonido agudo, el hombre canta una melodía suave, tranquila, como de lamento. Se abre la ventana de una de las casas del fondo y desde el segundo piso una mujer joven grita:

—¡Aquí, Gilshu, aquí! ¡Daos prisa, mi padre ha muerto! ¡Rápido, Gilshu!

Y me reconozco en ese nombre como un ebrio mensaje que solicitara mi presencia en el pasado.

Abril 6: Me elevé sobre los hombres y escuché los alaridos de los astros, que con desesperación profunda preguntaban desde el cielo la causa de una inminente destrucción. ¿Acaso el desprecio del hombre por el hombre está arrasando con nosotros? ¿Será que el séptimo día está pronto a cumplirse? Estas eran preguntas que oprimían mi cerebro mientras escuchaba el paso de Acuario sobre la Tierra.

Abril 7: Debo actuar y averiguar qué está sucediendo detrás de los crímenes de prostitutas, que continúan de manera implacable. La mano del demonio se insinúa en estos asesinatos de Marías Magdalenas.

El ángel exterminador no permitirá que el pecado quede sin castigo, y menos aún que el mal se propague y se extienda a su antojo. No, el ángel volverá a la calle y cazará a los lobos que devoran las ovejas del Señor.

Hacer tu voluntad, Dios mío, es mi deleite, y yo llevo tu ley en mis entrañas.

Abril 8: Mi nombre es Berossus de Babilonia. Soy el encargado de limpiar esta sala del templo donde está la imagen sagrada de Baal. Fui encerrado aquí desde que Upagamesh, el protegido de Enuá, perdió la batalla en tierras essilitas. Mis ojos sólo están acostumbrados a los pequeños rayos de sol que penetran cada dos lunas por entre una fisura que existe en una de las piedras del último corredor. He de decir algo acerca de mí: se me conoce también como el hombre que ha aprendido a contar el paso del tiempo. Nínive, Babilonia, Persia y la humanidad entera se rigen por mi aparato de medir el tiempo, que inventé una mañana al ver el rayo de sol en el último corredor.

Hoy por fin, unos instantes antes de morir, he de vengarme. Ya está hecho: he adelantado mi instrumento un duodécimo de la circunferencia general. Para cuando se encuentre este pedazo papel —si es que lo encuentran— ya será demasiado tarde, pues todas las generaciones de la tierra habrán vivido la escala temporal equivocada que yo les proporcioné. O mejor, habrán extraviados en la Historia, como un hombre ciego que eternamente por la inmensa soledad del desierto.

Abril 9: El criminal es un hombre extraño apodado El Astrólogo. Estoy tras él y no se me escapará. Su destino está trazado y tendrá que pasar por mis manos. No podrá eludir el tránsito de Marte por la casa doce que está en su carta natal. He averiguado otras cosas importantes sobre él.

No sospecha que yo soy el enemigo oculto que los astros le insinúan. Está perdido.

Abril 10: Yo, Ulises, fallecí lejos del mar, entre las montañas, desterrado de los míos. Los pastores solían verme con un remo en la mano, caminando cabizbajo por entre los bosques. De vez en cuando tropezaban con pequeñas embarcaciones escondidas entre los ramajes y entonces sabían que yo, el viajero ítacense, había rondado aquellos parajes.

Muchas veces soñé con regresar al océano, pero sabía que mí destino era irrevocable. Deambulé por cimas de montes y por verdes hondonadas, dormí en cuevas y junto a precipicios, hasta que me fue permitido hallar la ribera de un río. Até el remo a mi cintura, lo abracé luego con decisión y gratitud, me hundí en las aguas y me entregué por completo a la fuerza de la corriente. Antes de morir imaginé que mi cuerpo, impulsado por el torrente, alcanzaría una vez más el imponente y hondo silencio de la mar. Sonreí.

Abril 11: El Astrólogo está pronto a atacar. Señor, dame fuerza para acabar con él. Él es el miembro enfermo que hay que extirpar para que el cuerpo recupere su salud. Oremos.

Líbrame, Dios mío, de mis enemigos, defiéndeme de quienes contra mí se han levantado.

Líbrame de los que obran injusticias, sálvame de los hombres sanguinarios.

Pues mira cómo acechan mi vida, conspiran contra mí los poderosos.

No hay en mí crimen, no hay, Señor, en mí pecado, sin culpa mía se abalanzan y acometen.

Despiértate, ven a mi encuentro y mira.

Pues tú, Señor de los ejércitos, tú eres Dios de Israel. Despiértate, castiga a las naciones, por nada de esos pérfidos te apiades.

Vuelven hacia la tarde y ladran como perros, y van a la ciudad la vuelta dando.

Abril 12: He fallado. Llegué tarde. El impío cobró su quinta víctima. Juro por mi alma que será la última. Lo seguiré como un sabueso, me convertiré en su sombra, estaré al acecho, adivinaré su pensamiento, estaré dentro de él y cuando decida volver a atacar se tropezará con la mano de Dios. Y si puedo daré con la secta a la cual pertenece y los exterminaré uno a uno. Infieles, apóstatas, adoradores de falsas verdades. Detrás de un árbol se esconde un bosque.

Abril 13: 27 de marzo: Como ya dije al principio de estas hojas, mi nombre es J. Drake Brockman y soy el capitán del navío conocido como The New England. Hemos navegado desde Sumatra hasta las Islas de Santa Cruz, pasando por Java, Nueva Guinea, las Islas de Salomón y algunas otras de menor importancia. Los trayectos han sido anotados diariamente y con minuciosidad, al igual que el peso, la calidad y el valor de cada mercancía que hemos ido recogiendo en los diferentes puertos. Hago este recuento para comprobarme a mí mismo que no estoy loco y que mi mente ha trabajado y trabaja con normalidad. Es para mí indispensable tener esta certeza, pues ce lo contrario pensaría que mi mente ha abandonado la realidad para siempre, que me he quedado atrapado en un sueño o que he sido víctima de tantas hechicerías que suelen practicar estas tribus salvajes.

Anoche, alrededor de las once y media, zarpamos sin contratiempos de Santa Cruz con rumbo al Japón. Luego de dos horas dejé al piloto John Burton junto a la bitácora y entré a mi camarote a descansar. Dormí sin interrupciones durante la noche, despertando hoy 27 de marzo a las seis de la mañana. Y he aquí lo inverosímil, lo incomprensible: subí a cubierta y, en proa y en popa, a babor y a estribor, había ángeles semitransparentes divisando el horizonte, tomando el sol o recibiendo el sol en sus rostros y en sus largas melenas onduladas. Era como si el barco hubiera penetrado en otra dimensión. Ninguno de mis hombres estaba en la nave. Las esferas de compensación y los imanes correctores de la bitácora habían sido extraídos y tal vez arrojados al agua. Bajé a las bodegas: nada, la mercancía había desaparecido y en su lugar hallé miles de espejos, de diversas formas y tamaños. Cajas y cajas llenas de espejos. Volví a cubierta y pude notar en los rostros angelicales que me observaban una sonrisa que parecía decir: ¿Qué, todavía no te convences?

Ahora, encerrado aquí en mi camarote, rodeado por el pánico, trazo estas palabras con rapidez antes de que me abandone la poca lucidez que aún me acompaña. Señor, qué será de mí navegando hacia lo desconocido en un barco habitado por ángeles y espejos…

Abril 14: Ayer vino a verme un policía. No me gustan los tiras. Aunque éste es algo especial: parece limpio. De todos modos no le puse mucho cuidado, estaba viajando en el tiempo. El tipo es un necio ingenuo. Está tras el criminal de prostitutas. Si no tiene cuidado El Astrólogo lo hará pedazos.

Abril 15: Mi nombre es Stauros. Vivo en una playa abandonada, donde en años anteriores el pueblo de los Horos fundó su reino. Pero aquella raza magnífica de hombres sucumbió y la playa, las casas, los palacios y los monumentos quedaron bajo el dominio del mar y los insectos.

Pernocto en uno de los monumentos más altos, en el cual está grabada una serpiente que devora su propia cola. El monumento está construido en una piedra verdosa y en el extremo superior han sido dibujados símbolos cuneiformes un color rojizo.

Vivo contemplando el mar, esperando ver la embarcación de Ayesha. Viene dos veces al año, me trae manjares de diversos sabores y me ofrece su piel bronceada, sudorosa, aguardando que yo penetre hasta los rincones más ocultos de su cuerpo. Luego se va y los Horos aparecen otra vez, torturándome con su presencia fantasmal.

Hace dos, noches descubrí un camino que se interna en la selva. Era utilizado para transportar alimentos desde el interior hasta aquí. Deseo abandonar este lugar y emigrar mañana al anochecer hacia el continente. Para ello debo destruir la presencia interna de Ayesha, el efecto que produce en mí. Y no tengo la fuerza necesaria ahora para dejar mi cuerpo ensimismado.

Abril 16: Anoche el ángel volvió a recorrer la ciudad para limpiarla del mal. Con el cuchillo de Dios en la mano amputó aquellos miembros gangrenados que le impiden al cuerpo social un feliz desenvolvimiento. Toda la noche por ahí, cuchillo en mano, amputando, amputando, limpiando la ciudad de basura que la contamina y la degrada. Ahora sí el ángel puede descansar, buscar reposo mientras Dios le encomienda una nueva limpieza, una nueva misión. El ángel-apóstol ha cumplido una vez más con su deber.

Dios les asesta sus saetas, de improviso se ven de heridas llenos.

Abril 17: Sólo tres veces he visto que un barco llegue con un marino a puerto, luego de partir con la tripulación completa. La primera vez fue en una dársena hindú. Llegó en el Vaisika, que había partido de Australia, un hombre agonizante sobre la cubierta del barco, en estado de deshidratación. El hombre se había salvado de la peste gracias a que iba escondido en la parte baja del barco, entre los toneles de vino. La segunda fue en Aero, donde después de asesinar a la tripulación llegó en el Canushja un hombre delirante y con ataques de hemiplejía. Y la última vez fue cuando partí de las Islas Fidji con una tripulación de nativos, a excepción del timonel que era sueco. Una noche de tempestad, acercándonos a la península malaya, vimos una mujer vestida de color violeta sobre una roca que emergía entre las gigantescas olas. Era imposible que hubiese sido por embriaguez o cosa parecida, pues había ordenado que ningún hombre bebiera antes de llegar a tierra. Los nativos se arrojaron al mar y el timonel sueco se ahorcó del mástil dos días después, cuando nos disponíamos a fondear una bahía.

Jamás he vuelto a ver a aquella mujer, pero a menudo me perturba en sueños y me habla en un idioma que he escuchado en algún lugar.

Abril 18: Los diarios y las noticias radiales exigieron a la policía detener la ola de violencia en la ciudad. Están asombrados de que en una sola noche hubieran sido apuñaladas catorce personas. ¡Imbéciles! Por qué no revisan las hojas de vida de los sacrificados: violadores, criminales, ladrones peligrosos, extorsionistas, secuestradores… Deberían estar felices de haber sido librados de esa amenaza constante. Es la época del reinado de los corruptos, del poder de los impíos y blasfemos. Jamás son valorados los esfuerzos de un hombre de bien.

Me enteré de una noticia importante: el tira que estuvo interrogándome es el delegado especial de la policía para el caso del asesinato de prostitutas.

En Dios confío y nada temo: ¿qué puede hacerme el hombre?

Abril 19: Cuando fui contramaestre del Luna Roja, pes antillano magnífico y de madera fuerte como la roca, atracamos a principios de septiembre en un puerto desconocido donde vivían pescadores con rostros de náufragos. El puerto parecía un pueblo abandonado: las calles sucias, los perros hambrientos y barrigones tirados en las entradas de almacenes, la arena entre las casas y el aire cubierto por un silencio sepulcral.

Han pasado ya muchos años y no he logrado salir de allí, pues cada noche sueño que mis hombres y yo nos hacemos a la mar con el Luna Roja y que el mar vuelve a hacernos regresar al mismo puerto. Al despertar, no sé si estamos vivos o si todavía nos encontramos en ese puerto silencioso y maldito donde habitan los náufragos.

En la noche: El Astrólogo se prepara para atacar. Esta vez no se me escapará. Abriré su cuerpo a puñaladas y le ofreceré a Dios ese sacrificio, esa carne abierta como prueba de amor y de la fortaleza de mi fe. No me interesa arriesgar mi vida, perderla si es el caso, con tal de cumplir mi misión.

Abril 20: He pasado el día cerca de El Astrólogo, conversando con él, hablándole, mirándolo a los ojos para descubrir sis intenciones más ocultas. El tipo no sospecha de mí y he ahí cu ventaja sobre él. Sé la hora y sé quién será su víctima.

En un momento en que fui a mi habitación a descansar para estar preparado esta noche, me tropecé con Sinisterra, el inspector especial de la policía. Él también parece intuir un nuevo ataque. Lo notó perdido, extraviado, no tiene ni idea hacia dónde investigar. Me enteré de un dato curioso: su signo zodiacal es Capricornio. Y está pasando por un mal momento. Su arrogancia y su aparente seguridad se están viniendo abajo, están siendo minadas por la diversidad y complejidad de la ciudad.

La mirada de este tira es transparente como el agua: veo en ella un destino terrible pero significativo. Capricornio es el signo que se prepara para la fortaleza y la seguridad. Luego, al final, sólo tiene dos opciones: o aislarse y refugiarse en su aparente desdén por los otros, lo que termina convirtiéndose en una soledad y una amargura sin límites, o destrozar el ego, atacarlo, descuartizarlo, hacerlo pedazos y entregarse a los demás y al mundo con regocijo y benevolencia. Estos últimos capricomianos son los mejores, pues se liberan del sí mismo, de la necesidad de vender una determinada imagen a los otros, de responder a lo que los otros esperan de ellos, y quedan libres para modificarse, para rehacer un nuevo destino. Tal vez por ello la compleja relación entre el Capricornio y el padre, que no es necesariamente el padre físico, sino el padre interior, la ley, la responsabilidad, la voz interna que decreta conductas fijas e inamovibles que es preciso cumplir a cabalidad. Jesús, realizando las órdenes del Padre, moribundo en su cruz, es la gran imagen capricomiana.

Este policía se verá obligado a sacrificarse en busca de un nuevo mundo. Y será la ciudad la que lo obligará a romper los límites de lo que hasta entonces él consideraba la realidad. Lo noto en sus gestos, en sus ademanes, en su voz, en sus ojos. Bogotá lo lanzará a los subterráneos plutonianos, a los caminos que atraviesan los infiernos.

Bien, el momento se acerca. Debo afilar el cuchillo y preparar la navaja para degollar el cordero.

Oremos.

Ten compasión de mí, Dios mío, pues un hombre me está pisoteando, y, sin tregua hostigándome, me oprime.

Sin tregua pisoteándome mis enemigos, porque son muchos los que me combaten.

Altísimo, cuando el temor me invada el alma yo pondré en ti mi confianza.

En Dios, cuya promesa alabo, en Dios confío y temo:

Qué puede hacerme un ser de carne?

El día entero me denigran, todos sus pensamientos están sólo a mi daño enderezados.

Se pintan y me tienden emboscadas, me van siguiendo el rastro, a caza de mi vida.

Por esta iniquidad su paga dales, derriba, oh, Dios, los pueblos en tu ira.

Tu has notado las sendas de mi exilio, y en tu odre mis lágrimas tú tienes recogidas. ¿Pues no están en tu libro consignadas? En Dios confío y nada temo.